Evaluación de los
Libros Deuterocanónicos
Dr. Víctor E. Ampuero Matta
(Incluido en el T4 del CBA)
Nos complacemos en incluir en este tomo el presente
artículo, el cual, aunque no figura en la edición
inglesa de este Comentario, será muy valioso para todos
nuestros lectores.
En el tomo V aparece un artículo sobre la literatura
judía antigua, que incluye una breve referencia a los
libros deuterocanónicos; pero la importancia del tema
justifica un desarrollo más amplio y profundo del mismo.
Su autor, el Dr. Victor E. Ampuero Matta, traductor de
gran parte de este Comentario, durante años se dedicó a
investigar el tema de los deuterocanónicos. Este
artículo -obra póstuma- es fruto de esas
investigaciones.- Los Editores.
EN 1962 comenzó a hacerse realidad el propósito de que
las Sociedades Bíblicas Unidas (SBU) y el Vaticano
colaboraran conjuntamente en la traducción y
distribución de las Sagradas Escrituras.
Esta convergencia de católicos y protestantes
evidentemente es una manifestación del espíritu
ecuménico que se ha acentuado en el último tercio de
nuestro siglo. Abundan las pruebas de esta tendencia,
especialmente desde los días del papa Juan XXIII
(19581963).
Uno de los factores que sin duda ha movido a millones de
protestantes a mirar con simpatía una relación amigable
y hasta de franca cooperación con el catolicismo es lo
que algunos han llamado "el gran regreso de la Iglesia
Católica Romana a la Biblia". Ese "regreso" ha sido
aclamado con entusiasmo.
Corresponde, pues, que nos refiramos brevemente a un
documento del Concilio Vaticano II, promulgado el 18 de
noviembre de 1965. Se trata de la "Constitución
Dogmática sobre la Divina Revelación".
En esta "Constitución" se define que "Tradición y
Escritura están estrechamente unidas y compenetradas"
(Concilio Vaticano II. Constituciones. Declaraciones
[Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1966], p.
166); se puntualiza que "el oficio de interpretar
auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha
sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia"
(Id., p. 167); se indica que las traducciones de la
Biblia deben estar acompañadas de "comentarios [notas]
que realmente expliquen", para que los fieles puedan
"manejar con seguridad y provecho la Escritura y
penetrarse de su espíritu" (Id., p. 179). Además, se
dispone "la elaboración de traducciones anotadas para
uso de los no cristianos", y se insta a "Pastores o los
cristianos de cualquier estado" para que "procuren
difundirlas discretamente" (Id., 180).
En este mismo documento conciliar se destaca la
necesidad de que todos los fieles cristianos tengan un
fácil acceso a las Páginas Sagradas. Por eso se insiste
en que 84 es deber de la iglesia procurar que se hagan
traducciones "exactas y adaptadas en diversas lenguas,
sobre todo partiendo de los textos originales" (Id., p.
177). Ahora bien, dentro de este contexto resalta como
muy significativa la indicación según la cual "si se
ofrece la ocasión de realizar dichas traducciones en
colaboración con los hermanos separados, contando con la
aprobación eclesiástica, las podrán usar todos los
cristianos" (Id., p. 177).
Desde el mismo principio del entendimiento entre los
representantes del Vaticano con los de las SBU se
actualizó un tema ya secular, y que parecía olvidado: el
de los libros que San Jerónimo (c. 340-420) llamó
"apócrifos".* Este adjetivo que en nuestro idioma actual
significa "supuesto", "fingido", "falso", tenía alcances
menos categóricos en los días de Jerónimo, pues se
aplicaba a algo "oculto", "secreto", "dudoso". Algunos
escritores antiguos usaban ese vocablo para los libros
de sabiduría esotérica (secreta o misteriosa), demasiado
complicados para los lectores comunes y que sólo podían
ser entendidos por los iniciados.
Los libros incluidos por Jerónimo, bajo la designación
de apócrifos, son siete* Eclesiástico (o Sirácida) y
Sabiduría (o Sabiduría de Salomón), que por su contenido
se parecen a Proverbios y Eclesiastés, por lo que los
escrituristas católicos los clasifican como
sapienciales; Judit, Tobit (o Tobías); 1 Macabeos y 2
Macabeos, que tienen la apariencia de ser históricos; y
Baruc, que es como un Apéndice del libro canónico de
Jeremías.
Hay, además, añadiduras al libro de Daniel; los vers. 24
al 90 del cap. 3 (67 versículos) y los cap. 13 y 14; y
en el texto griego de Éster aparecen varios pasajes
inexistentes en el texto hebreo, que tienen la
apariencia de ser una ampliación o adaptación del texto
mencionado. En las Biblias castellanas más antiguas
autorizadas por la Iglesia Católica (las de Scío de San
Miguel y Torres Amat) y en la de Straubinger (1.ª
edición 1948-1951), el libro de Éster tiene 16 capítulos
debido a las añadiduras en el texto griego, y no 10 como
en las ediciones de las SBU, que sólo incluyen el texto
hebreo. En estas tres versiones mencionadas, al terminar
lo que constituye el cap. 10 en el texto hebreo
(compuesto sólo por 3 versículos), hay un subtítulo que
dice así: "II. PARTE DEUTEROCANONICA" y a continuación
hay una añadidura de 10 versículos a ese capítulo; luego
siguen los breves capítulos 11 al 15, y el 16 que es
algo más extenso. En las versiones de origen católico
más recientes (como las NC, BC y BJ) hay sólo 10
capítulos en el libro de Éster, pero a cada uno de ellos
se le ha añadido, con letra cursiva, la parte que
Jerónimo llamó "apócrifa". Esto se explica en la BJ
mediante esta nota: "En cursiva, los pasajes que la
versión griega añade al texto hebreo, adiciones que la
Iglesia reconoce como inspiradas. San Jerónimo 85 las
relegó al apéndice de su versión latina". Esta "versión
latina" es la que conocemos como la Vulgata.
Además de estos libros, hay otros que ninguna iglesia
cristiana reconoce como fruto de la inspiración divina y
que, sin embargo, están en la Septuaginta (LXX) griega y
en ejemplares antiguos de la Vulgata latina. Estos
libros son: Esdras, a veces llamado "Esdras griego" y
denominado 3 Esdras en la Vulgata, en donde Esdras y
Nehemías son 1 Esdras y 2 Esdras, respectivamente; 4
Esdras (considerado apócrifo por la Iglesia Católica, al
igual que 3 Esdras), también llamado 3 Esdras cuando
Esdras y Nehemías son computados como un solo libro; y
la Oración de Manasés, que se basa en la plegaria que es
rey de Judá elevó, arrepentido, mientras estaba cautivo
en Babilonia (2 Crón. 33: 12).
Conviene saber que en algunas listas se presentan 15
nombres de libros de este tipo. Se llega a esta cantidad
siguiendo la siguiente enumeración: 1 Esdras, 2 Esdras,
Tobit, Judit, las adiciones al libro de Éster,
Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, la carta Jeremías (que
constituye el cap. 6 de Baruc en la VP, Dios habla hoy,*
así como en otras versiones), la Oración de Azarías (Abednego)
y el Canto de los tres jóvenes (o sea la añadidura al
cap. 3 de Daniel), Susana (el cap. 13 de Daniel, añadido
al texto reconocido como canónico por los Hebreos), Bel
y el dragón (la adición que forma el cap. 14 de Daniel),
la Oración de Manasés, 1 Macabeos y 2 Macabeos. El
conocimiento de esta distribución evitará posibles
confusiones.
El tema de los apócrifos sólo tiene que ver con el AT
(39 libros en las Biblias sin imprimatur, y 46 [47 en El
libro del pueblo de Dios] en las que llevan esa
aprobación eclesiástica), pues en el NT todas las
Biblias tienen 27 libros, con ligeras diferencias
textuales que no tienen mayor importancia. Citaremos el
ejemplo de Mat. 6: 13, donde se lee en la RVR: "Porque
tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los
siglos". Estas palabras que suelen llamarse "la
doxología del Padrenuestro", no están en el texto de las
Biblias de origen católico; sin embargo, forman parte de
las oraciones de la misa, y la BJ (1967), en la nota
correspondiente aclara: "Adic.: 'Porque a ti pertenecen
el reino, el poder y la gloria por los siglos. Amén'
(influencia litúrgica)".
Definición de términos
Es importante saber que el vocablo "deuterocanónicos"*
fue acuñado en el siglo XVI por el exégeta católico
Sixto Senense (1520-1569). Este dato se encuentra en la
Enciclopedia de la Biblia, de las Ediciones Garriga de
Barcelona, obra preparada bajo la dirección de los
escrituristas católicos Alejandro Díez Macho y Sebastián
Bartina, ambos sacerdotes. Se trata, pues, de una
palabra- etimológicamente muy interesante- creada a
propósito para dar un nombre específico y que no resulte
chocante a los libros y a las añadiduras que Jerónimo,
unos mil años antes, había denominado "apócrifos".
La aparición del término "deuterocanónicos" obligó a la
formación del vocablo "protocanónicos". Para conocer de
fuente autorizada el significado y los alcances de ambos
términos, presentamos la forma en que el Diccionario de
la Biblia, del autor católico Serafín de Ausejo, define
el término "deuterocanónicos": "Se aplica a aquellos 86
libros de la Biblia de cuya canonicidad se dudo en
sectores reducidos de la primitiva Iglesia, hasta que el
magisterio eclesiástico reconoció oficialmente su
carácter inspirado y los admitió en el canon de la
Sagrada Escritura. La expresión no es muy afortunada,
pues suscita la impresión de que la Iglesia hubiera
establecido dos cánones: uno en que se hubieran
catalogado los libros reconocidos como inspirados por el
juicio unánime de la Iglesia universal (protocanónicos);
y otro posterior, en que se hubieran admitido más tarde
los restantes (deuterocanónicos). Mejor es la
terminología de Eusebio (Hist. Eccl. 3.25) que divide
los libros del NT en tres clases: homologoúmena (=
reconocidos, [o sea] nuestros protocanónicos),
antilegoúmena (= discutidos, [o sea] deuterocanónicos) y
nótha (literalmente bastardos, legítimos, e. d.,
aquellos a los que acá o allá, se les atribuyó
indebidamente origen apostólico)" (Op. cit. [Barcelona:
Herder, 1963], columna 457). En este caso, el
"magisterio eclesiástico" a que se refiere Ausejo
corresponde con el pronunciamiento del Concilio de
Trento (1545-1563) y el Concilio Vaticano I (1870).
Para el católico ya está resuelto el problema, pues le
basta esta definición de la jerarquía de su iglesia. No
necesita examinar por sí mismo los libros en cuestión.
Respecto a este criterio son oportunas las palabras de
Lutero: "La Iglesia no puede dar a un libro otra
autoridad que la que el libro intrínsecamente tiene, y
no puede convertir en inspirado al libro cuya naturaleza
no está penetrada por la inspiración" (citado por
Alcides J. Alva, en Fuentes bíblicas [Editorial CAP,
1962], p.38. Algunos padres de la iglesia denominaron
antilegoúmena (discutidos) a la Epístola a los Hebreos,
2 y 3 de Juan, 2 de Pedro, Santiago, Judas, y
Apocalipsis. Son deuterocanónicos en el sentido de haber
entrado al canon algo después que los otros libros. Hoy
los católicos los consideran como libros canónicos.
Algunos pasajes del NT, ausentes en las versiones
griegas más antiguas (Mar. 16: 9-20; Luc. 22: 43-44;
Juan 7: 53 al 8: 11; etc.) son algunas veces llamados
"deuterocanónicos". Acerca de éstos dice Salvador Muñoz
Iglesias, profesor de Sagrada Escritura en el Seminario
Mayor de Madrid y director de la revista Estudios
Bíblicos: "Realmente las secciones deuterocanónicas [del
NT] son simples problemas de crítica textual"
(Enciclopedia de la Biblia [Ediciones Garriga], t. II,
col. 886). Si bien los siete libros y los pasajes
mencionados podrían denominarse "deuterocanónicos", por
no haber formado parte del primer canon del NT, no dejan
ahora de formar parte del Nuevo Testamento reconocido,
tanto por católicos como por protestantes.
A continuación, este mismo autor añade: "Conviene
advertir que los protestantes, siguiendo la nomenclatura
de San Jerónimo, llaman apócrifos a estos libros
deuterocanónicos, y pseudoepígrafos a los que nosotros
llamamos apócrifos.
Como dato ilustrativo mencionamos que se reconocen como
pseudoepígrafos -o que es evidente que se recurrió a un
fraude para atribuir a un autor bíblico determinado
libro, ajeno a las Escrituras- a obras tales como la
Epístola de los apóstoles, escrita alrededor del año
175; la llamada Epístola de San Pablo a los Laodicenses,
escrita no antes del siglo V, y que fue redactada con la
intención de que pareciera la carta que el apóstol
escribió a Laodicea (Col. 4: 16); la Epístola de San
Pablo a los alejandrinos, que sin duda fue escrita por
algún discípulo del hereje Marción (?-160). Hay otras
obras también catalogadas como espurias. Entre ellas,
diversos "Evangelios" como el atribuido a San Pedro, y
varios "Apocalipsis" como el de San Pablo, Esteban,
Tomás, Zacarías y otros.
La Versión Popular
La edición de esta Biblia hecha por la Sociedad Bíblica
Americana en 1979, fue publicada por pedido de una
entidad católica, como puede verse en la nota que está
87 en la primera página, y que reproducimos
parcialmente: "El Consejo Episcopal Latinoamericano -
CELAM-mira con satisfacción la publicación completa de
la Versión Popular de la Biblia en español, 'Dios habla
hoy', la cual, realizada con la colaboración de
biblistas católicos, contiene, de acuerdo con nuestro
pedido, los libros Deuterocanónicos y está destinada a
la difusión de la Palabra de Dios en la América Latina".
Está firmada por Alfonso López Trujillo, Secretario
General del CELAM.
El Índice de esta Biblia está dividido en tres partes:
Antiguo Testamento, Libros Deuterocanónicos y Nuevo
Testamento. Esta división podría sugerir a los lectores
poco acostumbrados a estudiar y menear la Biblia, que
éste ha sido siempre el contenido y distribución de
ella.
Los libros apócrifos están precedidos de un corto
prólogo titulado LIBROS DEUTEROCANÓNICOS, en donde se
dan algunas explicaciones, de las cuales citamos las
siguientes líneas :* "Estos libros no se encuentran en
la Biblia hebrea tal como la fijaron los rabinos judíos
a fines del siglo I de la Era Cristiana. Pero formaban
parte de la versión griega llamada Septuaginta, hecha
probablemente a partir del año 250 a. C., y que fue la
versión usada en un principio por los judíos de habla
griega y por los primeros cristianos. A los libros de la
Biblia hebrea se les llama también protocanánicos, o sea
del 'primer canon' . . .
"La inclusión de los libros deuterocanónicos dentro del
Antiguo Testamento ha sido objeto de discusión desde
tiempos muy antiguos. Ya hemos visto que finalmente
optaron por excluirlos [esto no es claro, pues no se
dice quiénes optaron por esa exclusión ni cuándo lo
hicieron]. Algunas iglesias han hecho lo mismo o no les
conceden la misma autoridad que a los otros libros, y
prefieren darles el nombre de Apócrifos . . . La Iglesia
Católica Romana y algunas iglesias orientales los
reciben como parte integrante de las Escrituras, y
algunas confesiones protestantes los reconocen como
libros provechosos para la lectura privada aunque no los
consideran como base de doctrina.
"Algunas veces estos libros deuterocanónicos se imprimen
intercalados con los protocanónicos; otras veces se los
incluye como un grupo aparte antes del Nuevo Testamento,
que fue lo que hizo San Jerónimo en su versión latina y
que es lo que se ha hecho en la presente edición.
"No es de la competencia de las Sociedades Bíblicas
fallar sobre las cuestiones en que difieren entre sí las
iglesias cristianas, como en el caso de los libros
deuterocanónicos, ni les corresponde dictaminar en
cuanto a la autoridad de éstos".
Los deuterocanónicos de esta edición de la Biblia han
sido colocados en sección aparte, pero hay más de 400
referencias a ellos al pie de las páginas de muchos de
los libros protocanónicos. Sólo hay 12 libros del AT y 6
del NT donde no hay estas referencias.
Es interesante notar que 1 Mac. 1: 54 y 2 Mac. 6: 2
están entre las referencias correspondientes a Dan. 9:
27; 11: 31 y 12: 11; 1 Mac. 1: 1-9 se ha relacionado con
Dan. 11: 3-4; 1 Mac. 1: 17-19 con Dan. 11: 25; 1 Mac. 1:
20-24 con Dan. 11: 28; 2 Mac. 7: 9, 14, 23 con Dan. 12:
2; 2 Mac. 2: 4-8 acompaña como referencia a Apoc. 11:
19; y 1 Mac. 1: 54; 6: 7 a Mat. 24: 15 y Mar. 13: 14. En
todos estos casos la sugerencia para la 88 comprensión
de los pasajes proféticos de Daniel, Mateo, Marcos y
Apocalipsis está influida por elementos ajenos al canon
hebreo.
Marco histórico de
este tema
En favor de la aceptación de los libros apócrifos se ha
argumentado que a veces fueron citados por algunos
"padres" de la iglesia, o sea, por aquellos que
cronológicamente vienen después de los apóstoles.
Esta afirmación pierde su valor cuando se piensa en que
hubo casos cuando ciertos "padres" recurrieron a autores
paganos para apoyar algunas de sus afirmaciones. Por
ejemplo, Justino Mártir (muerto c. 165) se valió de los
llamados "Oráculos sibilinos". Estos antiquísimos
escritos gozaban "de gran prestigio y autoridad entre
las gentes incultas y supersticiosas" (Luis M. de
Cádiz,* Historia de la literatura patrística [Buenos
Aires: Editorial Nova, 1954], p. 295). Este autor
también refiere que se apoyaron en el texto de las
"sibilas": Hermas (padre apostólico de mediados del
siglo II) y Teófilo de Antioquía (fines del siglo II).
Además de recurrir a los "Oráculos" ya mencionados,
Justino dependió alguna vez del astrólogo Hystaspes; lo
hizo en su Primera apología, cap. 20; asimismo citó los
llamados Hechos de Poncio Pilato como si hubiera sido un
auténtico relato de la muerte de Cristo (Id., cap. 25,
35, 48).
También es verdad que algunos de los escritores
cristianos de los primeros siglos algunas veces citaron
de los libros apócrifos, dando así la impresión de que
los consideraban como parte esencial de las Sagradas
Escrituras. Sin embargo, este hecho debe considerarse
teniendo en cuenta que también citaban como escritos
divinamente inspirados algunos libros que no son
reconocidos como tales ni por los católicos ni por los
protestantes. Clemente de Alejandría (muerto c. 220) es
un destacado ejemplo de esta realidad. El utilizó los
libros de Tobit (Tobías), Eclesiástico, Baruc, Judit y
Sabiduría como si fueran inspirados por Dios. Pero,
dándoles la misma validez, utilizó también la Epístola
de Bernabé, el Pastor de Hermas, la Epístola de Clemente
Romano, la Predicación de Pedro, las Tradiciones de
Mateo, el Evangelio según los Egipcios, el Cuarto Libro
de Esdras, la Disciplina del Señor, el Evangelio a los
Hebreos, el Apocalipsis de Pedro y los Dichos de Cristo
a Salomé.
El mismo Clemente reconoció que mezclaba deliberadamente
las enseñanzas paganas y cristianas. Dice en cuanto a su
libro Strómata (literalmente, "tapices", en sentido
figurado, "misceláneas"): "Nuestro libro no se quedará
corto en usar de lo que es mejor en filosofía y otras
instrucciones preparatorias". Luego añade: "Strómata
contendrá la verdad mezclada con los dogmas de la
filosofía, o más bien cubierta y oculta como la parte
comestible de la nuez en la cáscara" (Strómata, lib. 1,
cap. 1, citado en The Ante-Nicene Fathers [Los padres
antenicenos], [Grand Rapids, Michigan: Eerdmans
Publishing Company, 1956], t. II, pp. 302-303).
Lo que reconoce Clemente nos muestra cómo las enseñanzas
de algunos de los escritores cristianos de los primeros
siglos habían recibido la influencia del paganismo, y
especialmente del pensamiento griego que tanto
penetraría en el cristianismo.
En cuanto al empleo de citas que no son bíblicas, más de
un autor ha destacado que el apóstol Pablo mencionó en
tres oportunidades, o por lo menos hizo alusión, a tres
poetas griegos anteriores a sus días. Durante su
discurso en el Areópago usó las palabras de los "propios
poetas" de los atenienses. "En él vivimos, y nos
movemos, y somos" (Hech. 17: 28) es una expresión de
Epiménides de Cnosos (Creta), filósofo y poeta del siglo
VII a. C. "Linaje suyo somos" (Hech. 17: 28) son
palabras de Arato de Cilicia (315-245 a. C.) registradas
en su obra titulada Fenómenos. "Las malas conversaciones
89 corrompen las buenas costumbres" (1 Cor. 15: 33) es
un dicho -que quizá llegó a convertirse en un refrán
popular- del poeta ateniense Menandro (343-280 a. C.).
"Los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias,
glotones ociosos" (Tito 1: 12), es también una cita de
Epiménides de Creta, "propio profeta" de sus
conciudadanos. Pero es evidente que estas citas no
tuvieron el propósito de dar validez de autores
divinamente inspirados a esos escritores griegos. Sólo
sirvieron para que la enseñanza del apóstol fuera más
eficaz. El jamás hizo una "mezcla" de "los dogmas de la
filosofía" con las verdades reveladas.
Los que se sienten inclinados a reconocer como canónicos
los apócrifos, también han puesto énfasis en que ya
antes del Concilio de Trento (1545-1563) habían sido
aceptados como parte del AT por el Concilio de Cartago
(397 d. C.) y el de Florencia (1439). Sin embargo, el de
Cartago fue un mero sínodo local, por lo que se
desvanece su autoridad para dictaminar en cuanto al
canon bíblico. Y el de Florencia, cuyo principal
propósito fue el de lograr la unión de la Iglesia Griega
Ortodoxa con Roma, evidentemente no se pronunció en
cuanto a este tema. Así lo demostró en 1657, John Cosin
(1594- 1672), prelado anglicano y erudito escritor,
autor de la obra Scholastical History of the Canon of
Holy Scripture (Historia escolástica del canon de las
Sagradas Escrituras). Este escritor inglés comprobó
suficientemente que el supuesto decreto conciliar en el
que se daba valor canónico a los libros apócrifos en
realidad fue una falsificación introducida en un resumen
posterior de las actas del concilio.
Una definición
autorizada
San Jerónimo (347-420) definió cuál debería haber sido
la posición de la iglesia cristiana frente a estos
libros. El enseñaba: "Evite ella [la iglesia] todos los
escritos apócrifos, y si es inducida a leer los tales no
por la verdad de las doctrinas que contienen sino por
respeto de los milagros contenidos en ellos, comprenda
ella que no fueron realmente escritos por aquellos a
quienes se los atribuye; que en ellos se han introducido
muchos elementos imperfectos y que se requiere infinita
discreción para buscar oro en medio de la escoria"
(Carta CVII a Laeta, párrafo 23, cita traducida de A
Select Library of Nicene and Post Nicene Fathers of the
Christian Church [Una selecta biblioteca de Padres de la
iglesia, nicenos y postnicenos], 2.a serie, t. VI, p.
194).
Refiriéndose en forma más específica a los libros
apócrifos y otras añadiduras, dice, Jerónimo: "El libro
de Daniel en hebreo no contiene el relato de Susana
[cap. 13], ni el canto de los tres jóvenes [parte
añadida al cap. 3], ni las fábulas de Bel y del dragón
[cap. 14]. Debido a que se los encuentra por doquiera,
les hemos dado la forma de un apéndice [al libro de
Daniel] anteponiéndoles una señal . . . para que los no
informados no piensen que hemos eliminado una porción de
este volumen" (Prefacio a Daniel, Id., p. 494).
También afirma, Jerónimo: "La iglesia lee Judit, Tobías
[o Tobit] y los libros de los Macabeos, pero no los
admite en las Escrituras canónicas. De modo que léanse
estos dos volúmenes para la edificación de la gente, no
para dar autoridad a las doctrinas de la iglesia"
(Prefacio a Proverbios, Eclesiastés y el Cantar de los
Cantares, Id., p. 492).
Más adelante podremos comprobar cuánta verdad hay en la
afirmación de que en los "deuterocanónicos" hay "muchos
elementos imperfectos y que se requiere infinita
discreción para buscar oro en medio de la escoria".
También se podrá ver por qué los relatos de "Bel" y del
"dragón" merecieron ser llamados "fábulas". Es evidente
que si bien esos escritos circulaban "por doquiera", no
tenían validez para "dar autoridad a las doctrinas de la
iglesia".
Jerónimo tradujo el AT del hebreo al latín con sumo
cuidado: gastó 21 años en este trabajo. Pero no dio
importancia a las porciones apócrifas. Por ejemplo, en
el libro de Tobías -como lo afirma el mismo Jerónimo-
sólo empleó un día de trabajo (Prefacio a Tobías).
La erudición, la autoridad y el testimonio de, Jerónimo
debieran tener un peso decisivo en este tema, porque no
hay otro escritor cristiano más apto a quien podamos
acudir durante los siglos IV y V. Cuando tradujo la
Vulgata tuvo que informarse totalmente y usar un
criterio claro y netamente bíblico, para separar los
escritos dudosos y determinar cuáles podían aceptarse y
cuáles debían ponerse al margen del texto sagrado.
El testimonio de otros
antiguos expositores
Además de Jerónimo, se destacan varios autores
cristianos de los primeros siglos que se ocuparon en
forma desapasionada de este tema. Después de diligentes
investigaciones enumeraron los libros que deben
aceptarse legítimamente como parte del AT y, por otro
lado, rechazaron los apócrifos. Estos expositores que
provinieron de los ambientes más diversos, son: Melitón
de Sardis (siglo I) y Orígenes de Alejandría (siglo III).
Posteriormente, en el siglo IV, concuerdan con estos
dos: Atanasio de Alejandría, Cirilo de Jerusalén,
Hilario de Poitiers, Epifanio de Salamina, Gregorio
Nacianceno de Capadocia, Anfiloquio de Asia Menor y
Rufino de Italia. A esta nómina debe añadirse el
Concilio de Laodicea, también del siglo IV.
A Melitón de Sardis debemos "la primera lista cristiana
de las Escrituras hebreas. Ella concuerda con el canon
judío y el protestante, y omite los apócrifos" (Philip
Schaff, History of the Christian Church [Historia de la
iglesia cristiana], [Grand Rapids, Michigan: Eerdmans,
1962], t. II, p. 738). Debe notarse que alrededor del
año 170 Melitón fue a Judea para informarse y asegurarse
del verdadero número de los libros del AT.
Aquí corresponde destacar la figura de Orígenes
(185-254), cuya erudición ha sido siempre reconocida.
Además "tenía acceso a informaciones y a libros que no
existen desde hace mucho . . . La lista de Orígenes
incluye 39 libros canónicos [del AT], agrupados de modo
que sumen 22, con Rut y Lamentaciones unidos con Jueces
y Jeremías, respectivamente . . . A continuación de la
lista añade, y aparte de éstos, están los libros de los
Macabeos'. De modo que Orígenes concuerda con el canon
judaico precisa y explícitamente, con la excepción de
que declara que el libro de Jeremías incluye también
Lamentaciones y la Epístola de Jeremías" (R. Laird
Harris, Inspiration and Canonicity of the Bible
[Inspiración y canonicidad de la Biblia], [Grand Rapids:
Zondervan, 1971], p. 189). Corresponde aclarar que la
llamada "Epístola de Jeremías" forma el cap. 6 de Baruc.
De Orígenes se ha dicho que era "prodigioso" en la
"crítica del texto bíblico" (Luis M. de Cádiz, citando
al autor francés Battifol, en su op. cit., p. 202).
Refiriéndose a esta labor "crítica" del texto de la
Biblia, dice un escriturista católico: "Las divergencias
de la versión de los LXX con respecto al texto hebreo y
las alteraciones de transmisión, fueron pretexto para
polémica entre judíos y cristianos. Orígenes, para
eliminar este inconveniente, compuso una obra colosal de
unos cincuenta volúmenes (240-245), donde dispuso por
columnas paralelas, palabra por palabra o frase por
frase, el texto hebreo, el texto hebreo transcrito en
letras griegas, las versiones de Aquila, Símaco, los LXX
y Teodoción, por eso recibió el nombre de Hexapla
('Biblia en seis columnas') . . . Purificó críticamente
la versión de los LXX, de donde se llama a esta forma
Recensión origeniana o texto hexaplar de los Setenta"
(Enciclopedia de la Biblia [Ediciones Garriga], t. II,
columna 359).
Alejandro Olivar, profesor de Patrología en la Abadía de
Montserrat, Barcelona, refiriéndose a Orígenes, ensalza
su "base técnica de crítica textual, filológica e
histórica". También lo considera como a "uno de los
mayores eruditos que han existido" (Id., t. V, columnas
689 y 687).
Sería muy amplio el espacio necesario para presentar más
testimonios acerca de la autoridad de Orígenes en el
tema que nos ocupa. Podemos no concordar con él en
cuanto a todas sus interpretaciones doctrinales de las
Escrituras, pero tenemos que respetar su conocimiento de
los documentos bíblicos existentes en su siglo, y en
este caso la antigüedad resulta un valioso argumento en
su favor.
Atanasio, en el año 326, después de enumerar los 22
libros canónicos hebreos, añade: "Además de éstos los
otros libros que ciertamente no están incluidos en el
canon, pero están indicados por los Padres para que los
lean aquellos que son nuevos entre nosotros y que desean
instrucción". Luego enumera la Sabiduría de Salomón y la
Sabiduría de Sirac (o Sirácida; otro nombre del
Eclesiástico), Éster, Judit, Tobías, la Enseñanza de los
Apóstoles (más conocida como Didajé, o Doctrina de los
Doce Apóstoles), y el Pastor de Hermas (Carta 39.7, The
Ante Nicene and Post- Nicene Fathers, [Los padres
antenicenos y postnicenos], [Grand Rapids, Michigan:
Eerdmans], 2.a serie, t. IV, p. 552).
Cirilo de Jerusalén, en 348, después de narrar la
leyenda que refiere la supuesta forma en que fue
traducida la LXX (Disertaciones catequísticas, IV, 34),
continúa: "De éstos [los libros de la Septuaginta, a la
cual se está refiriendo] lee los 22 libros, pero no
tomes en cuenta los escritos apócrifos . . . Y del
Antiguo Testamento, como hemos dicho, estudia los 22
libros" (VI, 35, en The Ante Nicene and Post-Nicene
Fathers, 2.a serie, t. VIII, p. 27).
Rufino, en su opúsculo titulado: Comentarios sobre el
credo de los apóstoles, después de enumerar los libros
canónicos en el párrafo 37 de esa obrita, continúa
diciendo que "debe saberse que hay también otros libros
que nuestros padres no llaman 'canónicos' sino
'eclesiásticos' ". Enumera a continuación seis de los
apócrifos, con excepción del libro de Baruc. También
menciona el Pastor de Hermas y Los Dos Caminos (que
quizá equivale a la Didajé), que si bien podían leerse
en las iglesias, "no se recurría a ellos para la
confirmación de la doctrina". Añade que además "hay
otros escritos que ellos llaman apócrifos
[indudablemente, los que en la terminología protestante
son conocidos como 'pseudoepigráficos'] que ellos no
hacían leer en las iglesias" (Id., t. 111, p. 558).
Debe saberse que así como no están los apócrifos en las
listas canónicas de estos autores, tampoco está el libro
de Éster. Este hecho se puede explicar si se tiene en
cuenta que Atanasio se refiere a ese libro diciendo que
no es canónico, "y comienza con el sueño de Mardoqueo".
Esto último demuestra que lo que Atanasio tiene en
cuenta es la añadidura griega que se agregó al texto
hebreo. Dicha añadidura está en la categoría de los
apócrifos. Siendo así, ¿dónde colocan a Éster los padres
de la iglesia que hemos mencionado? W. H. Green responde
a esta pregunta en General Introduction to the Old
Testament, the Text (Introducción general al Antiguo
Testamento, el texto), (1899), p. 166, con estas
palabras: "Éster es un libro canónico entre los hebreos;
y así como Rut se considera [en la antigua catalogación
hebrea] como un solo libro con Jueces, así también Éster
con algún otro libro" (citado por R. Laird Harris, en op.
cit., pág. 190).
Unos cuatro siglos después de Orígenes y unos 170 años
después de Jerónimo, Gregorio Magno, papa de 590 a 604,
al citar de 1 Macabeos, afirma: "Presentamos un
testimonio de libros que aunque no son canónicos, sin
embargo son publicados 92 para la edificación de la
iglesia" (W. H. Green, op. cit., p. 176, citado por R.
Laird Harris, en op. cit., p. 192).
Aproximadamente mil años después del papa Gregorio
Magno, el cardenal español Francisco Jiménez de Cisneros
(1436-1517), erudito y propulsor de la preparación de la
Biblia Políglota Complutense, dedicada al papa León X y
aprobada por éste, escribió en el prefacio de esa obra
que los libros impresos en ella, que no estaban en el
canon hebreo -los apócrifos-, sólo se usaban para
"edificación". Esto fue escrito poco antes de la Reforma
del siglo XVI.
El testimonio de los
judíos
El apóstol Pablo pregunta: "¿Qué ventaja tiene, pues, el
judío?", y responde: "Mucho, en todas maneras. Primero,
ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de
Dios?" (Rom. 3: 1-2, RVR). En esos días, esa "palabra"
divina estaba formada por "la ley de Moisés,... los
profetas y... los salmos" (Luc. 24: 44), es decir, que
el AT estaba ya formado exclusivamente por los libros
que no admiten discusión. Este pasaje de Romanos es, por
lo tanto, importantísimo para reconocer la autoridad y
origen del canon hebreo del AT. Se trata del antiguo
canon fijado, tradicionalmente, por Esdras (siglo V a.
C.), "sacerdote y escriba erudito en la ley del Dios del
cielo" (Esd. 7: 12).
A este respecto contamos con el valioso testimonio de
Flavio, Josefo, más conocido como "Josefo" (siglo I d.
C.), culto y bien documentado historiador judío,
expositor de la antigüedad y excelencia de su religión y
su raza, quien afirma: "No tenemos una innumerable
multitud de libros discordantes y contradictorios entre
sí [como tienen los griegos], sino sólo 22 libros que
contienen los requisitos de todos los tiempos pasados
[es decir, lo registrado en el AT desde la creación en
adelante], los cuales con justicia son considerados
divinos; y cinco de ellos pertenecen a Moisés, los que
contienen sus leyes y las tradiciones del origen de la
humanidad hasta la muerte de él. Este lapso abarcó poco
menos de tres mil años; pero en lo que respecta al
tiempo desde la muerte de Moisés hasta el reinado de
Artajerjes, rey de Persia, que reinó después de Jerjes,
los profetas que fueron después de Moisés escribieron en
trece libros lo que sucedió en sus tiempos. Los cuatro
libros restantes contienen himnos a Dios y preceptos
para la conducta de la vida humana. Es cierto que
nuestra historia ha sido escrita muy minuciosamente a
partir de Artajerjes; pero nuestros antepasados no la
han estimado de la misma autoridad, porque no ha habido
una exacta sucesión de profetas desde ese tiempo; y lo
que hacemos demuestra la firmeza con que hemos dado
crédito a esos libros de nuestra propia nación; pues
durante tantos siglos como los que ya han pasado, nadie
ha sido tan atrevido como para añadir cosa alguna a
ellos, quitarles algo, o hacerles cambio alguno; porque
llega a ser natural y espontáneo en todos los judíos,
desde su mismo nacimiento, estimar que estos libros
contienen doctrinas divinas y persistir en ellas y, si
fuera necesario, estar dispuestos a morir por ellas"
(Contra Apión, i. 8, en The Life and Works of Flavius
Josephus [La vida y trabajos de Flavio Josefo],
[Filadelfia: The John C. Winston Company, s/f], pp.
861-862).
Josefo enumera 5, 13 y 4 (22) libros. Es una manera
judaica de hacer coincidir esta cifra con el número de
las letras del alfabeto hebreo. Los 39 libros del AT
reconocidos como canónicos por todos los cristianos
corresponden con estos 22 de la siguiente manera: los 12
profetas menores son computados como un solo libro; los
dos libros de Samuel se cuentan como uno; lo mismo se
hace con Reyes y Crónicas; Esdras y Nehemías equivalen a
uno; Lamentaciones se une con Jeremías; Rut con Jueces.
De ese modo, en total hay que restar 17 unidades. La
cuenta es exacta y no 93 deja lugar para "añadir",
"quitar" o "hacer cambio alguno".
Por regla general, los escrituristas judíos se referían
a los "veintidós" libros de las Escrituras -al AT-
coincidiendo con Flavio Josefo. Sin embargo, en el
tratado talmúdico Baba Bathra se computan 24 libros.
Este número resulta de separar a Rut de Jueces, y a
Lamentaciones de Jeremías.
A este mismo tema se refiere David Allan Hobbard, autor
del artículo titulado "La formación del canon", que
forma parte de las explicaciones introductorias de La
Biblia de estudio Mundo Hispano. Dice ese autor: "La
referencia judía más importante al canon es la del
tratado talmúdico conocido como Baba Bathra. Las fechas
talmúdicas son muy difíciles de precisar, pero el
material en esta sección es probablemente del siglo II o
I a.C. . . Los autores de la mayoría de los libros son
mencionados; y no se mencionan libros que no se
encuentran en el canon protestante" (Ed. de 1977, p.
25). Por supuesto, en el canon, que Hobbard llama
"protestante" no tienen cabida los libros apócrifos.
Opiniones
representativas sobre los libros apócrifos
Las únicas voces de la antigüedad cristiana en favor de
estos libros son las de Agustín de Hipona (356- 430) y
las decisiones de los concilios de Hipona (393) y
Cartago (397), que dominó Agustín. Sin embargo, este
teólogo y filósofo distinguía entre la canonicidad de
los Macabeos al compararlos con los otros libros de las
"Sagradas Escrituras que son llamados canónicos", y
hacía destacar que los libros de los Macabeos no eran
reconocidos como divinamente inspirados por los judíos,
pero sí por la iglesia, "debido a los violentos y
extraordinarios sufrimientos de ciertos mártires" (De
Civitate Dei [La ciudad de Dios], xviii, 36, pasaje
citado por R. Laird Harris, en op. cit., pp. 190-191).
Más aún, refiriéndose a libros como el de Judit, Agustín
afirma: " 'No se encuentran en el canon que recibió el
pueblo de Dios, porque una cosa es poder escribir como
hombres con la diligencia de historiadores, y otra como
profetas con inspiración divina; los primeros concernían
al aumento de conocimientos; los segundos, a autoridad
en religión, en cuya autoridad se conserva el canon' " (Id.,
xviii, 26, pasaje citado por R. Laird Harris, en op. cit.,
p. 191).
Por lo tanto, Agustín reconoció la diferencia que hay
entre los libros canónicos y los que no lo son. Aunque
no fue tan categórico como Jerónimo, llegó a coincidir
con él.
El destacado personaje judío Filón de Alejandría (20 a.
C.-50 d. C.), también conocido como Filón Hebreo, en
toda su extensa producción literaria nunca citó ni
mencionó los libros apócrifos como parte de las Sagradas
Escrituras. La importancia de este hecho se destaca si
se toma en cuenta que este Filón (hay varios personajes
griegos de esa época con el mismo nombre) era un judío
helenizado que se esforzaba por armonizar las enseñanzas
de Platón, Aristóteles y otros filósofos griegos paganos
con las doctrinas religiosas de la Torah hebrea.
Los israelitas de la actualidad que se ocupan de
cuestiones bíblicas han mantenido su posición de
conservar el AT sin los libros llamados
"deuterocanónicos" por los autores católicos. Por
ejemplo, la nueva versión castellana de origen judío
-que, como es obvio, sólo contiene el AT- efectuada por
León Dujovne y Manasés y Moisés Konstantynowski, editada
en 1961 por Editorial Sigal, Corrientes 2854, Buenos
Aires, sólo tiene los 39 libros conocidos como "protocanónicos"
en el ambiente católico.
En cuanto al Concilio de Hipona, a pesar de haber tenido
una amplia influencia, fue sólo un sínodo local; no fue
ecuménico. Además, para la zona del África del 94 norte,
donde estaba situada Hipona, "el canon judío era
prácticamente desconocido" (Charles H. H. Wright y
Charles Neil, A Protestant Dictionary [Un diccionario
protestante], [Detroit: Gale Researcher Company, 1972],
p. 264).
El de Cartago también fue sólo local; asistieron 44
obispos. "Su decreto sobre el canon de las Escrituras no
fue confirmado hasta 692 por el Concilio Trullano de
Constantinopla, cuando fue aceptado por la iglesia
oriental" (Id., p. 150).
Los libros apócrifos y
el Nuevo Testamento
Hay escrituristas que procuran demostrar que en el NT
hay varias referencias, o por lo menos alusiones, a
estos controvertidos libros. Afirman, por ejemplo, que
Efe. 6: 13-17, en donde Pablo mediante una metáfora
describe la armadura del cristiano, es un eco del libro
de la Sabiduría, donde leemos: "El Señor se vestirá de
su ira como de una armadura, y se armará de la creación,
para castigar a sus enemigos; se revestirá de justicia
como de una coraza; se pondrá como casco el juicio
sincero, tomará su santidad como escudo impenetrable,
afilará como una espada su ira inflexible y el universo
combatirá a su lado contra los insensatos. Desde las
nubes saldrán certeros relámpagos y rayos, como de un
arco bien templado, y volarán hacia el blanco; y con
furor saldrá el granizo disparado como piedras" (cap. 5:
17-22 ).* No podemos saber si el apóstol -consciente o
inconscientemente- imitó de alguna manera la comparación
atribuida a Salomón; pero sí es evidente que no es una
cita ni que tampoco el apóstol se refiere
específicamente a ese libro.
En cambio hay numerosas citas y claras referencias a
pasajes del AT que siempre corresponden con los 39
libros que los judíos tenían como divinamente
inspirados. Hay citas de varios de esos 39 libros que,
en ocasiones, son llamados "las Escrituras", con lo cual
se les reconoce la jerarquía de la Palabra inspirada por
Dios. Por ejemplo, las palabras de Jesús que dicen:
"¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que
desecharon los edificadores . . . ?" (Mat. 21: 42) son
una cita de Sal. 118: 22-23. Cuando Marcos escribe: "Se
cumplió la Escritura que dice: Y fue contado con los
inicuos" (Mar. 15: 28), está citando a Isa. 53: 12.* Hay
varios otros casos cuando autores del NT usaron las
expresiones "la Escritura" o "las Escrituras" para citar
determinado pasaje del AT. Tales son los pasajes
siguientes:
NT
AT
Luc. 4: 17-21................................. Isa 61:
1-2
Juan 7: 38...................................... Eze.
47: 1; Zac. 14: 8 *
Juan 13: 18; 17: 12....................... Sal. 41: 9;
Juan 19: 24.................................... Sal. 22:
18
Juan 19: 28.................................... Sal. 69
:21
Juan 19: 36.................................... Sal. 34:
20
Juan 19: 37.................................... Zac. 12:
10
Hech. 8: 32-33............................... Isa. 53:
7-8
Rom. 4: 3....................................... Gén.
15: 6
Rom. 9: 17..................................... Éxo. 9:
16
Rom. 10: 11; 1 Ped. 2: 6 .............. Isa. 28: 16
Rom. 11: 2-3.................................. 1 Rey.
19: 10,14
1 Cor. 15: 3.................................... Isa.
53: 5-12
1 Cor. 15: 4.................................... Sal.
16: 8-10
Gál. 3: 8.......................................... Gén.
12: 3
Gál. 4: 30........................................ Gén.
21: 10
1 Tim. 5: 18.................................... Deut.
25: 4
Sant. 2: 8........................................ Lev.
19: 18
Sant. 2: 23...................................... Gén.
15: 6
Sant. 4:5-6...................................... Prov.
3: 24
Hay ocasiones en las que se menciona "el libro de los
Salmos" (Luc. 20: 42-43) para citar Sal. 110: 1, "el
salmo segundo" (Hech. 13: 33) para citar Sal. 2: 7;
"otro salmo" (Hech. 13: 35) para citar Sal. 16: 10; y
también "los salmos" (ver com. Luc. 24: 44) para notar
una división del AT.
A veces se hace referencia a "Isaías", al "profeta
Isaías" o a "la profecía de Isaías" (Mat. 3: 3; 4: 14;
8: 17; 12: 17; 13: 14; 15: 7; Mar. 1: 2 [este último
versículo tiene también una referencia a Malaquías]; 7:
6; Luc. 3: 4; 4: 17; Juan 1: 23; 12: 38-39; Hech. 28:
25; Rom. 9: 27, 29; 10: 16, 20; 15: 12). Mateo emplea la
expresión "lo dicho por el Señor por medio del profeta"
(Mat. 1: 22), cita de Isa. 7: 14; o "el profeta" (Mat.
2: 5), cita de Miq. 5: 2; (2: 15), cita de Ose. 11: 1;
(13: 35), cita de Sal. 78: 2; (27: 35), cita de Sal. 22:
18; "los profetas" (Mat. 2: 23), cita de Isa. 11: 1.,
Juan dice "los profetas" (Juan 6: 45), cita de Isa. 54:
13. Lucas escribe "los profetas" (Hech. 7: 42), cita de
Amós 5: 25-27; (13: 40), cita de Hab. 1: 5; (15: 15),
cita de Amós 9: 11-12; también dice "el profeta" (Hech.
7: 48), cita de Isa. 66: 1-2.
La expresión "la ley" (Mat. 12: 5) es una referencia a
Núm. 28: 9-10; en Luc. 2: 23, esa misma expresión, es
una cita de Exo. 13: 2, 12; Juan 12: 34 es cita de Sal.
110: 4; Rom. 7: 7 corresponde con Exo. 20: 17 y Deut. 5:
21; 1 Cor. 14: 21 con Isa. 28: 11-12; al decir Cristo:
"Vuestra ley" (Juan 10: 34), citaba de Sal. 82: 6; y
cuando dijo: "Su ley" (Juan 15: 25), citaba de Sal. 35:
19 y 69: 4.
Cuando Jesús afirmó: "Moisés dijo" (Mar. 7: 10), citaba
de Exo. 20: 12 y Deut. 5: 16; a continuación, al decir
"el que maldiga al padre o a la madre, muera
irremisiblemente" (vers. 10) citaba de Exo. 21:17 y Lev.
20:9; luego, refiriéndose a esos pasajes, los llama
"palabra de Dios" (Mar. 7: 13).
En otros versículos se menciona a "Moisés" para citar
algún pasaje del Pentateuco o hacer una nítida
referencia a él (ver Mat. 8: 4; 19: 7; 22: 24; Mar. 1:
44; 7: 10; 10: 4; 12: 19; Luc. 5: 14; 20: 28, 37; Juan
8: 5; Hech. 3: 22; Rom. 9: 15; 10: 5, 19; Heb. 12: 21).
En el NT también se emplea la frase "el libro de Moisés"
(Mar. 12:26), o "la ley de Moisés" (Luc. 2: 22; 1 Cor.
9: 9).
Se nombra a "David" para citar alguna porción de los
Salmos en Hech. 2: 25 (Sal. 16: 8-1l); Hech. 4: 25 (Sal.
2: 1-2); Rom. 11:9 (Sal. 69: 22-23); Heb. 4: 7 (Sal. 95:
7-8).
Otros escritores del AT son citados un menor número de
veces: Jeremías (Mat. 2: 17); se menciona otra vez a,
Jeremías en Mat. 27: 9, aunque aquí la cita es de Zac.
11: 12-13; Isaías (Mat. 13: 14); Daniel (Mat. 24: 15);
Oseas (Rom. 9: 25); Joel (Hech. 2: 16); Jonás (Mat. 12:
39-41; 16: 4; Luc. 11: 29-30); Zacarías (Mat. 21: 4).
La minuciosidad, exactitud y abundancia de esta
enumeración muestran cómo se entrelazan mutuamente el NT
y el AT mediante repetidas citas y claras referencias, y
sobre todo, cómo se destaca la excelsa jerarquía que los
escritores neotestamentarios 96 reconocen en el AT. Debe
destacarse esto último, porque puede haber referencias
en el NT que no signifiquen que su autor reconociera que
la fuente de que se está valiendo haya sido divinamente
inspirada. Por Ejemplo, en Hech. 17: 28 Pablo citó a
Epiménides de Creta (siglo VI a. C.), y en ese mismo
versículo también citó palabras de Arato de Cilicia
(siglo III a.C.), sin que esto signifique que el apóstol
hubiera colocado a esos autores paganos como portavoces
de la revelación de Dios.
Hay un abismo de diferencia entre las comprobaciones
enumeradas en que se citan los libros canónicos y la
ausencia en el NT de verdaderas citas de los libros
apócrifos. Los autores neotestamentarios no acudían a
pasajes de esos libros controvertidos para establecer
alguna doctrina o para confirmar referencia histórica.
En Eclesiástico y Sabiduría hay pasajes en que se
menciona a personajes de la historia hebrea o se hace
alusión a episodios de ella. Eso no significa que estos
dos libros puedan situarse en el mismo nivel de los que
no son controvertidos. Esto se aclara mediante una
comparación con las obras del historiador judío Josefo
(siglo I d. C.), en las cuales se menciona muchas veces
a numerosos patriarcas, profetas, sacerdotes, reyes y
otros personajes del antiguo Israel, así como a sus
hechos, sin que esto sea un motivo para que se afirme
que Josefo fue un autor cuyas extensas obras puedan
formar parte del canon sagrado.
Es interesante destacar que Josefo empieza su amplia
obra Antigüedades Judaicas (libro I, cap. 1) con las
mismas palabras con que comenzó Moisés el Génesis. Es
evidente que ese historiador se valió de los rollos del
AT de sus días o de lo que había atesorado de ellos en
su memoria.
También hay varios pasajes en Eclesiástico y Sabiduría
que no son otra cosa sino un reflejo del pensamiento
bíblico: "En el reino de la muerte nadie puede alabar al
Altísimo; sólo los que viven pueden darle gracias; el
muerto, como si no existiera, no puede alabarlo"
(Eclesiástico 17: 27-28). Estas palabras son el eco de
Sal. 6: 5; 88: 10-12; 115: 17; 146: 3-4; Isa. 38: 18-19,
donde se enseña que "en la muerte no hay memoria de ti
[de Dios]"; que los muertos no alaban a Dios ni hablan
"en el sepulcro" de la "misericordia" divina; que han
perecido los "pensamientos" de los difuntos. Esta
enseñanza del AT también se refleja en Baruc 2: 17-18:
"No son, Señor, los que ya están en el reino de la
muerte, cuyos cuerpos han quedado sin vida, quienes te
honran y celebran tu justicia. Son, Señor, los que están
vivos pero afligidos en extremo, los que caminan
encorvados y sin fuerzas, con la mirada debilitada por
el hambre, quienes te honran y celebran tu justicia".
No es de extrañarse que en Eclesiástico haya enseñanzas
que son paralelas con las del AT. Su autor o mejor
dicho, su traductor según la introducción del libro
afirma en ella lo siguiente: "La ley, los profetas y los
demás libros que fueron escritos después, nos han
transmitido muchas y grandes enseñanzas. Por eso hay que
felicitar al pueblo de Israel por su instrucción y
sabiduría. Los que leen las Escrituras tienen el deber
no solamente de adquirir ellos mismos muchos
conocimientos, sino que deben ser capaces de ayudar,
tanto de palabra como por escrito, a quienes no han
recibido esta instrucción. Así lo hizo mi abuelo Jesús.
En primer lugar se dedicó de lleno a la lectura de la
ley y los profetas, y de los demás libros recibidos de
nuestros antepasados, y alcanzó un conocimiento muy
grande de ellos; y luego él mismo se sintió movido a
escribir un libro sobre la instrucción y la sabiduría,
para que, practicando sus enseñanzas, las personas
deseosas de aprender puedan hacer mayores progresos
viviendo de acuerdo con la ley . . .
"Al traducirlo he puesto todo el empeño posible . . .
para utilidad de aquellos que, residiendo en el
extranjero, desean instruirse y están dispuestos a
ordenar sus costumbres 97 y vivir de acuerdo con la
ley".
Es, pues, claro que el autor de este libro no fue objeto
de ninguna revelación divina ni se sintió movido por la
inspiración celestial. Sólo fue un comentador de "la
ley, los profetas y los demás libros" que transmitieron
"muchas y grandes enseñanzas" a Israel. Un nieto del
autor, "con todo el empeño posible", tradujo la obra de
su antepasado, quizá unos 50 años después de que fue
escrita, nada más.
La "escoria"
mencionada por Jerónimo
En estos libros hay diferentes clases de errores.
Algunos de ellos son graves anacronismos, y otros son
datos geográficos que no corresponden con la realidad.
Uno de esos notorios errores -quizá el más grave- se
encuentra en el libro de Judit: "Cuando Nabucodonosor
estaba en el año doce de su reinado sobre los asirios en
Nínive, su capital, Arfaxad era rey de los medos en
Ecbatana" (cap. 1: 1). El Nabucodonosor histórico
gobernó en Babilonia de 605-562 a.C., y Nínive fue
destruida por Nabopolasar (padre de Nabucodonosor) en
612 a.C., por lo tanto, nos encontramos frente a una
afirmación completamente equivocada.
Y se afronta un problema histórico de igual magnitud
cuando se intenta identificar a ese "Arfaxad . . . rey
de los medos", pues para esta declaración no hay una
solución aceptable.
Por esta razón Serafín de Ausejo, conocido escriturista
contemporáneo, sacerdote católico autor de la versión de
la Biblia que lleva su nombre, dice en su introducción
al libro de Judit, 6.a edición (Barcelona: Herder,
1966), pp. 549-550: "El difícil encuadramiento de la
historia aquí narrada en la historia universal, la nada
fácil identificación de sus personajes, y, por
consiguiente, la historia misma de la heroína del libro,
Judit, son cuestiones muy discutidas hoy entre los
exégetas, incluso católicos . . .
"Otro problema es saber la época histórica a que se
refiere el relato del libro. ¿Quién fue ese
'Nabucodonosor, rey de Asiria, que reinaba en Nínive (1:
5)'? Porque este célebre rey lo fue de Babilonia cuando
ya no existía Nínive, destruida precisamente por su
padre (año 612 a.C.) . . .
" La geografía y, sobre todo, la cronología presentan
también serias dificultades. Israel ha vuelto ya del
cautiverio y ha restaurado el templo de Jerusalén (la
vuelta fue en el año 538 a.C.).* Si los hechos narrados
en el libro sucedieron antes de la destrucción de
Nínive, ¿cuántos años vivió Judit? . . .
"No tendríamos, pues, aquí historia en sentido estricto.
. . sino un fondo histórico, muy difícil de determinar
hoy, revestido de ropaje novelesco".
En la BJ, ed. de 1967, p. 500, leemos en cuanto al libro
de Judit: "Parece como si el autor hubiese multiplicado
adrede los dislates de la historia para distraer la
atención de cualquier contexto histórico concreto y
llevarla por entero al drama religioso y a su
desenlace".
En la Introducción del libro de Judit, presentada en La
nueva Biblia Latinoamérica [no "Latinoamericana"],
traducción del sacerdote Bernardo Hurault y
colaboradores (Madrid: Ediciones Paulinas, 1972), p.
859, se afirma que "el libro de Judit es una corta
novela".
En la Biblia, también de origen católico, titulada: El
libro del pueblo de Dios, cuya traducción fue presidida
por los presbíteros argentinos Armando J. Levoratti y
Alfredo B. Trusso (Madrid: Ediciones Paulinas, 1980), p.
1681, se dice que el libro de 98 Judit es "un relato
didáctico, con un marco histórico completamente
imaginario".
Es evidente que Jerónimo captó muy bien y hace mucho
tiempo la magnitud de los errores que aquí exponemos,
pues cuando tradujo al latín el libro de Judit, para la
Vulgata, lo hizo, según sus mismas palabras, "en una
sola noche" en que se sintió desvelado. Este último dato
también lo presenta Ausejo.
El libro de Judit tiene 16 capítulos, con un total de
346 versículos. El hecho de que San Jerónimo tradujera
todo ese material en un tiempo tan breve, nos permite
comprobar que él distinguía entre los libros realmente
canónicos y los que no lo son.
En cuanto a Tobías (o Tobit), afirma Ausejo: "El
problema principal en torno a este libro es saber si en
él tenemos una verdadera historia o una especie de
novela piadosa". Y añade: "Hay no pocos detalles
literarios que delatan cómo esa historia ha sido
novelada con fines didácticos. La geografía y la
cronología no parecen ser sino relleno; porque tomadas
al pie de la letra difícilmente se salvan. Tobías era ya
hombre maduro cuando fue deportado de Israel a Nínive (
hacia el año 734 a.C.), y aún vive cuando Nínive fue
destruida (año 612 a. C.). Tendría, pues, más de ciento
cincuenta años" (Id., p. 536).
Otro escritor católico observa en cuanto a este mismo
libro: "Llevado el autor por una preocupación didáctica,
no se preocupa mayormente de la fidelidad con los
detalles de la historia y de la geografía. Partiendo de
un núcleo histórico, ha recurrido a su imaginación para
elaborar una narración encaminada a lograr la finalidad
didáctica que se propuso como fin. Sería tarea inútil
querer trazar una línea de separación entre la historia
verdadera y el relato ficticio. Incluso algunos autores
católicos declaran que no sería impertinente plantearse
la cuestión de si el autor quiso proponer sus enseñanzas
bajo el velo de una ficción" ( Luis Aldarnich,
bibliotecario de la Pontificia Universidad de Salamanca,
en Enciclopedia de la Biblia, [Barcelona: Ediciones
Garriga, S. A.], t. VI, columnas 1039-1040).
En La nueva Biblia Latinoamérica se dice que "el libro
de Tobías es una corta novela" (p. 85l). En la Biblia
titulada El libro del pueblo de Dios se afirma que
Tobías "pertenece al género de los relatos 'edificantes'
o narraciones elaboradas con el fin de transmitir una
enseñanza de carácter moral y religioso" (p. 1705).
En cuanto al libro de Sabiduría, resulta claro que su
autor procuró que se entendiera que la obra fue escrita
por el rey Salomón, pues afirma: "Tú me has escogido por
rey de tu pueblo y por juez de tus hijos y tus hijas; me
ordenaste construir un templo en tu santo monte y un
altar en la ciudad en donde vives" (cap. 9: 7-8); y
añade más adelante: "Mis obras serán entonces de tu
agrado, gobernaré a tu pueblo con justicia y seré digno
del trono de mi padre" (cap. 9: 12).
Refiriéndose a Salomón como el supuesto autor de este
libro, comenta Asuelo que esa paternidad literaria "es
imposible"; y prosigue: "Ya lo advirtieron algunos
santos padres, particularmente San Agustín y San
Jerónimo. El nombre de Salomón no es aquí sino simple
artificio literario" (Sagrada Biblia [Barcelona:
Editorial Heredar, 1966], p.793). En la introducción de
la BJ que corresponde con este libro, también se emplea
la frase "evidente artificio literario" cuando se
describe el hecho de que el autor del libro de Sabiduría
intentó que sus lectores creyeran que Salomón fue el que
lo escribió. Se añade en esa introducción: "El autor es
ciertamente un judío lleno de fe . . ., pero judío
helenizado . . . que vivía en Alejandría" (ed. 1967, p.
877). Rolando E. 0. Murphy, profesor de AT en la
Catholic University of America, de Washington, D.C.,
define así al libro de Sabiduría: "Libro deuterocanónico,
que escribió un judío alejandrino desconocido, en los
alrededores del siglo I a.C." (op. cit. [Ediciones
Garriga], tomo VI, columna 301).
Además, versiones católicas ya antiguas, como Torres
Amat, y las más recientes: Straubinger, Nácar-Colunga,
Bover-Cantera, Nieto, La nueva Biblia Latinoamérica, El
libro del pueblo de Dios, unánimemente reconocen que el
libro de Sabiduría fue escrito en griego, en Egipto, por
algún judío helenizado desconocido, y quizá en el siglo
I a.C.(aunque hay diferencias en la asignación de esta
fecha).
Estamos, pues, ante un caso extraño que es difícil
calificar como de un mero artificio literario" (como
sería cuando legítimamente se usa un seudónimo
reconocido como tal). Es evidente que se ha recurrido a
un "artificio" para dar realce o mayor autoridad a una
obra.
Tal fue el caso de la llamada Epístola de Bernabé,
escrita entre 96-98 d.C, o entre 117-131 (d.C.), cuyo
autor pretendió que se lo reconociera como al Bernabé,
fiel compañero de actividades misioneras de Pablo. La
autenticidad de esta epístola es unánimemente rechazada
porque fue escrita décadas después de la muerte de
Bernabé. Con mayor razón, es obvio que quien escribió en
griego -y un griego no exento de "cierta elegancia",
como se lee en Bover-Cantera-, no muy lejos del comienzo
de la era cristiana, no pudo ser el Salomón del siglo X
a. C.
En cuanto al libro de Baruc se afirma en la Versión de
Ausejo: "Su origen es muy oscuro . . . Aun reconociendo
que originalmente fue escrito en hebreo y que, después
de la traducción al griego, se perdió el original, las
ideas y la contextura de la obra delatan una época
bastante más tardía que la de Jeremías y Baruc". Por eso
reconoce Ausejo que "si bien algunos católicos,
actualmente pocos, admiten aún su autenticidad, como
obra de Baruc, y fijan su origen, por consiguiente, en
el siglo VI [a.C.], hoy son más, siempre dentro del
campo católico, los que lo retrasan hasta el siglo III,
y algunos al siglo I a.C.". Añade: "La atribución a
Baruc se debería a la fuerte personalidad de aquellos
dos grandes hombres, Jeremías y su secretario [Baruc],
con quienes fácilmente relacionó el judaísmo todo lo
referente a la ruina de Jerusalén y al comienzo de la
cautividad babilónica" (ed. 1966, p. 997).
La BJ se refiere a la "colección heterogénea que lleva
el nombre de Baruc" (ed. 1967, p. 990).
El escriturista autor de la versión llamada "Nieto" (su
nombre completo es Evaristo Martín Nieto), consigna:
"Resulta difícil determinar el autor del conjunto y de
cada una de las partes del libro. Ni siquiera entre los
críticos católicos son unánimes las opiniones: no pocos
siguen la línea tradicional y atribuyen el libro a
Baruc; otros, por motivo de examen interno de cada una
de las partes, datos históricos, forma literaria,
contenido doctrinal, etc., fijan su composición entre
los siglos III-II antes de Cristo. No parece sostenible
la opinión de varios acatólicos que retrasan la
composición de algunas partes (II y III) hasta el siglo
I de nuestra era" (ed. de 1966, p. 992).
Bover-Cantera afirma: "No se conserva el original hebreo
[de Baruc]; la versión griega es algo imperfecta" (ed.
1957, p.1033).
Todos estos hechos-reconocidos por autores católicos
eruditos en el tema, como los citados- crean en torno a
este libro la aureola de ser una obrita cuya "atribución
a Baruc" (Ausejo) debe haberse hecho intencionalmente
con el propósito de darle mayor autoridad debido a la
"fuerte personalidad" -diríamos, prestigio- del
secretario de Jeremías. Quizá no haya mucha distancia
entre esto y una obra reconocida como pseudoepigráfica.
Hay una carta de Jeremías a los cautivos, registrada en
el cap. 29 de su libro. Ella no tiene ninguna relación
con otra "carta de Jeremías" que constituye el cap. 6 de
Baruc en la Vulgata, que es como un apéndice, y que
forma una parte separada en la 100 LXX. Acerca de esta
segunda "carta", Ausejo registra que "ya San Jerónimo no
la consideraba auténtica" (loc. cit.).
Episodios extraños
Son varios los episodios discordantes que se narran en
estos libros; los que resaltan quizá sean los
siguientes:
En el libro de Tobit (o Tobías) figura un raro
personaje: un demonio que recibe el nombre de Asmodeo,
acerca de quien se informa que había dado muerte,
sucesivamente, a siete esposos de Sara (cap. 3: 8),
mujer judía, "hija de Ragüel, que vivía en la ciudad de
Ecbatana, en el país de Media" (cap. 3: 7). Esto es
insólito en las Escrituras; que un demonio dé muerte a
seres humanos, y nada menos que a siete. En este libro
también se describe la presencia de un "ángel" de nombre
Rafael, que oculta su identidad haciéndose llamar
"Azarías" y afirmando que es judío cuando se presenta en
Nínive, ciudad donde se dice que está el hogar de Tobit,
hijo de Tobiel, de la tribu de Neftalí. Este Rafael
acompaña a Tobías, hijo de Tobit, que es enviado por su
padre para que vaya a Ragues, localidad de Media.
Durante el viaje, Tobías pesca un gran pez. En ese
momento afirma Rafael: "Cuando una persona es atacada
por un demonio o espíritu malo, si se queman delante de
esa persona el corazón y el hígado del pescado, cesa el
ataque y no se repite jamás. Y cuando una persona tiene
nubes en los ojos, si se untan con la hiel y se sopla en
ellos, queda sana" (Tobit 6:8-9) Esta declaración la
comenta en esta forma la BJ: "La terapéutica se acomoda
a las ideas comunes sobre la enfermedad, tal como
aparecen también en otros textos paralelos de medicina
antigua. Se ahuyenta al demonio con fumigaciones
nauseabundas" (ed. 1967, p. 507). Esta supuesta manera
de ahuyentar demonios no se parece en nada a algo que
enseñe la Biblia; resulta una afirmación singular que se
podría llamar novelesca. Ya para finalizar el libro, se
narra que Tobit recuperó la vista al untársele los ojos
con la hiel del pescado (cap. 11: 11-13).
En Ecbatana, según el relato, se concertó el casamiento
de Tobías y Sara. Con ese motivo Rafael indicó a Tobías:
"Cuando entres en la habitación nupcial, toma el hígado
y el corazón del pescado, y colócalos sobre las brasas
en que se quema incienso. El olor se esparcirá; y cuando
el demonio lo huela saldrá huyendo y nunca más volverá a
su lado" (cap. 6: 17). Tobías cumplió fielmente todas
las indicaciones: "Sacó de su bolsa el hígado y el
corazón del pescado, y los puso sobre las brasas en las
que se quemaba el incienso. El olor del pescado no dejó
acercar al demonio, y éste salió huyendo por el aire
hasta la parte más lejana de Egipto. Rafael fue y lo
encadenó allá, y volvió inmediatamente" (cap. 8: 2-3).
Este relato es completamente diferente a lo que enseña
la Biblia.
El feliz desenlace de todo este relato culmina cuando el
ser presentado como un ángel se identifica: "Yo soy
Rafael, uno de los siete ángeles que están al servicio
del Señor y que pueden entrar ante su presencia
gloriosa" (cap. 12: 15). Luego ordena a la familia del
anciano Tobit: "Den gracias ahora al Señor de la tierra,
alaben a Dios. Yo voy a subir a Dios, que me envió.
Pongan por escrito todo lo que les ha sucedido" (cap.
12: 20). El versículo termina afirmando, "y se elevó".
En la Biblia se narran milagros y se refiere la benéfica
intervención de ángeles que socorrieron y ayudaron a los
hombres, pero nunca nada que se parezca a las andanzas
de Tobías.
Es interesante e ilustrativo el comentario de la versión
Cantera-Iglesias (Madrid: BAC, 1975), p. 885, en cuanto
a la relación de Tobit con varias narraciones populares
antiguas: "Se ha advertido el parecido de Tobit con
narraciones noveladas extrabíblicas, sobre todo con la
'Sabiduría de Ahicar' y el 'Cuento del muerto
agradecido'.101También se puede apreciar el influjo de
otros motivos frecuentes en la literatura de la
antigüedad como el del justo sufriente, el ministro
caído en desgracia, e incluso es posible que hayan
influido las leyendas griegas de divinidades que viven
por un tiempo disfrazadas al servicio del hombre (cf.
Apolodoro, ix, 15). Sobre los alcances de estos influjos
difieren los especialistas. Con todo, parece que la
dependencia de la novela de Ahicar, el funcionario de la
corte asiria, es más que probable. Su nombre aparece
mencionado varias veces en el libro de Tobit (1: 21; 2:
10; 11: 19; 14: 10). Que es Tobit quien depende de él y
no al revés, parece claro desde que se encontró en
Elefantina, Egipto, una revisión en arameo de dicha
novela, del siglo V a.C. Por otro lado, parece que esta
novela influyó en el libro de Tobit, sobre todo en la
forma de la narración literaria. El libro parece más
bien estar influido por el 'Cuento del muerto
agradecido'. La versión armenia de este cuento es la más
próxima al libro de Tobit: Un viajero rescata a un
muerto de la profanación dándole sepultura. El viajero
cae en desgracia; pero a pesar de su miseria, un extraño
se ofrece para servirle con la única condición de cobrar
la mitad de las futuras posesiones de su señor. Además,
le aconseja liberar a la mujer de un rico a la que se le
han muerto cinco maridos en la noche de bodas. Esa misma
noche el extranjero corta la cabeza de una serpiente que
sale de la boca de la novia y quiere devorar a su señor.
El señor le recompensa con la mitad de su fortuna y la
mitad de la de su mujer. Por fin el extranjero explica
que es el espíritu del muerto enterrado por su señor, y
desaparece".
En la VP se lee "Ajicar"; en la BJ, "Ajikar" en vez de
Ahicar.
En el libro de Baruc se afirma que éste escribió su
libro "en Babilonia" (cap. 1: 1). Esta afirmación no
concuerda con el relato bíblico pues Baruc, Jeremías y
los demás judíos que habían quedado en Palestina fueron
llevados a la "tierra de Egipto" (Jer. 43: 5-7).
Más extraña es la predicción que se registra en el libro
de Baruc, en la que se afirma que por haber "pecado
contra Dios" los judíos serían llevados cautivos a
Babilonia, donde permanecerían "muchos años, un tiempo
muy largo, siete generaciones", después de lo cual Dios
los sacaría "de allí en paz" (cap. 6: 1-2).
Para evitar confusiones, debe aclararse que este pasaje
no está en el libro de Baruc, en la nueva versión
argentina de la Biblia, titulada El libro del pueblo de
Dios, sino en la llamada Carta de Jeremías, que es el
cap. 6 de Baruc sacado de los otros cinco y publicado
por separado.
Ahora bien, la realidad bíblica es que, de acuerdo con
la profecía, los judíos iban a estar cautivos en
Babilonia durante 70 años (Jer. 25: 11-12). Este lapso
se confirma en Dan. 9: 2; la explicación de su
cumplimiento histórico es relativamente fácil.
Enseñanzas extrañas
En estos libros hay una cantidad de enseñanzas que son
contrarias a los principios bíblicos. Estas
discordancias han sido señaladas desde hace varios
siglos por los que han estudiado detenidamente este
tema.
En el libro de Tobit se afirma que "dar limosna salva de
la muerte y purifica de todo pecado" (cap. 12: 9, VP).
Esta afirmación se repite en el Eclesiástico: "El dar
limosnas consigue el perdón de los pecados" (cap. 3:
30). Asegurar que las limosnas logran el perdón de los
pecados es ir contra una clara enseñanza de las Sagradas
Escrituras. Más aún: la enseñanza de que el ser humano
puede ganar su salvación o merecerla mediante sus
propias obras -siempre incompletas, imperfectas y no
siempre debidamente motivadas-, es una doctrinas de
origen pagano.
En la parte añadida del cap. 3 de Daniel se cuenta que
Azarías, que junto con los otros dos jóvenes hebreos
había sido arrojado en un horno por orden de
Nabucodonosor, 102 dijo en su oración: "Actualmente no
tenemos ni rey ni profeta ni jefe, ni holocausto ni
sacrificio ni ofrenda, ni incienso ni lugar donde
ofrecerte los primeros frutos y encontrar tu
misericordia" (vers. 38). Lo que dijo Azarías
corresponde con la realidad de ese momento excepto que
no tenían "profeta", pues en ese tiempo el profeta
Ezequiel estaba con los cautivos en Babilonia y Jeremías
con los pocos que habían quedado en Palestina. El pueblo
de Israel estuvo sin profeta, pero fue durante el
período llamado "intertestamentario" cuando, según los
eruditos en la materia, se escribieron estas adiciones
al libro de Daniel, "entre los años 80 y 50 a.C."
(Daniel Hammerly Dupuy, Características de los libros
apócrifos [Naña, Perú: CESU], P.20). Es oportuno
destacar aquí que las adiciones en griego al libro de
Éster, según los especialistas en el tema, fueron
escritas entre los años 180 y 145 a.C. (Id., p.21).
Refiriéndose al autor del libro de Sabiduría, comenta
Ausejo: "Extraordinario mérito suyo es el haber sabido
aprovecharse de las ideas platónicos sobre la distinción
del alma y del cuerpo para resolver definitivamente el
gran problema que tanto torturó a los 'sabios' de
Israel: el problema de la retribución de ultratumba" (op.cit.,
p.793-794). Recurrir a las "ideas platónicas" para
distinguir entre los conceptos de "alma" y "cuerpo", es
colocarse en el terreno falible y nebuloso de las
especulaciones de la filosofía pagana -en este caso la
griega- que influyó durante varios siglos en el
pensamiento de los maestros judíos de Alejandría, foco
de la cultura helenística de la época.
En Sabiduría 10: 1-4 se enseña que la sabiduría protegió
al primer hombre que fue creado( se refiere
indudablemente a Adán). Después se presenta a Caín sin
mencionar su nombre (la VP y La nueva Biblia
Latinoamérica sí lo mencionan; otras versiones católicas
no, pero hacen una clara alusión a él). Se hace
referencia a su fratricidio, y luego se añade que cuando
"por su causa [de Caín]" (vers. 4, BJ)* vino el diluvio,
la sabiduría nuevamente salvó a los hombres mediante el
justo Noé.
Esto no armoniza con el relato de Gén. 6: 5-7 donde se
describe el grado de maldad generalizada al cual
llegaron casi todos los antediluvianos. Esa corrupción
total colmó la medida de la perversión humana y atrajo
la retribución divina.
Si bien es cierto que en el Génesis no se dice la edad
que alcanzó Caín, el primer homicida tuvo que haber
muerto varios siglos antes del diluvio, si se toma como
pauta la longevidad que alcanzaron los patriarcas, según
Gén. cap. 5. Por lo tanto, su crimen no pudo haber sido
la causa que desencadenó esa catástrofe de alcance
mundial. Si la piedad de los descendientes de Set
hubiera prevalecido sobre la impiedad de los
descendientes de Caín y, sobre todo, si no se hubieran
entrelazado ambas descendencias mediante funestas
uniones matrimoniales (Gén. 6: 1-4), muy diferente
habría sido la condición moral de los antediluvianos,
especialmente en el caso de los pertenecientes al linaje
de los diez patriarcas, cuyo último representante fue
Noé. Resulta, pues, opuesta al relato bíblico la
aseveración de que el pecado de Caín produjo el diluvio.
Diversos comentadores han destacado esta discordancia.
Aarón, el hermano mayor de Moisés, es llamado "hombre
irreprochable" (Sabiduría 18: 21). Será suficiente
recordar el desventurado episodio del becerro de oro (Exo.
32; Deut. 9) para mostrar que Aarón estuvo lejos de
merecer que se lo llamara "irreprochable".
En Eclesiástico hay una enseñanza que dice: "Cuando
hagas el bien, fíjate a 103 quién . . . Haz un favor al
bueno, y obtendrás recompensa . . . Dios aborrece a los
malvados y les dará su castigo. Debes dar al bueno, pero
no al malvado" (cap. 12: 1-2, 67, VP). La doctrina de
Cristo enseña: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los
que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y
orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que
seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que
hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace
llover sobre justos e injustos" (Mat. 5: 44-45).
También en Eclesiástico se enseña: "Al burro, pasto,
palos y carga; y al esclavo pan, corrección y trabajo.
Da trabajo a tu esclavo, para que no busque el descanso;
si levanta la cabeza, se rebelará contra ti. Con yugo y
riendas se doblega una bestia, y con duros castigos al
mal esclavo" (cap. 33: 25-27).
Enseñar que el esclavo "no busque el descanso" es lo
opuesto a lo que enseña el cuarto mandamiento,* tal como
se presenta en la repetición del Decálogo: "Para que
descanse tu siervo y tu sierva como tú" (Deut. 5: 14). Y
en este pasaje la revelación divina añade: "Acuérdate
que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu
Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido ;
por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el
día de reposo" (vers. 15). Es cierto que el descanso
sabático obedece a una conmemoración del día cuando Dios
"reposó de toda la obra que hizo [en la creación]" (Gén.
2: 2), o si se prefiere otra traducción, "En él cesó
Dios de toda la tarea creadora que había realizado" (BJ);
acontecimiento señalado por Dios cuando promulgó su ley
en el Sinaí (Exo. 20: 11). Este descanso semanal es para
toda la humanidad; pero también -de un modo especial
para los israelitas- debía ser una ocasión para que
recordaran que habían estado esclavizados y que debían
dar el debido descanso a sus siervos.
Durante muchos siglos los paganos se habían
caracterizado por los castigos -a veces durísimos- con
que sancionaban a sus esclavos. En este sentido ha
llegado a ser proverbial la crueldad de los romanos. Muy
diferente es la enseñanza bíblica. Pablo exhortaba a los
cristianos de sus días: "Amos, haced lo que es justo y
recto con vuestros siervos, sabiendo que también
vosotros tenéis un Amo en los cielos" (Col. 4: 1).
También es notable la forma en que el apóstol razona con
Filemón respecto a Onésimo, esclavo prófugo de éste:
"Porque quizás para esto se apartó de ti por algún
tiempo, para que le recibieses para siempre; no ya como
esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado,
mayormente para mí, pero cuánto más para ti, tanto en la
carne como en el Señor" (File. 15-16).
También se lee en Eclesiástico: "De la ropa sale la
polilla, y de la mujer sale la maldad de la mujer"
(Eclesiástico 42: 13). Esto es creer que existe
generación espontánea. La Biblia no es un libro de
ciencia, pero tampoco apoya los conceptos científicos de
los tiempos en que fue escrita, muchos de los cuales
sabemos que son erróneos.
Una plegaria muy extraña se registra en Baruc 3: 4.
"Señor omnipotente, Dios de Israel, escucha la oración
de los muertos de Israel" (BJ). En la VP se lee:
"Escucha las súplicas de los israelitas condenados a
muerte". Sin embargo todas las versiones de origen
católico (como la BJ, NC, BC, Straubinger, Ausejo,
Nieto, Torres Amat, El libro del pueblo de Dios, La
nueva Biblia Latinoamérica), traducen: "súplica de los
muertos", "plegarias de los muertos" u "oración de los
muertos". Más de un comentador ha señalado esto como
otro ejemplo de una aseveración que no concuerda con el
conjunto de las enseñanzas de las Escrituras, donde no
hay ni la más mínima mención 104 de oraciones elevadas a
Dios por los muertos. Por eso un erudito escriturista,
Edward J. Young, refiriéndose a este extraño pasaje y a
otros que se encuentran en los libros apócrifos,
concluye afirmando que "en algunos casos discrepan de la
verdad divinamente revelada" y añade, "por lo tanto
nunca fueron incorporados en el canon judío" (Revelation
and the Bible [El Apocalipsis y la Biblia], [Grand
Rapids: Baker Book House, 1967], p. 167).
Un personaje
importante en 1 y 2 Macabeos
El principal personaje siniestro de los dos libros de
los Macabeos es el rey tirano Antíoco IV Epífanes, que
significa "ilustre". Reinó de 175-163 a.C., y fue
enemigo acérrimo de los judíos, cruel perseguidor del
pueblo escogido y tenaz adversario de las leyes y del
sistema de culto mosaico. En estos dos libros hay tres
pasajes en los que se relata la forma en que murió
Antíoco. Las tres narraciones son completamente
diferentes -especialmente la segunda, que resulta única-
y son contradictorias entre sí.
En el primer relato (1 Macabeos 6: 8-16, VP) se narra
que el rey quedo profundamente apesadumbrado por las
malas noticias que le llegaban, "tanto que se enfermó de
tristeza y cayó en cama, pues no le habían salido las
cosas como él quería. Así estuvo muchos días,
continuamente atacado de una profunda tristeza, y hasta
pensó que iba a morir" (vers. 8-9). A continuación se
cuenta cómo reconoció que había procedido mal al saquear
la ciudad de Jerusalén y "exterminar a todos los
habitantes de Judea sin ningún motivo " (vers. 12). Por
eso se dice que murió "de terrible tristeza" (vers. 13),
después de haber tomado sus últimas disposiciones.
En el segundo relato (2 Macabeos 1: 13-16) se refiere
que Antíoco trató de apoderarse de las riquezas del
templo de la diosa Nanea.* Sin embargo, los sacerdotes
de ese santuario encerraron a Antíoco y a sus
acompañantes en el templo. El relato continúa de esta
manera: "Entonces abrieron una ventana secreta que había
en el techo, y a pedradas mataron al rey y a sus amigos.
Luego les cortaron la cabeza, los brazos y las piernas,
y los echaron a los que estaban fuera" (vers. 16). El
autor de 2 Macabeos añade con regocijo: "¡Bendito sea
siempre nuestro DIOS que entregó a los impíos a la
muerte!" (vers. 17).
En la tercera versión (2 Macabeos 9: 1-29) se refiere
que "el Señor Dios de Israel, que todo lo ve, lo castigó
con un mal incurable e invisible: . . . le vino un dolor
de vientre que con nada se le pasaba, y un fuerte cólico
le atacó los intestinos. Esto fue un justo castigo para
quien, con tantas y tan refinadas torturas, había
atormentado en el vientre a los demás" (vers. 5-6). A
continuación se dice que "comenzó a moderar su enorme
arrogancia y a entrar en razón" (vers. 11). Se añade que
"entonces este criminal empezó a suplicar al Señor; pero
Dios ya no tendría misericordia de él" (vers. 13).
Después figura una supuesta carta conciliatoria que
Antíoco dirigió a los judíos. Sigue la narración de esta
manera: "Así pues, este asesino, que injuriaba a Dios,
terminó su vida con una muerte horrible, lejos de su
patria y entre montañas, en medio de atroces
sufrimientos, como los que él había hecho sufrir a
otros". Concluye con un detalle que parece ser
histórico: "Filipo, su amigo íntimo, transportó el
cadáver; pero, como no se fiaba del hijo de Antíoco, se
refugió en Egipto, junto al rey Tolomeo Filométor"
(vers. 28-29).
Debe destacarse que dos de estos relatos -segundo y
tercero- aunque son diametralmente opuestos, están en el
mismo libro. Surgen las preguntas: ¿Cómo puede 105 un
solo autor describir de dos maneras tan diferentes un
acontecimiento tan importante como es la muerte del
enemigo máximo de su pueblo? ¿O se trata acaso de dos
versiones dispares incluidas por un imperdonable
descuido?
¿Cómo hacer concordar estos relatos discrepantes? Los
escrituristas católicos -aunque no lo expresen
explícitamente- reconocen que este problema no tiene
solución lógica. Aún no han encontrado una respuesta
válida. Sólo dan algunas explicaciones o consideraciones
que no resuelven esta dificultad. En la introducción de
la BJ a los libros de los Macabeos se reconoce, en
cuanto a 2 Macabeos, que en este documento la "intención
religiosa se sobrepone al cuidado por la exactitud
histórica"; y se añade: "El autor utiliza para su
propósito documentos y relatos, sin garantizar con ello
su veracidad. La muerte de Antíoco Epífanes se refiere
en forma diferente en [2 Mac.] 1: 13-16 y en 9: 1-29
(que se acerca más a 1 Mac. 6: 1-13" (ed. de 1967, p.
546).
En esta misma introducción también se destaca un serio
anacronismo: En 2 Macabeos la muerte de Antíoco se sitúa
antes de la purificación del templo de Jerusalén,
realizada por Judas Macabeo (2 Macabeos 10: 1-8); pero
en 1 Macabeos se coloca la muerte del perseguidor
después de esa purificación (1 Macabeos 4: 36-59).
Esta extraña divergencia de los tres relatos mencionados
y el evidente anacronismo, sin contar las diversas
narraciones de un cariz sobrenatural insólito en la
Biblia, y de las que nos ocuparemos más adelante, se
encuentran precisamente en 2 Macabeos, libro que
contiene dos dificultades de orden doctrinal de
verdadera importancia: la supuesta validez de los
sufragios presentados en favor de los muertos y la
hipotética eficacia de la intercesión de los difuntos
ante Dios, como abogados de los vivos. Este tema se verá
después.
El autor de 2 Macabeos
Debido a la trascendencia de este libro es necesario
aclarar algo en cuanto a su autor. No se conoce su
nombre, pero debe de haber sido un judío cuyo "estilo .
. . es el de los escritores helenísticos" (BJ, p. 546),
que tuvo como principal propósito narrar las hazañas
bélicas de Judas Macabeo, héroe nacional de Israel y
máximo caudillo de los "guerrilleros" judíos del siglo
II a. C. Para hacerlo se valió de la obra de cierto
"Jasón de Cirene" (2 Macabeos 2: 19, 23).
Acerca de Jasón se dice: "se trata probablemente de un
judío culto, originario de la ciudad de Cirene, en el
norte de África, y que debió escribir allí, o en
Alejandría, una obra amplia de cinco volúmenes sobre las
actividades bélicas y religiosas de los Macabeos, la
cual sirvió de base al autor del libro canónico de los
Macabeos, cuya obra se presenta como epítome del extenso
original.
"Fuera de este dato suministrado por el abreviador no se
sabe nada más de Jasón de Cirene.
"No hay por qué suponer que tal obra fue inspirada, ya
que no lo son los documentos escritos ni las fuentes
orales de que han podido servirse los autores sagrados.
La obra inspirada que forma parte del canon es el libro
segundo de los Macabeos en razón precisamente de los
juicios que el autor inspirado emite acerca de los datos
que le proporcionó la historia de Jasón . . .Jasón debió
escribir en griego, porque 2 Mac. no alude a tarea
alguna de traducción" (César Wau, en Enciclopedia de la
Biblia, [Barcelona: Ediciones Garriga, 1963], t. IV,
columnas 304-305).
De acuerdo con sus propias palabras, el autor del
resumen que conocemos como 2 Macabeos se esforzó "por
ofrecer entretenimiento a los que leen por el solo gusto
106 de leer; facilidad a los que quieren aprender de
memoria y, en fin, utilidad a todos los que lean este
libro" (cap. 2: 25).*
Acerca de la forma en que escribió, él mismo nos
informa: "Al autor original de una historia le
corresponde profundizar en la materia, tratar
extensamente los temas, descender a los detalles; pero
el que hace un resumen debe ser breve en la expresión y
no tratar de hacer una exposición completa de los
hechos. Comencemos, pues, nuestra narración, sin añadir
más cosas a lo que ya hemos dicho; porque sería absurdo
alargarnos en la introducción y luego acortar la
historia misma" (vers. 30-32, VP).
Adviértase que este escritor -aquí y en todo su libro-,
nunca afirma que está movido por la inspiración de
origen divino o que ha recibido una revelación
celestial. Tampoco es portavoz de algún profeta o
profetas, o del Todopoderoso, pues escribió su obra en
el siglo II o I a. C., o sea en pleno período
intertestamentario durante el cual -cuatro siglos- no
hubo ninguna nueva revelación o instrucción de Dios para
su pueblo escogido mediante alguno de sus mensajeros.
Este último hecho está confirmado en 1 Macabeos, donde,
al referirse al momento histórico posterior a la muerte
de Judas Macabeo, se dice: "Fue un tiempo de grandes
sufrimientos para Israel, como no se había visto desde
que desaparecieron los profetas" (cap. 9: 27). En otro
pasaje de 1 Macabeos, al enumerar los poderes de
gobernante civil y religioso dados a Simón (hermano de
Judas), se advierte que esa autoridad le iba a
corresponder "hasta que apareciera un profeta
autorizado" (cap. 14: 41).
Dentro del ambiente peculiar de las Sagradas Escrituras
no concuerdan con los motivos que impulsaron al autor de
2 Macabeos al redactar su obra. En la introducción de
ese libro -ya se dijo- se ofrece "entretenimiento" a
quienes "leen por el solo gusto de leer". Sus palabras
finales también lo muestran como un escritor
completamente despreocupado de no ser portavoz del Autor
de la Revelación; tampoco dice nada en cuanto a la
fidelidad de sus narraciones. En cambio se manifiesta
interesado en haber agradado a sus lectores, pues
concluye diciendo: "Yo termino aquí mi narración. Si
está bien escrita y ordenada, esto fue lo que me
propuse. Si es mediocre y sin valor, sólo es lo que pude
hacer. Así como no es agradable beber vino ni agua
solos, en tanto que beber vino mezclado con agua es
sabroso y agradable al gusto, del mismo modo, en una
obra literaria, la variedad del estilo agrada a los
oídos de los lectores. Y con esto termino mi relato"
(cap. 15: 37-39).
Hay una diferencia abismal entre esta forma de
expresarse y la que emplean los autores de los libros
que forman el canon hebreo, o sea los 39 llamados "protocanónicos"
por los teólogos y escritores católicos.
2 Macabeos y lo
sobrenatural
Es evidente que Jasón de Cirene aceptó con gusto como
verídicos algunos relatos asombrosos que indudablemente
circulaban en esa época (siglos II y I a. C.) entre los
judíos helenizados del noreste del África, y
posiblemente en otros círculos hebreos de la Diáspora.*
En el resumen de la obra de Jasón -el único elemento de
juicio de que disponemos- hay pasajes que comprueban lo
que acabamos de afirmar. En este libro se describen
varios episodios donde se narran sucesos de orden
sobrenatural que presentamos a continuación.
El primero refiere el caso de Heliodoro, funcionario de
los crueles y rapaces gobernantes seléucidas opresores
de Israel, que decidió confiscar el tesoro del templo de
Jerusalén por orden del rey. "Pero cuando él y sus
acompañantes se encontraban ya junto al tesoro, el Señor
de los espíritus y de todo poder se manifestó con gran
majestad, de modo que a todos los que se habían atrevido
a entrar los aterró el poder de Dios, y quedaron sin
fuerzas ni valor. Pues se les apareció un caballo,
ricamente adornado y montado por un jinete terrible, que
levantando los cascos delanteros se lanzó con violencia
contra Heliodoro. El jinete vestía una armadura de oro.
Aparecieron también dos jóvenes de extraordinaria fuerza
y gran belleza, magníficamente vestidos. Se colocaron
uno a cada lado de Heliodoro, y sin parar lo azotaron
descargando golpes sobre él. Heliodoro cayó
inmediatamente a tierra sin ver absolutamente nada"
(cap. 3: 24-27). En relación con este suceso se cuenta
después que "el sumo sacerdote temeroso de que el rey
sospechara que los judíos habían atentado contra la vida
de Heliodoro, ofreció un sacrificio por su curación. Y
al ofrecer el sumo sacerdote el sacrificio por el
pecado, los mismos, jóvenes, vestidos con las mismas
vestiduras, se aparecieron nuevamente a Heliodoro, se
pusieron de pie junto a él y le dijeron: 'Da muchas
gracias al sumo sacerdote Onías; por su oración, el
Señor te perdona la vida' " (vers. 32-33).
De acuerdo con el segundo episodio, "por aquel tiempo,
Antíoco se preparaba para su segunda expedición contra
Egipto. Entonces, durante casi cuarenta días,
aparecieron en toda la ciudad jinetes con armadura de
oro, armados y organizados en escuadrones, que corrían
por el aire con las espadas desenvainadas; compañías de
caballería en orden de batalla, con ataques y asaltos de
una y otra parte, con agitar de escudos y con lanzas
innumerables, tiros de flechas, relampaguear de
armaduras de oro y corazas de todo tipo. Todos pedían a
Dios que estas visiones anunciaran algo bueno" (cap. 5:
1-4).
La tercera de las narraciones de esta índole refiere que
estando los judíos "en lo más recio de la batalla, los
enemigos vieron en el cielo a cinco hombres majestuosos,
montados en caballos con frenos de oro, que, poniéndose
a la cabeza de los judíos, se colocaron alrededor de
Macabeo, y lo protegían con sus armas y lo defendían
para que nadie lo hiriera. También lanzaban flechas y
rayos sobre los enemigos, que, ciegos y aturdidos, se
dispersaron en gran desorden" (cap. 10: 29-30).
El cuarto relato es el que cuenta la forma en que Judas
Macabeo animaba a los suyos para que lucharan contra el
ejército de Lisias, gobernante impuesto por los
opresores seléucidas. A fin de que se aumentara el valor
de los que combatían por la causa hebrea, "estando
todavía cerca de Jerusalén, se apareció, a la cabeza de
la tropa, un jinete vestido de blanco, agitando unas
armas de oro. Entonces todos alabaron a Dios
misericordioso, y tan fortalecidos se sintieron en su
ánimo que estaban dispuestos a atacar no sólo a los
hombres, sino a las fieras más salvajes y a murallas de
hierro" (cap. 11: 8-9).
Todas estas apariciones providenciales de jinetes
revestidos de oro; esas flechas y esos rayos, a los que
evidentemente se atribuye un origen sobrenatural y que
se lanzan para aniquilar a los enemigos del pueblo
escogido; esas invencibles armas de oro que parecen
salir del arsenal divino para defender al Macabeo,
paladín de Israel; el despliegue de esplendor
sobrehumano de los personajes, hacen que el lector se
pregunte en cuanto a la autenticidad y la verdadera
fuente de estas narraciones.
Una respuesta lógica tal vez se halle en las
afirmaciones de origen católico, las cuales forman parte
de la nota introductoria de 2 Macabeos en una de las
nuevas versiones castellanas de la Biblia que llevan el
imprimatur. Allí se dice que ese libro 108 "hace
frecuentes referencias a epifanías [apariciones de
origen celestial] divinas, especialmente en los momentos
críticos de la batalla, o a modo de presagio de los
hechos futuros. Indudablemente [2 Macabeos], se
encuentra en este punto mucho más cerca de la mayor
parte de la literatura religiosa del próximo Oriente, y
especialmente del mundo helenístico, que del mismo AT.
Epifanías como las de los cap. 5:2; 10:29; 11: 8, etc.,
recuerdan mucho la intervención de los dióscuros * y
otros seres celestes de la literatura helenística"
(Sagrada Biblia de Francisco Cantera Burgos y Manuel
Iglesias González [Madrid: Biblioteca de Autores
Cristianos, 1975], p. 1049).
Otro intento de explicar estos relatos fabulosos es
presentado por un autor católico que, refiriéndose a 2
Macabeos, afirma: "Pertenece a un género literario
entonces popular en el mundo helenístico y conocido como
'historia patética', cuyas características consistían en
ser una llamada a la imaginación y a las emociones del
lector. Discursos apasionados, lenguaje lleno de fuerza,
números enormes, contrastes imaginados, estilo florido;
todo forma parte del género y es típico de 2 Macabeos.
La intención de conmover al lector y los medios
empleados se aceptan como convenciones literarias. Por
consiguiente, el autor de 2 Macabeos intenta extraer el
significado de los acontecimientos que relata, pero
descuida los detalles que exigiría una ciencia
histórica. Cronológicamente, cede a la experiencia
oratoria * y el orador se reserva el derecho de elegir y
de engrandecer ciertos aspectos. 'El auxilio que viene
del cielo' (1 Mac. 16: 3) adopta aquí la forma de
manifestaciones celestiales (2 Mac. 3: 24-26; 10: 29;
11: 8; cf. 12: 22; 15: 11-16). La aparición de dioses
venidos en ayuda de los guerreros en la batalla era un
rasgo corriente en la historia patética; el autor judío
sencillamente sustituye los dioses con ángeles" (Wilfrid
J. Harrington, traducción de José María Ruiz y Antonio
Parapar, Iniciación a la Biblia [Santander: Sal Terrae,
1967], p. 479).
Acerca de este tipo de narraciones inverosímiles,
refiriéndose a 2 Macabeos, tenemos los siguientes
comentarios: "Las manifestaciones divinas . . . entran
de lleno en el género patético. Este es el género que
preferían ciertos historiadores helenistas, tales como
Teopompo de Chíos [o Khíos], Clitarco de Alejandría,
Filarco de Naucratis. En tales escritos se ponía de
relieve la intervención visible de Dios en el curso de
los acontecimientos, complaciéndose en narrar
apariciones maravillosas. Se conocen libros enteros
escritos con este propósito, como el que lleva por
título En torno a la aparición de Júpiter, de Filarco, o
Apariciones de Apolo, de Itros de Pafo" (Profesores de
Salamanca, Biblia comentada [Madrid: BAC, 1961], t. III,
p. 1023-1024).
"Pensemos en un auto sacramental* barroco con bastante
tramoya y aparato escénico; algo así sería nuestro libro
[2 Macabeos en clave narrativa" (Nueva Biblia española
para latinoamericanos [Madrid: Ediciones Cristiandad,
1976], p. 673).
"En la escena tienen cabida algunos personajes
sobrenaturales, como presencia de la divinidad; también
necesitan signos emblemáticos, pero no necesitan nombre;
son funciones escénicas, no copias de una realidad"
(loc. cit.).
Posiblemente en esa época, las "convenciones
literarias", propias de la llamada "historia patética",
no resultaban chocantes para los judíos de Alejandría,
helenizados. 109 En cambio -y a pesar de que Judas
Macabeo y sus valientes hermanos se destacan como
magníficos guerreros en la historia hebrea- los
escrituristas de Palestina, aunque sin duda cautivados
por los relatos de las hazañas referentes a los héroes y
paladines de su pueblo, no pudieron menos que reconocer
la diferencia entre este libro y los 39 que ellos
aceptaron como canónicos.
Hay otro pasaje que llama la atención, aunque en él no
hay nada que pueda atribuirse a una intervención
sobrenatural que pudiera llamarse exótica. Es el relato
de la forma en que murió "Razis" ("Razías" o "Racías" en
las demás versiones castellanas que contienen estos
libros), "uno de los ancianos de. Jerusalén". Resulta
francamente inverosímil que un anciano, después de
volver "su espada contra sí mismo" todavía pudiera
correr animosamente "hacia lo alto de la muralla" para
lanzarse "sobre la tropa" atacante; y que después
"todavía respirando, lleno de ardor a pesar de estar
gravemente herido, se levantó bañado en sangre, pasó
corriendo por entre la tropa, se colocó sobre una alta
roca y, casi completamente desangrado, se arrancó las
entrañas y, tomándolas con las dos manos, las arrojó
sobre la tropa, pidiendo al Señor de la vida que algún
día se las devolviera. De este modo murió" (cap. 14: 37,
41-46). No sólo se trata de algo increíble para un ser
humano en las condiciones en que estaba Razis, sino que
resulta desconcertante que se ensalce un suicidio (ver.
42).
La popularidad de 2 Macabeos
Todos los que a través de los siglos han creído en el
derecho que tienen los pueblos de ser independientes y
han apreciado mucho lo que significa la libertad de
conciencia, han simpatizado vivamente con los Macabeos,
pues esos cinco varones hijos del adón (jefe de
comunidad) Matatías se constituyeron en el núcleo de la
resistencia de los hasidim, o judíos piadosos, contra el
programa de paganización que se trató de imponer en
Judea, en el siglo II a. C.
Además de su heroísmo, esos hasidim han dejado bellos
ejemplos de fidelidad a sus principios religiosos en
medio de largas persecuciones y tormentos.
La forma en que se describe el martirio del anciano
Eleazar (segunda mitad del cap. 6) no sólo despierta
aversión contra sus torturadores, sino también
admiración por ese maestro de la ley que estuvo
dispuesto a morir bajo los azotes de un verdugo,
"dejando con su muerte, no sólo a los jóvenes sino a la
nación entera, un ejemplo de valentía y un recuerdo de
virtud" (vers. 31).
Ha alcanzado una difusión mucho mayor el relato
registrado en el cap. 7 dedicado al martirio, uno tras
otro, de siete hermanos judíos y su piadosa madre. No se
registran los nombres de esos mártires; sin embargo,
siglos después, el nombre de "Shamuni" ha sido atribuido
a esa mujer, tal como se registra en el "Calendario de
mártires" de la Iglesia Siria, preservado en un
manuscrito que data de 441 d. C. La Iglesia Ortodoxa
posteriormente escribió en sus libros de liturgia los
nombres de los siete hijos. Es evidente que la
imaginación ha suplido lo que no consta en ningún
documento.
La verdad es que el relato -completamente cierto o no-
de la firme lealtad a la voluntad divina demostrada por
esos jóvenes hebreos en medio de sus martirios, ha sido
a través de los siglos un motivo de inspiración para
millones de lectores, tanto cristianos como israelitas.
Más todavía: hasta se ha forjado toda una leyenda acerca
de las reliquias de estos mártires. Según esta leyenda,
esos restos humanos fueron llevados de Antioquía de
Siria a Constantinopla y, posteriormente, a Roma. Más
tarde, durante la Edad Media, surgió una rivalidad entre
Roma y la ciudad alemana de Colonia, pues en un convento
de esta última -y bajo la advocación de los "Santos
Macabeos"-se afirmaba que se conservaban las cabezas de
esos testigos de la fe,110 conservadas en receptáculos
de oro.
Todo esto ha ido perdiendo su influencia en nuestro
siglo, pero en amplios sectores de la cristiandad
existió una gran corriente de simpatía por un libro
catalogado como edificante por narrar notables ejemplos
de sacrificio en defensa del respeto que se debe a la
voluntad divina.
El fondo histórico de los emocionantes relatos que se
leen en ambos libros de los Macabeos también es una
fuente valiosa de informaciones en cuanto a la situación
religiosa de los judíos durante el período
intertestamentario, del cual no hay datos procedentes de
los cronistas inspirados del pueblo de Israel.
Asimismo es digno de saber que la purificación del
templo de Jerusalén -que había sido objeto de
profanaciones ordenadas por Antíoco Epífanes-hecha por
Judas Macabeo, después de vencer a los opresores en 168
a. C., ha dado lugar a la fiesta hebrea de Hunukkah,
llamada "de la dedicación" en Juan 10: 22, y también
denominada "fiesta de las luces" debido a la iluminación
especial de las sinagogas y los hogares de los judíos en
ese día. Hasta hoy es una gozosa festividad hebrea
dedicada al recuerdo de la historia y las leyendas
referentes a los Macabeos, restauradores del culto
sagrado de Israel.
Dos pasajes capitales
En 2 Macabeos hay dos pasajes a los que se reconoce una
gran importancia: en un caso se refiere a la expiación
de los pecados dentro del sistema levítico; en el otro,
a las posibilidades que tienen los difuntos de
interceder ante Dios.
El primero de ellos se refiere a un relato que dice:
"Judas [Macabeo] reunió su ejército y fue a la ciudad de
Adulam. Al acercarse el séptimo día de la semana, se
purificaron según su costumbre y celebraron el día de
reposo. Y como el tiempo urgía, los soldados de Judas
fueron al día siguiente a recoger los cadáveres de los
caídos en el combate, para enterrarlos junto a sus
parientes en los sepulcros familiares. Pero debajo de la
ropa de todos los muertos encontraron objetos
consagrados a los ídolos de Jabnia,* cosas que la ley no
permite que tengan los judíos. Esto puso en claro a
todos la causa de su muerte. Todos alabaron al Señor,
justo juez, que descubre las cosas ocultas, e hicieron
una oración para pedir a Dios que perdonara por completo
el pecado que habían cometido. El valiente judas
recomendó entonces a todos que se conservaran limpios de
pecado, ya que habían visto con sus propios ojos lo
sucedido a aquellos que habían caído a causa de su
pecado. Después recogió unas dos mil monedas de plata y
las envió a Jerusalén, para que se ofreciera un
sacrificio por el pecado. Hizo una acción noble y justa,
con miras a la resurrección. Si él no hubiera creído en
la resurrección de los soldados muertos, hubiera sido
innecesario e inútil orar por ellos. Pero, como tenía en
cuenta que a los que morían piadosamente les aguardaba
una gran recompensa, su intención era santa y piadosa.
Por esto hizo ofrecer ese sacrificio por los muertos,
para que Dios les perdonara su pecado" (cap. 12: 38-
45).
Si "el valiente Judas" ordenó que se hiciera un
sacrificio expiatorio en Jerusalén por los muertos en
batalla, y debido a su pecado, entonces nos encontramos
frente a un hecho que no tiene paralelo ninguno en toda
la Biblia. Esta ofrenda intercesora es algo
completamente desconocido, ajeno a todo antecedente en
la Palabra Santa.
Dios ordenó diferentes clases de sacrificios por medio
de Moisés, los cuales debían ofrecerse de acuerdo a las
varias clases de faltas y también según las diversas 111
clases de personas que las cometían: individuos, o la
congregación de Israel en conjunto.
En las Sagradas Escrituras se dieron exactas
indicaciones en cuanto a esas ofrendas expiatorias. Se
detallan pecados "por yerro" del "sacerdote ungido"
(Lev. 4: 2-12); de "toda la congregación" (vers. 13-21);
de "un jefe" (vers. 22-26); de "alguna persona del
pueblo" (vers. 27-35). En los casos de que "alguno...
llamado a testificar" no lo hacía (Lev. 5: l), o que
alguien hubiera tocado "cosa inmunda" (vers. 2-3) o que
hubiere "jurado a la ligera" (vers. 4) se prescribían
los mismos sacrificios y expiaciones (vers. 5-13). Por
"yerro en las cosas santas de Jehová" (vers. 15-16) y
por pecado cometido no "a sabiendas", se ordenaba la
misma ofrenda (vers. 17-19). Después se enumeran pecados
más graves: "prevaricación" al robar, calumniar o jurar
en falso, que requerían no sólo expiación sino también
restitución (Lev. 6:2-7). El resto del cap. 6 está
dedicado a detallar minuciosamente cómo debían
efectuarse los holocaustos, ofrendas y sacrificios por
"el pecado" y por "la culpa".
A continuación, la ley "del sacrificio por la culpa" es
llamada "cosa muy santa' (Lev. 7: 1); luego hay otras
explicaciones formales siempre referentes a "una misma
ley" (vers. 7) para los sacrificios por el pecado y por
la culpa (vers. 2-20).
Los cap. 18, 19 y 20 de Levítico están destinados a
especificar diversas clases de culpas, denominadas a
veces "abominaciones", que en algunos casos demandaban
la muerte del culpable o de los culpables.
La minuciosidad en toda esta enumeración tenía el
propósito de mostrar que el Dios Eterno había
establecido todo un sistema ritual para que los
transgresores pudieran hacer frente al problema del
pecado, a fin de que se allegaran al "trono de la
gracia" para obtener perdón. Esta es la razón de las
instrucciones y reglamentos exactos y minuciosos para
todas las clases de sacrificios expiatorios que debían
ofrecerse. Dios tuvo en cuenta personas, tipos de
yerros, faltas, pecados, delitos y transgresiones más
graves; así como también los días a veces señalados para
ofrecerlos. En todo este amplio sistema no hay una sola
alusión a ceremonias o sacrificios de intercesión por
los pecados de los muertos. Sin excepción alguna, todo
corresponde con el problema del pecado y las personas
vivas.
El propio pecador, fuera "jefe" o cualquier 'persona del
pueblo", debía degollar con su mano la víctima
expiatorio (Lev. 4: 22, 24, 27, 29). El culpable debía
demostrar -él y no otro- su arrepentimiento al efectuar
lo que ordenaba el ritual de los sacrificios. Asimismo
debía depositar su fe en la sangre de una víctima
inocente, símbolo adecuado del perfecto Salvador
venidero. Esta realidad excluye toda posibilidad de que
fuera eficaz un sacrificio -hecho por mano ajena-para
expiar los pecados de los difuntos.
Si el autor de 2 Macabeos únicamente narrara el
sacrificio que mandó efectuar judas Macabeo, podría
suponerse que ese valiente caudillo, guiado por un
concepto erróneo, ofreció algo ineficaz que se relataba
a manera de información, así como se leen en la Biblia
varios episodios que se refieren a hechos equivocados.
Pero tal no es el caso con este sacrificio, pues se
afirma que judas "hizo una acción noble y justa" y que
"su intención era santa y piadosa" (2 Macabeos 12:
43-45).
No es posible suponer que en los días de los Macabeos
Dios hubiera dado una nueva revelación como añadidura al
sistema ritual mosaico, ordenando que se ofrecieran
sacrificios por los pecados de los muertos. No es lógico
imaginarse que el Altísimo dejara pasar más de mil años
(período entre Moisés y los Macabeos) sin anunciar la
eficacia de esa clase de sacrificios. Además, habría
usado a algún profeta para que comunicara al pueblo
escogido esa nueva revelación; pero como ya se indicó,
durante el período intertestamentario (unos 400 años
separan el AT del NT)112 "desaparecieron los profetas"
(1 Macabeos 9: 27), por lo cual los judíos estaban a la
expectativa de que "apareciera algún profeta autorizado"
(cap. 14: 41).
También corresponde destacar que los autores judíos
llamaban a Malaquías "el sello de los profetas", pues lo
consideraban -y siguen considerándolo como el último de
los mensajeros divinamente inspirados del AT.
Los exégetas católicos destacan la importancia doctrinal
de este pasaje cuando defienden la enseñanza de que la
misa tiene eficacia al aplicarla en sufragio por el alma
de un difunto o de varios de ellos; así también tratan
de justificar la validez de los responsos o rezos que se
repiten en favor de los muertos, o de cualquier
indulgencia que puede ganar una persona en este mundo
para disminuir el tiempo de la permanencia del difunto
en el purgatorio, al cual se aplica el beneficio de la
indulgencia. En el caso de la "indulgencia plenaria" se
afirma que su virtud permite que el alma favorecida por
ella salga del purgatorio y de sus tormentos, no importa
cuanto tiempo le falte permanecer purificándose en él.
Esto se destaca en las notas redactadas por los autores
católicos cuando comentan este tema. En la versión de la
Biblia cuya traducción estuvo a cargo de catorce
escrituristas católicos presididos por el Dr. Evaristo
Martín Nieto, se afirma acerca de este pasaje de 2
Macabeos, que es "el texto bíblico más claro acerca de
la existencia del Purgatorio; sólo así puede darse la
expiación más allá de la muerte" (ed. de 1964, p.576).
Todavía es más amplio y categórico Roger Le Deaut,
director del Séminaire Français de Roma, cuando enseña:
"La creencia en una purificación de las almas después de
la muerte, al propio tiempo que la posibilidad concedida
a los vivos de ayudar a los difuntos, se halla
atestiguada por primera vez en 2 Mac. 12: 38-46". A
continuación explica que la transgresión cometida por
los combatientes que estaban bajo las órdenes de judas
Macabeo no era "mortal", pues según el relato ellos
murieron "en la piedad" ["piadosamente", VP] (2 Mac. 12:
45). Y añade: "por eso, la oración y el sacrificio
pueden librarlos de su culpa" (Enciclopedia de la Biblia
[Ediciones Garriga], t. V, columna 1352).
Luego continúa el mismo autor: "El NT no contiene
enseñanza directa sobre el purgatorio; pero varios
textos se explicarían perfectamente a la luz del segundo
libro de los Macabeos" (loc. cit.).
Es difícil exagerar la importancia de esta última
afirmación sobre el acto expiatorio hecho por judas
Macabeo, la aprobación que le da el autor del relato que
lo refiere y la aplicación que se le ha dado para
aceptar la creencia en el purgatorio y toda la doctrina
-con sus profundas consecuencias- del valor de los
sufragios aplicados a los pecados de los difuntos.
Straubinger, citando a Schuster-Holzammer, anota: "Todo
este pasaje es el testimonio más explícito de la
existencia de un purgatorio para los que mueren en
gracia de Dios, pero no tienen suficientemente pura el
alma y de la eficacia de los sacrificios y de las
oraciones ofrecidas para su salvación" (El Antiguo
Testamento [Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1951], t.
III, p. 1284).
Aquí se hace necesario recurrir al fondo histórico de un
episodio del siglo XVI y al episodio mismo. Juan de
Médicis, hijo del famoso duque Lorenzo de Médicis,
destacado protector de las artes y las letras, fue
elegido papa en 1513. Durante su pontificado ordenó la
predicación y venta de las indulgencias, pues esperaba
reunir los recursos suficientes para llevar a cabo sus
grandes obras de embellecimiento de Roma.
Juan Tetzel (1465-1519), dominico alemán, alcanzó
celebridad por la forma en que vendía las indulgencias
entre los habitantes de su país natal. Esta venta en
gran 113 escala fue el origen inmediato o causa
desencadenante del movimiento de la Reforma, pues
disgustó a Lutero la forma en que se conseguía dinero
con la venta de los supuestos beneficios relacionados
con los castigos -más allá de la tumba- que
correspondían a los pecadores.
La doctrina de la existencia del purgatorio y lo que se
puede hacer a favor de las almas sometidas a un fuego
purificador, ocupaban un lugar de capital importancia en
todo el sistema de las indulgencias. Por eso era natural
que estos versículos de 2 Macabeos adquirieran enorme
importancia como una prueba en favor de la eficacia de
efectuar sufragios por los difuntos. El pasaje en
cuestión implicaba la aceptación del libro donde se
encuentra. Y si éste era incluido en el canon, debían
incluirse también otros libros controvertidos.
El otro pasaje de evidente importancia doctrinal que
corresponde tratar ahora es una narración atribuida a
judas Macabeo, en la que cuenta a sus compañeros de
armas que había tenido una visión según la cual "el
antiguo sumo sacerdote Onías, hombre bueno y excelente,
de presencia modesta y carácter amable, de trato digno y
dado desde su niñez a la práctica de la virtud, estaba
con las manos extendidas, orando por todo el pueblo
judío. En seguida apareció otro hombre, que se
distinguía por sus cabellos blancos y su dignidad; la
majestad que lo rodeaba claramente indicaba que se
trataba de un personaje de la más alta autoridad. Onías
tomó la palabra y dijo: 'Este es Jeremías, el profeta de
Dios, el amigo de sus hermanos, que ora mucho por el
pueblo y por la ciudad santa'. Jeremías extendió la mano
derecha, le dio a judas una espada de oro y le dijo:
'Toma esta espada santa, que Dios te da; con ella
destrozarás a los enemigos' ' (cap. 15: 12-17).
Continúa el relato afirmando que de esta manera fueron
"reconfortados" los combatientes presididos por el
Macabeo, y se sintieron impulsados por un nuevo valor
para luchar por su patria.
No sabemos cuánto tiempo había transcurrido desde la
muerte del "antiguo sumo sacerdote Onías" hasta el
momento cuando Judas contó lo que el autor califica de
"una visión digna de crédito" (vers. 11), pero sabemos
que el profeta Jeremías desempeñó su ministerio entre
los siglos VII y VI a.C. por lo que, en los días de los
Macabeos, hacía unos cuatro siglos que había fallecido.
Por lo tanto, con esta "visión" -como se afirma en una
nota de la BJ-se da validez a "la intercesión de los
muertos" (ed. de 1967, p. 546).
No es de extrañarse que enseñe Ausejo -refiriéndose a
"la utilidad de la oración por los difuntos (12:43-46) y
la intercesión de los santos (15:12-16)"-que "la
importancia doctrinal" de 2 Macabeos "es realmente muy
valiosa, por cuanto en él se descubren verdades
referentes al más allá, que apenas se vislumbran en los
demás escritos del AT" (ed. de 1966, p. 617).
En cuanto al valor que la Iglesia Católica atribuye a
este pasaje y al libro de 2 Macabeos, es claro el
testimonio de Straubinger cuando afirma: "Vemos aquí
señalada la eficacia de la intercesión de los Santos por
los que aún somos viadores en la tierra" (Id., p. 1287).
Son diversas las formas rituales que consisten en rezos
constantemente repetidos, en los que se recurre a la
intercesión ante Dios de la bienaventurada Virgen María
o a la de determinados santos. Todas estas prácticas de
culto tienen como origen la creencia que se enseña y
difunde -basada en los cap. 12 y 15 de 2 Macabeos- de
que los vivos pueden ofrecer sufragios por los difuntos,
y éstos, a su vez, pueden interceder por los vivos que
les ruegan. Siglos de historia enseñan que éste es uno
de los factores más importantes para oscurecer-y en
muchos casos para relegar al olvido- la única obra
mediadora reconocida en las Escrituras: la de nuestro
114 Señor Jesucristo, quien constantemente intercede por
nosotros.
Juan Calvino (siglo XVI) se ocupó de este tema, y al
referirse especialmente a los libros de los Macabeos y
otros apócrifos, escribió: "Citan de un viejo catálogo,
llamado canon de la Escritura, que según ellos procede
de la determinación de la Iglesia. Pero yo insisto en
preguntar en qué concilio se compuso aquel canon. A esto
no pueden responder. Aunque también me gustaría saber
qué clase de canon es éste, porque en esto no hay
acuerdo entre los antiguos. Y si nos atenemos a la
autoridad de San Jerónimo, los libros de los Macabeos,
de Tobías, el Eclesiástico y otros semejantes se deben
tener por apócrifos, en lo cual éstos no pueden en
manera alguna consentir" (Institución de la religión
cristiana [Países Bajos: Fundación editorial de
literatura reformada, 1967], t. II, p. 930).
El lenguaje de Calvino es evidentemente polémico; él
estaba en franca pugna con algunas prácticas como éstas.
Los protestantes no se expresan ahora con esta
vehemencia. Este contraste se explica, en parte, al
recordar que Calvino publicó, por primera vez, su
Institución en 1536: a sólo 19 años de 1517 -el año
histórico del comienzo de la Reforma, iniciada por
Lutero en Wittenberg-, por lo que estaba en todo su
calor el motivo que había desencadenado la protesta del
monje alemán: la venta de las indulgencias y su
aplicación, en muchos casos, como sufragio por los
pecados de los difuntos. El transcurso de cuatro siglos
ha calmado las reacciones de quienes no aceptan esas
doctrinas aún vigentes; además, desde hace mucho no se
ve la figura de un Tetzel que pregone la eficacia de la
compra de beneficios espirituales. Con todo, sigue en
pie el hecho de que el baluarte principal de la creencia
en el purgatorio y todo lo que acompaña a esa doctrina,
así como la posibilidad de que los difuntos favorezcan a
los vivos con su intercesión, se halla en los pasajes
que hemos considerado.
Los apócrifos y la
Septuaginta (LXX)
Quienes aceptan la canonicidad de estos libros y de las
añadiduras a Daniel y Éster, argumentan que se
encuentran en la Septuaginta. También existe en muchos
la noción de que esta traducción del AT al griego se
efectuó en el siglo III a.C. por lo que su antigüedad
acrecentaría su valor.
Pero la verdad es que la traducción de la LXX se
completó en el siglo I d.C. Así lo confirma la
autorizada pluma del jesuita Sebastián Bartina, quien
afirma que el proceso de la traducción de los libros
hebreos "del canon judío [protocanónicos]" se completó
entre la parte final del siglo II a.C. y la primera
mitad del siglo I d.C. Según este autor, durante ese
lapso de formación de la LXX también se llevó a cabo "la
redacción directa en lengua griega de ciertas obras
deuterocanónicas [los libros que venimos llamando
apócrifos] y apócrifas" (Enciclopedia de la Biblia
[Ediciones Garriga], t. VI, columna 612).
Con todo, la mayor o menor antigüedad de esta versión
griega no es de importancia decisiva. Lo que sí tiene
verdadera trascendencia es que la inclusión de estos
libros en la LXX sólo significa que los judíos
helenizados de Alejandría (Egipto) tenían un criterio
flojo que les permitía poner libros controvertidos junto
a los que sí son canónicos por consenso unánime.
No conocemos qué libros incluía la LXX judía
helenística, pues sólo nos han llegado manuscritos
cristianos de la misma. Es posible que los judíos de
Alejandría poseyeran una recopilación de esa versión que
los excluyera, o que los incluyera junto con la
traducción de los 39 libros hebreos del AT, porque los
israelitas consideraban que la traducción de un libro
sagrado no era sagrada. La certidumbre de cualquiera de
estas posibilidades haría más débil aún el argumento de
recurrir a la 115 versión de los LXX para apoyar la
canonicidad de los libros apócrifos.
Lo afirmado en el párrafo anterior se comprueba por la
presencia en los manuscritos de la LXX de otros libros
que hoy día ninguna iglesia cristiana reconoce como
canónicos, y son: "I Esdras (denominado III Esra por San
Jerónimo), 3 y 4 Macabeos, el Salmo ideográfico de
David, los Salmos de Salomón, las Odas de Salomón y la
Oración de Manasés" (Luis Gil, catedrático de Filología
Griega de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Madrid, Id., t. VI, columna 616).
El erudito alemán Alfredo Rahlfs publicó en tres partes
(1904, 1907 y 1911) su obra Septuaginta- Studien, que
también difundió la Sociedad Bíblica de Stuttgart. En
ese amplio comentario, con la excepción de la Oración de
Manasés, están incluidos como parte de la LXX todos los
otros libros que nadie reconoce como canónicos y que ya
enumeramos.
Luis Gil, a quien acabamos de citar, añade a
continuación: "Se ha de notar que Job se presenta en la
versión griega [la LXX] considerablemente abreviado"
(loc. cit.). Apuntamos esto únicamente para que sirva de
ejemplo de que no siempre se puede confiar en la
exactitud de "la versión griega", pues tiene
peculiaridades que crean problemas textuales que no se
pueden resolver satisfactoriamente.
También es importante destacar que la práctica rabínica
requería abluciones rituales que eran obligatorias para
cualquiera que usara los rollos que hoy forman los
libros canónicos hebreos. En cambio, esos mismos rabinos
enseñaban que ninguna traducción contaminaba las manos.
Esta expresión significaba que ellos restaban toda
importancia a las traducciones del Texto Sagrado (hebreo
o arameo). Por lo tanto, no habrían prestado la debida
atención al hecho de que en la Septuaginta -por ser una
traducción- se incluyeran libros ajenos al canon bíblico
o se hicieran aditamentos en griego a Daniel y a Éster.
Los códices más
antiguos
La presencia de los libros apócrifos en los tres
principales códices de la Biblia exige una explicación.
Ninguno de ellos es completo, o sea que no contiene los
66 libros "protocanónicos". Sin embargo, juntando el
material de los tres tenemos toda la Escritura. En
ninguno de los tres tampoco están todos los libros
apócrifos. En el Códice Vaticano (siglo IV d.C.) hay
cinco,*pero faltan 1 y 2 Macabeos; en el Sinaítico
(siglo IV d.C.) también hay cinco, y faltan 2 Macabeos y
Baruc; en el Alejandrino (siglo V d.C.) sólo falta Tobit
(Tobías).
En cuanto al significado de esto último debe destacarse
que la inclusión de 4 Macabeos en el Sinaítico y en él
Alejandrino, que es un relato ampliado del espantoso
martirio y de la muerte sucesiva de siete jóvenes judíos
y de su madre, víctimas de la crueldad de Antíoco (2
Macabeos 7: 1-42); y el hecho de que forme parte del
Alejandrino I Esdras (denominado Esdras III en la
Vulgata) y 2 Esdras (o Esdras el Profeta, o Apocalipsis
de Esdras), y la Oración de Manasés así como la
inclusión del libro Salmos de Salomón al final del
índice, son hechos que demuestran que en los siglos IV y
V d.C. existía la costumbre -que hoy nadie emplearía-de
colocar dentro de las Escrituras ciertos libros que
nunca fueron reconocidos como divinamente inspirados, ni
en el canon hebreo ni por ninguna iglesia cristiana a
través de los siglos. Por lo tanto, es natural llegar a
la conclusión de que el hecho de que estos libros estén
en los códices más importantes descubiertos hasta ahora
no es una razón valedera para darles la categoría de
libros canónicos.
Pasajes buenos para
leerse
Hay en estos libros varios pasajes que expresan
pensamientos provechosos; su lectura a veces resulta
edificante.
En el Eclesiástico hay varias enseñanzas o motivos de
meditación que pueden ser útiles. Si bien a veces se
encuentran algunos conceptos que podrían no ser
aceptables -o, por lo menos, discutibles-, hay
expresiones que pueden ser edificantes. Presentaremos
algunos de sus párrafos, comenzando por el que quizá sea
el más interesante:
"Toda la sabiduría viene del Señor y está siempre con
él. ¿Quién puede contar los granos de la arena del mar,
las gotas de lluvia, o los días de la eternidad? ¿Quién
puede medir la altura del cielo, la anchura de la
tierra, o la profundidad del abismo? la sabiduría fue
creada antes que todo lo demás; la inteligencia para
comprender existe desde siempre. ¿Quién ha descubierto
la raíz de la sabiduría? ¿Quién conoce sus secretos?
Sólo hay uno sabio y muy temible: el Señor que está
sentado en su trono. El fue quien creó la sabiduría. La
observó, la midió y la derramó sobre todas sus obras"
(Eclesiástico 1: 1-9).
"No confíes en tus fuerzas para seguir tus caprichos. No
digas: 'Nadie puede contra mí', porque el Señor te
pedirá cuentas. No digas: 'Pequé, y nada me sucedió'. Lo
que pasa es que Dios es muy paciente. No confíes en su
perdón para seguir pecando más y más. No digas: 'Dios es
muy compasivo, por más que yo peque, me perdonará'.
Porque él es compasivo, pero también se enoja, y castiga
con ira a los malvados. No tardes en volverte a él; no
lo dejes siempre para el día siguiente. Porque, cuando
menos lo pienses, el Señor se enojará, y perecerás el
día del castigo" (cap. 5: 2-7).
"No pidas a una mujer consejo sobre su rival; ni al que
busca botín, sobre la guerra; ni a un comerciante, sobre
negocios; ni a un comprador, sobre la venta; ni a un
malvado, sobre la generosidad; ni a un cruel, sobre la
bondad; ni al ocioso, sobre el trabajo; ni al guardián
de un campo, sobre la cosecha. Pide consejo a uno que
respete siempre a Dios, que tú sepas que cumple los
mandamientos y tiene sentimientos iguales a los tuyos,
de manera que, si tropiezas, sufrirá contigo . . . Y,
además de todo esto, pídele a Dios que te mantenga en el
camino de la verdad" (cap. 37: 11-12,15).
"Ofrece a Dios sacrificios agradables y ofrendas
generosas de acuerdo con tus recursos. Pero llama
también al médico; no lo rechaces, pues también a él lo
necesitas" (cap. 38: 11-12).
"Siente vergüenza, ante tus padres, de cometer actos
inmorales; ante el gobernante, de decir mentiras; ante
los amos, de hacer trampas; ante la asamblea, de cometer
crímenes; ante un amigo o compañero, de traicionarlos;
ante los vecinos, de ser insolente. Avergüénzate de no
cumplir los pactos hechos bajo juramento, de meter los
codos cuando comes, de no dar nada al que te pide, de no
responder al que te saluda, de desear la mujer ajena, de
despreciar a un amigo, de impedir que alguien reciba lo
que es suyo, de tener relaciones con una mujer casada o
con la esclava de ella; no te acerques a su cama.
Avergüénzate, ante un amigo, de insultarlo, y de
humillar a alguien después de hacerle un regalo; de
repetir chismes y rumores y de revelar secretos. Esta es
legítima vergüenza; así todos te apreciarán.
"En cambio, no debes avergonzarte de estas cosas, ni
dejar de hacerlas por respeto humano: de la ley y los
mandatos del Altísimo, y de hacer justicia y condenar al
culpable; de hacer cuentas con el socio o el patrón, y
de repartir una herencia o propiedad; de usar balanzas
exactas, y de no engañar en las pesas y medidas; de 117
llevar cuentas de lo grande y lo pequeño, y de discutir
el precio con el comerciante; de corregir a los hijos
con frecuencia, y de castigar a un mal esclavo; de
guardar bajo sello a una mujer mala, y de echar llave
donde hay muchas manos; de contar el dinero que te hayan
confiado, y de apuntar todo lo que entregues o recibas;
de corregir a los insensatos y los tontos, y al viejo
que se junta con prostitutas. Así serás verdaderamente
ilustre, y todos te tendrán por prudente" (cap. 41:
17-27; 42: 1-8).
Hay algunas líneas en Sabiduría que muestran que su
autor debe haberse inspirado en pasajes de Job, Salmos,
Proverbios y Eclesiastés. En Baruc: hay conceptos
emanados de los tres primeros de los libros recién
enumerados así como de algún pasaje del Pentateuco e
Isaías y, por supuesto, de Jeremías (Baruc fue el
secretario de este último profeta; cf. Jer. 36: 16-19;
etc.). En todos estos casos es evidente que el mérito se
halla en haber recurrido oportunamente al texto hebreo.
Es provechoso conocer la opinión de uno de los que
acompañaron a Lutero en los agitados días de su lucha
por la Reforma. Se trata de Andrés Bodenstein de
Karlstadt, generalmente conocido como "Karlstadt", quien
en su obra De Canonicis Scripturis Libellus (1521)
refiriéndose a Sabiduría, Eclesiástico, Judit, Tobías, y
1 y 2 Macabeos, les reconoce cierto valor, y añade:
"Antes de todas las cosas, deben leerse los mejores
libros; después, si uno tiene tiempo, puede permitirse
examinar los libros controvertidos, siempre que tenga el
firme propósito de comparar y cotejar los libros que no
son canónicos con los que son verdaderamente canónicos"
(citado por Bruce M. Metzger, en An Introduction to the
Apocrypha [Una introducción a los apócrifos], [N. York:
Oxford University Press, 1963], p.182).
La traducción alemana de toda la Biblia hecha por Lutero
se terminó en 1534. Ella contenía los "dudosos" * así
como los que los autores católicos llaman "apócrifos' *
y los protestantes "pseudoepigráficos" (menos 1 y 2
Esdras). Estaban en un apéndice al final del AT, con
este prefacio: "Apócrifos. Es decir, libros que no son
tenidos como iguales con las Sagradas Escrituras, y sin
embargo son útiles y buenos para leer". Esta nota existe
todavía en muchísimas Biblias, en alemán, editadas dos o
tres siglos después del reformador.
El Prof. Bruce M. Metzger se refiere a los apócrifos de
esta manera: "No sólo han inspirado homilías,
meditaciones y formas litúrgicas, sino que poetas,
dramaturgos, compositores y otros artistas se han valido
ampliamente de sus temas. Proverbios usuales y nombres
familiares se derivan de estos libros" (citado por G.
Douglas Young, en Revelation and the Bible [Revelación y
la Biblia], [Grand Rapids, Michigan: Baker Book House,
1967], p.185).
Pero reconocer la presencia de algunas enseñanzas
moralmente útiles y elevadoras en una obra y, a veces,
el relato de ejemplos de lealtad a la voluntad divina,
no significa darle una categoría que sólo corresponde
con las Escrituras. Sirva de ejemplo un libro difundido
en muchos idiomas: El peregrino de Juan Bunyan, extensa
alegoría inspirada en los más puros motivos, fiel
reflejo, a través de la mentalidad y de los conceptos
del autor, de importantes enseñanzas bíblicas referentes
a la salvación del hombre por la fe en Cristo. Este
libro ha sido, sin duda, un saludable alimento
espiritual para muchos; pero nunca ha sido catalogado al
mismo nivel que las Sagradas Escrituras, aunque sus
páginas le sirvieron de pauta e inspiración.
Biblias editadas por
organizaciones protestantes
En 1827 la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera,
fundada en 1804, resolvió no incluir más los apócrifos
en la Biblias que imprimía. La Sociedad Bíblica
Americana, fundada en 1816, siguió esa misma norma de
conducta desde 1828.
Es cierto que los libros cuestionados se incluyeron en
antiguas Biblias de origen protestante, como la alemana
de Lutero, de 1537, la inglesa de Miles Coverdale, de
1535, y la de Reina-Valera de 1602. Pero en las
ediciones inglesas y alemanas se los colocó en sección
aparte. Durante dos siglos, aproximadamente, en esas
Biblias tenían el título general de "Apócrifos" (Apocrypha,
* en inglés; Apokryphische Bücher, en alemán).
Juan Wiclef (1324-1384) había declarado siglos antes que
"cualquier libro que esté en el Antiguo Testamento,
además de estos veinticinco [hebreos], sea puesto entre
los apócrifos [Apocrypha]; esto es, sin autoridad para
las creencias" (The Encyclopedia Britannica [La
enciclopedia británica], [ed. de 1893], t. II, p.183).
La cifra '25" empleada por Wiclef, depende de la forma
de computar los 39 libros del AT hebreo: los 12 profetas
menores considerados como un solo libro; el mismo
criterio se aplica para los de Samuel, Reyes, etc.
Asimismo la Confesión Anglicana de Westminster declaró
terminantemente en 1647 que estos libros controvertidos
no "han de ser aprobados o usados sino como cualquier
otro escrito de origen humano" (Ibíd., p.184).
El Dr. Justo C. Anderson, del Seminario Bautista de
Buenos Aires, en su monografía titulada Los libros
apócrifos (Buenos Aires, s/f, que debe corresponder a
1969 ó 1970) se refiere al tratamiento de Juan Calvino,
Los decretos del Concilio de Trento con el antídoto,
obra en la cual "niega la autoridad de los apócrifos y
critica severamente a los Padres conciliares (Trento
1546) por declararlos canónicos. Dice: 'Se proveen de
puntales nuevos cuando autorizan los apócrifos. En II
Macabeos sostendrán el Purgatorio y el culto a los
santos; con Tobit, la satisfacción * los exorcismos, y
¿qué sé yo? . . . No soy uno que desacredite la lectura
de estos libros, pero al darles una autoridad que nunca
antes poseían, ¿qué [cuál] es el fin de ellos sino
querer usarlos como un esmalte espurio para hermosear
sus errores?' '.*
Andrés Bodenstein, colaborador de Lutero, en su obra que
ya hemos citado, que también se publicó en alemán,
sostenía que los "apócrifos" no son iguales a los
"canónicos"; aunque algunos de los primeros puedan
servir como una lectura interesante, pero sin darles la
categoría de libros divinamente inspirados.
Juan Hausschein -Heussgen o Hussgen- (1482-1531),
conocido con el nombre de Ecolampadio, teólogo suizo,
uno de los principales personajes de la Reforma en su
patria, afirmaba en 1530: "No despreciamos a Judit,
Tobit, Eclesiástico, Baruc, los dos últimos libros de
Esdras, los tres libros de los Macabeos, las adiciones a
Daniel; pero no les concedemos autoridad divina con los
otros".
Philip Schaff -reconocido erudito del mundo protestante-
afirma en cuanto a 119 este tema: "Para las iglesias
griega y romana la cuestión del canon está cerrada,
aunque ningún concilio estrictamente ecuménico, que
represente a la iglesia entera, se ha pronunciado en
cuanto a esto. Pero el protestantismo reclama la
libertad de la era antenicena y el derecho de una
investigación renovada en cuanto al origen y la historia
de cada libro de la Biblia. Sin esta libertad no puede
haber un verdadero progreso de la teología exegética" (History
of the Christian Church [Historia de la iglesia
cristiana], [Grand Rapids, Michigan: Eerdmans, 1962], t.
II, p. 524).
En cuanto a la iglesia "griega" u ortodoxa, he aquí este
comentario: "Los ortodoxos que conservaron durante
siglos el canon completo [con los apócrifos], bajo la
influencia de la crítica protestante se han ido
inclinando por el canon corto que excluye los
deuterocanónicos del Antiguo Testamento" (Profesores de
Salamanca, Biblia Comentada [Madrid: BAC, 1962], t. IV,
p. 977).
Respecto a la forma en que el Concilio de Trento
(1545-1563) dio autoridad canónica a los libros que no
están en el canon hebreo, este mismo autor llama "fatal"
al decreto que se redactó con ese fin, y añade que esa
decisión "fue ratificada por 53 prelados entre los
cuales no había ningún alemán, ningún erudito que se
distinguiera por su conocimiento de historia, nadie que
estuviera capacitado por un estudio especial para el
examen de un tema en el cual la verdad sólo podía ser
determinada por la voz de la antigüedad" (loc. cit.).
El autor G. Douglas Young, en su obra Revelation and the
Bible (Revelación y la Biblia), p. 109, al definir su
posición adversa a la inclusión de los apócrifos en el
AT, cita a Merril F. Unger, de esta manera: "
'Ciertamente, un libro que contiene lo que de hecho es
falso, erróneo en doctrina o defectuoso en moral, es
indigno de Dios y no puede ser inspirado por él,
juzgados por este criterio, los libros apócrifos [Apocrypha]
se condenan a sí mismos' " (Introductory Guide to the
Old Testament [Guía introductoria al AT],[Grand Rapids,
Michigan: Carl F. Henry, editor, Baker Book House,
1967], p. 172).
El mismo Young concluye con estas palabras: "La
evidencia histórica es definida; la conclusión extraída
de la historia es que los apócrifos [Apocrypha] no
merecen un lugar en las Escrituras si hemos de limitar
la Biblia a lo que Jesús, los judíos y la iglesia
primitiva usaron y aprobaron como Escritura" (Id., pp.
184-185).
En su enumeración Young incluye a "los judíos", con lo
que evidentemente se refiere a los que respetaban el
canon hebreo del AT. En cuanto a los otros, eruditos en
el tema de la helenización de los judíos del noreste de
África nos explican que, en Egipto, esos hebreos "no
eran tan estrictos como los judíos de Palestina. Los
judíos egipcios tenían un templo propio en el cual se
ofrecían sacrificios contrarios a la ley de Moisés; en
ese templo oficiaban un sumo sacerdote y un sacerdote
rivales [de los de Jerusalén]. Cuando la iglesia
cristiana perdió su contacto con los judíos se hizo raro
el conocimiento del hebreo, y por eso muchos de los
padres llegaron a creer que todos los libros incluidos
en la Septuaginta griega pertenecían a las Sagradas
Escrituras. Sin embargo, nuestros reformadores pronto
volvieron a la fe de la iglesia primitiva y rehusaron
reconocer cualesquiera libros del AT que no hubieran
sido reconocidos por Cristo y sus apóstoles " (A
Protestant Dictionary [Un diccionario protestante],
[Detroit: Charles H. H. Wright y Charles Neil, Gale
Researcher Company, 1972], p. 30).
Todo lo que hasta aquí hemos expuesto en favor de los
libros "protocanónicos" del AT concuerda con el
veredicto de los escrituristas judíos de largos siglos
(excepto los influidos por la cultura griega de
Alejandría), con las listas canónicas cristianas de los
siglos II a IV (ver pp. 90-91) y con el fallo de los
reformadores y de muy destacados portavoces del
protestantismo. 120
En conclusión
Los libros apócrifos podrían editarse en un volumen
aparte. La lectura de algunos de sus párrafos y de
alguna de sus páginas puede ser provechosa. Como lo
hemos comprobado repetidas veces, ese fue el parecer de
diversos Padres de la iglesia y de otros expositores del
cristianismo a través de los siglos.
En el siglo II d.C., Hermas, cristiano que habitaba en
Roma, escribió una obra de carácter principalmente
alegórico que, así lo afirmaba él, era fruto de una
revelación proveniente de un ángel que decía llamarse
"Pastor". El relato es una narración de las supuestas
visiones sobrenaturales causadas por ese llamado
mensajero celestial, así como una exposición de
preceptos y parábolas. El propósito de ese libro,
denominado El Pastor (y más comúnmente El Pastor de
Hermas), es exponer la necesidad, la eficacia y los
requisitos propios de la penitencia.
En el caso de este antiguo libro que no es divinamente
inspirado, bien cabe aplicar la exhortación de Pablo:
"Examinadlo todo; retened lo bueno" (1 Tes. 5: 21).
Los libros "apócrifos" pueden leerse como documentos
interesantes que revelan ciertos aspectos de la vida y
el pensamiento de los judíos del período
intertestamentario; pero tales libros no deben incluirse
en el canon hebreo del AT, y lo mejor sería que en caso
de editárselos se lo hiciera en un libro aparte.
Las iglesias
cristianas protestantes
En estas iglesias no ha habido hasta ahora un organismo
único de orientación para unificar los criterios en
cuanto a los libros que sólo deben considerarse como
canónicos. Sin embargo, a través de los siglos la
actitud de los diversos portavoces de todas estas
iglesias cristianas ha ido formando un criterio definido
que bien podríamos llamar "rector" en este importante
asunto.
Esta orientación la han señalado claramente los
diferentes escrituristas en sus muchas obras, y puede
resumiese en los requisitos que, tácita o
explícitamente, se han aplicado a cada uno de estos
libros. Estos requisitos o condiciones para aceptar un
libro como divinamente inspirado, son:
1.El libro debe haber sido considerado auténtico,
verdadero, por aquellos que estudiaron detenidamente los
problemas bíblicos (exegéticos) de la época de dicho
libro.
2.El libro (autor), si narra acontecimientos, debe haber
estado lo más cerca posible de dichos sucesos.
3.Su autor debe haber sido reconocido como un
instrumento de Dios.
4.El propósito del libro debe ser constantemente de un
elevado contenido moral y religioso.
5.Su tendencia u orientación debe estar siempre en
armonía con todos los libros canónicos.
Invitamos a nuestros lectores a leer detenidamente la
Palabra de Dios, para poder distinguir la verdad del
error; para poder conocer con seguridad cuál es la
voluntad de Dios a fin de cumplirla; para poder sentir
la seguridad que sólo proporciona el conocimiento de la
Santa Escritura, y para sacar conclusiones bajo la
iluminación del Espíritu de Dios.
"Escudriñad las Escrituras -es la orden que nos da
Jesús- . . .; en ellas tenéis la vida eterna" (Juan 5:
39). Y Pablo nos dice para qué fueron dadas las
Escrituras inspiradas: "Toda la Escritura es inspirada
por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia, a fin de que el
hombre de Dios sea perfecto. enteramente preparado para
toda buena obra" (2 Tim. 3:16-17). 121
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