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Libros Deuterocanónicos

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Evaluación de los Libros Deuterocanónicos
Dr. Víctor E. Ampuero Matta

(Incluido en el T4 del CBA)


Nos complacemos en incluir en este tomo el presente artículo, el cual, aunque no figura en la edición inglesa de este Comentario, será muy valioso para todos nuestros lectores.

En el tomo V aparece un artículo sobre la literatura judía antigua, que incluye una breve referencia a los libros deuterocanónicos; pero la importancia del tema justifica un desarrollo más amplio y profundo del mismo. Su autor, el Dr. Victor E. Ampuero Matta, traductor de gran parte de este Comentario, durante años se dedicó a investigar el tema de los deuterocanónicos. Este artículo -obra póstuma- es fruto de esas investigaciones.- Los Editores.


EN 1962 comenzó a hacerse realidad el propósito de que las Sociedades Bíblicas Unidas (SBU) y el Vaticano colaboraran conjuntamente en la traducción y distribución de las Sagradas Escrituras.
Esta convergencia de católicos y protestantes evidentemente es una manifestación del espíritu ecuménico que se ha acentuado en el último tercio de nuestro siglo. Abundan las pruebas de esta tendencia, especialmente desde los días del papa Juan XXIII (19581963).


Uno de los factores que sin duda ha movido a millones de protestantes a mirar con simpatía una relación amigable y hasta de franca cooperación con el catolicismo es lo que algunos han llamado "el gran regreso de la Iglesia Católica Romana a la Biblia". Ese "regreso" ha sido aclamado con entusiasmo.


Corresponde, pues, que nos refiramos brevemente a un documento del Concilio Vaticano II, promulgado el 18 de noviembre de 1965. Se trata de la "Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación".


En esta "Constitución" se define que "Tradición y Escritura están estrechamente unidas y compenetradas" (Concilio Vaticano II. Constituciones. Declaraciones [Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1966], p. 166); se puntualiza que "el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia" (Id., p. 167); se indica que las traducciones de la Biblia deben estar acompañadas de "comentarios [notas] que realmente expliquen", para que los fieles puedan "manejar con seguridad y provecho la Escritura y penetrarse de su espíritu" (Id., p. 179). Además, se dispone "la elaboración de traducciones anotadas para uso de los no cristianos", y se insta a "Pastores o los cristianos de cualquier estado" para que "procuren difundirlas discretamente" (Id., 180).


En este mismo documento conciliar se destaca la necesidad de que todos los fieles cristianos tengan un fácil acceso a las Páginas Sagradas. Por eso se insiste en que 84 es deber de la iglesia procurar que se hagan traducciones "exactas y adaptadas en diversas lenguas, sobre todo partiendo de los textos originales" (Id., p. 177). Ahora bien, dentro de este contexto resalta como muy significativa la indicación según la cual "si se ofrece la ocasión de realizar dichas traducciones en colaboración con los hermanos separados, contando con la aprobación eclesiástica, las podrán usar todos los cristianos" (Id., p. 177).


Desde el mismo principio del entendimiento entre los representantes del Vaticano con los de las SBU se actualizó un tema ya secular, y que parecía olvidado: el de los libros que San Jerónimo (c. 340-420) llamó "apócrifos".* Este adjetivo que en nuestro idioma actual significa "supuesto", "fingido", "falso", tenía alcances menos categóricos en los días de Jerónimo, pues se aplicaba a algo "oculto", "secreto", "dudoso". Algunos escritores antiguos usaban ese vocablo para los libros de sabiduría esotérica (secreta o misteriosa), demasiado complicados para los lectores comunes y que sólo podían ser entendidos por los iniciados.


Los libros incluidos por Jerónimo, bajo la designación de apócrifos, son siete* Eclesiástico (o Sirácida) y Sabiduría (o Sabiduría de Salomón), que por su contenido se parecen a Proverbios y Eclesiastés, por lo que los escrituristas católicos los clasifican como sapienciales; Judit, Tobit (o Tobías); 1 Macabeos y 2 Macabeos, que tienen la apariencia de ser históricos; y Baruc, que es como un Apéndice del libro canónico de Jeremías.


Hay, además, añadiduras al libro de Daniel; los vers. 24 al 90 del cap. 3 (67 versículos) y los cap. 13 y 14; y en el texto griego de Éster aparecen varios pasajes inexistentes en el texto hebreo, que tienen la apariencia de ser una ampliación o adaptación del texto mencionado. En las Biblias castellanas más antiguas autorizadas por la Iglesia Católica (las de Scío de San Miguel y Torres Amat) y en la de Straubinger (1.ª edición 1948-1951), el libro de Éster tiene 16 capítulos debido a las añadiduras en el texto griego, y no 10 como en las ediciones de las SBU, que sólo incluyen el texto hebreo. En estas tres versiones mencionadas, al terminar lo que constituye el cap. 10 en el texto hebreo (compuesto sólo por 3 versículos), hay un subtítulo que dice así: "II. PARTE DEUTEROCANONICA" y a continuación hay una añadidura de 10 versículos a ese capítulo; luego siguen los breves capítulos 11 al 15, y el 16 que es algo más extenso. En las versiones de origen católico más recientes (como las NC, BC y BJ) hay sólo 10 capítulos en el libro de Éster, pero a cada uno de ellos se le ha añadido, con letra cursiva, la parte que Jerónimo llamó "apócrifa". Esto se explica en la BJ mediante esta nota: "En cursiva, los pasajes que la versión griega añade al texto hebreo, adiciones que la Iglesia reconoce como inspiradas. San Jerónimo 85 las relegó al apéndice de su versión latina". Esta "versión latina" es la que conocemos como la Vulgata.
Además de estos libros, hay otros que ninguna iglesia cristiana reconoce como fruto de la inspiración divina y que, sin embargo, están en la Septuaginta (LXX) griega y en ejemplares antiguos de la Vulgata latina. Estos libros son: Esdras, a veces llamado "Esdras griego" y denominado 3 Esdras en la Vulgata, en donde Esdras y Nehemías son 1 Esdras y 2 Esdras, respectivamente; 4 Esdras (considerado apócrifo por la Iglesia Católica, al igual que 3 Esdras), también llamado 3 Esdras cuando Esdras y Nehemías son computados como un solo libro; y la Oración de Manasés, que se basa en la plegaria que es rey de Judá elevó, arrepentido, mientras estaba cautivo en Babilonia (2 Crón. 33: 12).


Conviene saber que en algunas listas se presentan 15 nombres de libros de este tipo. Se llega a esta cantidad siguiendo la siguiente enumeración: 1 Esdras, 2 Esdras, Tobit, Judit, las adiciones al libro de Éster, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, la carta Jeremías (que constituye el cap. 6 de Baruc en la VP, Dios habla hoy,* así como en otras versiones), la Oración de Azarías (Abednego) y el Canto de los tres jóvenes (o sea la añadidura al cap. 3 de Daniel), Susana (el cap. 13 de Daniel, añadido al texto reconocido como canónico por los Hebreos), Bel y el dragón (la adición que forma el cap. 14 de Daniel), la Oración de Manasés, 1 Macabeos y 2 Macabeos. El conocimiento de esta distribución evitará posibles confusiones.


El tema de los apócrifos sólo tiene que ver con el AT (39 libros en las Biblias sin imprimatur, y 46 [47 en El libro del pueblo de Dios] en las que llevan esa aprobación eclesiástica), pues en el NT todas las Biblias tienen 27 libros, con ligeras diferencias textuales que no tienen mayor importancia. Citaremos el ejemplo de Mat. 6: 13, donde se lee en la RVR: "Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos". Estas palabras que suelen llamarse "la doxología del Padrenuestro", no están en el texto de las Biblias de origen católico; sin embargo, forman parte de las oraciones de la misa, y la BJ (1967), en la nota correspondiente aclara: "Adic.: 'Porque a ti pertenecen el reino, el poder y la gloria por los siglos. Amén' (influencia litúrgica)".


Definición de términos


Es importante saber que el vocablo "deuterocanónicos"* fue acuñado en el siglo XVI por el exégeta católico Sixto Senense (1520-1569). Este dato se encuentra en la Enciclopedia de la Biblia, de las Ediciones Garriga de Barcelona, obra preparada bajo la dirección de los escrituristas católicos Alejandro Díez Macho y Sebastián Bartina, ambos sacerdotes. Se trata, pues, de una palabra- etimológicamente muy interesante- creada a propósito para dar un nombre específico y que no resulte chocante a los libros y a las añadiduras que Jerónimo, unos mil años antes, había denominado "apócrifos".


La aparición del término "deuterocanónicos" obligó a la formación del vocablo "protocanónicos". Para conocer de fuente autorizada el significado y los alcances de ambos términos, presentamos la forma en que el Diccionario de la Biblia, del autor católico Serafín de Ausejo, define el término "deuterocanónicos": "Se aplica a aquellos 86 libros de la Biblia de cuya canonicidad se dudo en sectores reducidos de la primitiva Iglesia, hasta que el magisterio eclesiástico reconoció oficialmente su carácter inspirado y los admitió en el canon de la Sagrada Escritura. La expresión no es muy afortunada, pues suscita la impresión de que la Iglesia hubiera establecido dos cánones: uno en que se hubieran catalogado los libros reconocidos como inspirados por el juicio unánime de la Iglesia universal (protocanónicos); y otro posterior, en que se hubieran admitido más tarde los restantes (deuterocanónicos). Mejor es la terminología de Eusebio (Hist. Eccl. 3.25) que divide los libros del NT en tres clases: homologoúmena (= reconocidos, [o sea] nuestros protocanónicos), antilegoúmena (= discutidos, [o sea] deuterocanónicos) y nótha (literalmente bastardos, legítimos, e. d., aquellos a los que acá o allá, se les atribuyó indebidamente origen apostólico)" (Op. cit. [Barcelona: Herder, 1963], columna 457). En este caso, el "magisterio eclesiástico" a que se refiere Ausejo corresponde con el pronunciamiento del Concilio de Trento (1545-1563) y el Concilio Vaticano I (1870).


Para el católico ya está resuelto el problema, pues le basta esta definición de la jerarquía de su iglesia. No necesita examinar por sí mismo los libros en cuestión. Respecto a este criterio son oportunas las palabras de Lutero: "La Iglesia no puede dar a un libro otra autoridad que la que el libro intrínsecamente tiene, y no puede convertir en inspirado al libro cuya naturaleza no está penetrada por la inspiración" (citado por Alcides J. Alva, en Fuentes bíblicas [Editorial CAP, 1962], p.38. Algunos padres de la iglesia denominaron antilegoúmena (discutidos) a la Epístola a los Hebreos, 2 y 3 de Juan, 2 de Pedro, Santiago, Judas, y Apocalipsis. Son deuterocanónicos en el sentido de haber entrado al canon algo después que los otros libros. Hoy los católicos los consideran como libros canónicos. Algunos pasajes del NT, ausentes en las versiones griegas más antiguas (Mar. 16: 9-20; Luc. 22: 43-44; Juan 7: 53 al 8: 11; etc.) son algunas veces llamados "deuterocanónicos". Acerca de éstos dice Salvador Muñoz Iglesias, profesor de Sagrada Escritura en el Seminario Mayor de Madrid y director de la revista Estudios Bíblicos: "Realmente las secciones deuterocanónicas [del NT] son simples problemas de crítica textual" (Enciclopedia de la Biblia [Ediciones Garriga], t. II, col. 886). Si bien los siete libros y los pasajes mencionados podrían denominarse "deuterocanónicos", por no haber formado parte del primer canon del NT, no dejan ahora de formar parte del Nuevo Testamento reconocido, tanto por católicos como por protestantes.


A continuación, este mismo autor añade: "Conviene advertir que los protestantes, siguiendo la nomenclatura de San Jerónimo, llaman apócrifos a estos libros deuterocanónicos, y pseudoepígrafos a los que nosotros llamamos apócrifos.


Como dato ilustrativo mencionamos que se reconocen como pseudoepígrafos -o que es evidente que se recurrió a un fraude para atribuir a un autor bíblico determinado libro, ajeno a las Escrituras- a obras tales como la Epístola de los apóstoles, escrita alrededor del año 175; la llamada Epístola de San Pablo a los Laodicenses, escrita no antes del siglo V, y que fue redactada con la intención de que pareciera la carta que el apóstol escribió a Laodicea (Col. 4: 16); la Epístola de San Pablo a los alejandrinos, que sin duda fue escrita por algún discípulo del hereje Marción (?-160). Hay otras obras también catalogadas como espurias. Entre ellas, diversos "Evangelios" como el atribuido a San Pedro, y varios "Apocalipsis" como el de San Pablo, Esteban, Tomás, Zacarías y otros.


La Versión Popular


La edición de esta Biblia hecha por la Sociedad Bíblica Americana en 1979, fue publicada por pedido de una entidad católica, como puede verse en la nota que está 87 en la primera página, y que reproducimos parcialmente: "El Consejo Episcopal Latinoamericano - CELAM-mira con satisfacción la publicación completa de la Versión Popular de la Biblia en español, 'Dios habla hoy', la cual, realizada con la colaboración de biblistas católicos, contiene, de acuerdo con nuestro pedido, los libros Deuterocanónicos y está destinada a la difusión de la Palabra de Dios en la América Latina". Está firmada por Alfonso López Trujillo, Secretario General del CELAM.
El Índice de esta Biblia está dividido en tres partes: Antiguo Testamento, Libros Deuterocanónicos y Nuevo Testamento. Esta división podría sugerir a los lectores poco acostumbrados a estudiar y menear la Biblia, que éste ha sido siempre el contenido y distribución de ella.


Los libros apócrifos están precedidos de un corto prólogo titulado LIBROS DEUTEROCANÓNICOS, en donde se dan algunas explicaciones, de las cuales citamos las siguientes líneas :* "Estos libros no se encuentran en la Biblia hebrea tal como la fijaron los rabinos judíos a fines del siglo I de la Era Cristiana. Pero formaban parte de la versión griega llamada Septuaginta, hecha probablemente a partir del año 250 a. C., y que fue la versión usada en un principio por los judíos de habla griega y por los primeros cristianos. A los libros de la Biblia hebrea se les llama también protocanánicos, o sea del 'primer canon' . . .


"La inclusión de los libros deuterocanónicos dentro del Antiguo Testamento ha sido objeto de discusión desde tiempos muy antiguos. Ya hemos visto que finalmente optaron por excluirlos [esto no es claro, pues no se dice quiénes optaron por esa exclusión ni cuándo lo hicieron]. Algunas iglesias han hecho lo mismo o no les conceden la misma autoridad que a los otros libros, y prefieren darles el nombre de Apócrifos . . . La Iglesia Católica Romana y algunas iglesias orientales los reciben como parte integrante de las Escrituras, y algunas confesiones protestantes los reconocen como libros provechosos para la lectura privada aunque no los consideran como base de doctrina.


"Algunas veces estos libros deuterocanónicos se imprimen intercalados con los protocanónicos; otras veces se los incluye como un grupo aparte antes del Nuevo Testamento, que fue lo que hizo San Jerónimo en su versión latina y que es lo que se ha hecho en la presente edición.
"No es de la competencia de las Sociedades Bíblicas fallar sobre las cuestiones en que difieren entre sí las iglesias cristianas, como en el caso de los libros deuterocanónicos, ni les corresponde dictaminar en cuanto a la autoridad de éstos".


Los deuterocanónicos de esta edición de la Biblia han sido colocados en sección aparte, pero hay más de 400 referencias a ellos al pie de las páginas de muchos de los libros protocanónicos. Sólo hay 12 libros del AT y 6 del NT donde no hay estas referencias.


Es interesante notar que 1 Mac. 1: 54 y 2 Mac. 6: 2 están entre las referencias correspondientes a Dan. 9: 27; 11: 31 y 12: 11; 1 Mac. 1: 1-9 se ha relacionado con Dan. 11: 3-4; 1 Mac. 1: 17-19 con Dan. 11: 25; 1 Mac. 1: 20-24 con Dan. 11: 28; 2 Mac. 7: 9, 14, 23 con Dan. 12: 2; 2 Mac. 2: 4-8 acompaña como referencia a Apoc. 11: 19; y 1 Mac. 1: 54; 6: 7 a Mat. 24: 15 y Mar. 13: 14. En todos estos casos la sugerencia para la 88 comprensión de los pasajes proféticos de Daniel, Mateo, Marcos y Apocalipsis está influida por elementos ajenos al canon hebreo.


Marco histórico de este tema


En favor de la aceptación de los libros apócrifos se ha argumentado que a veces fueron citados por algunos "padres" de la iglesia, o sea, por aquellos que cronológicamente vienen después de los apóstoles.


Esta afirmación pierde su valor cuando se piensa en que hubo casos cuando ciertos "padres" recurrieron a autores paganos para apoyar algunas de sus afirmaciones. Por ejemplo, Justino Mártir (muerto c. 165) se valió de los llamados "Oráculos sibilinos". Estos antiquísimos escritos gozaban "de gran prestigio y autoridad entre las gentes incultas y supersticiosas" (Luis M. de Cádiz,* Historia de la literatura patrística [Buenos Aires: Editorial Nova, 1954], p. 295). Este autor también refiere que se apoyaron en el texto de las "sibilas": Hermas (padre apostólico de mediados del siglo II) y Teófilo de Antioquía (fines del siglo II). Además de recurrir a los "Oráculos" ya mencionados, Justino dependió alguna vez del astrólogo Hystaspes; lo hizo en su Primera apología, cap. 20; asimismo citó los llamados Hechos de Poncio Pilato como si hubiera sido un auténtico relato de la muerte de Cristo (Id., cap. 25, 35, 48).


También es verdad que algunos de los escritores cristianos de los primeros siglos algunas veces citaron de los libros apócrifos, dando así la impresión de que los consideraban como parte esencial de las Sagradas Escrituras. Sin embargo, este hecho debe considerarse teniendo en cuenta que también citaban como escritos divinamente inspirados algunos libros que no son reconocidos como tales ni por los católicos ni por los protestantes. Clemente de Alejandría (muerto c. 220) es un destacado ejemplo de esta realidad. El utilizó los libros de Tobit (Tobías), Eclesiástico, Baruc, Judit y Sabiduría como si fueran inspirados por Dios. Pero, dándoles la misma validez, utilizó también la Epístola de Bernabé, el Pastor de Hermas, la Epístola de Clemente Romano, la Predicación de Pedro, las Tradiciones de Mateo, el Evangelio según los Egipcios, el Cuarto Libro de Esdras, la Disciplina del Señor, el Evangelio a los Hebreos, el Apocalipsis de Pedro y los Dichos de Cristo a Salomé.


El mismo Clemente reconoció que mezclaba deliberadamente las enseñanzas paganas y cristianas. Dice en cuanto a su libro Strómata (literalmente, "tapices", en sentido figurado, "misceláneas"): "Nuestro libro no se quedará corto en usar de lo que es mejor en filosofía y otras instrucciones preparatorias". Luego añade: "Strómata contendrá la verdad mezclada con los dogmas de la filosofía, o más bien cubierta y oculta como la parte comestible de la nuez en la cáscara" (Strómata, lib. 1, cap. 1, citado en The Ante-Nicene Fathers [Los padres antenicenos], [Grand Rapids, Michigan: Eerdmans Publishing Company, 1956], t. II, pp. 302-303).


Lo que reconoce Clemente nos muestra cómo las enseñanzas de algunos de los escritores cristianos de los primeros siglos habían recibido la influencia del paganismo, y especialmente del pensamiento griego que tanto penetraría en el cristianismo.


En cuanto al empleo de citas que no son bíblicas, más de un autor ha destacado que el apóstol Pablo mencionó en tres oportunidades, o por lo menos hizo alusión, a tres poetas griegos anteriores a sus días. Durante su discurso en el Areópago usó las palabras de los "propios poetas" de los atenienses. "En él vivimos, y nos movemos, y somos" (Hech. 17: 28) es una expresión de Epiménides de Cnosos (Creta), filósofo y poeta del siglo VII a. C. "Linaje suyo somos" (Hech. 17: 28) son palabras de Arato de Cilicia (315-245 a. C.) registradas en su obra titulada Fenómenos. "Las malas conversaciones 89 corrompen las buenas costumbres" (1 Cor. 15: 33) es un dicho -que quizá llegó a convertirse en un refrán popular- del poeta ateniense Menandro (343-280 a. C.). "Los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos" (Tito 1: 12), es también una cita de Epiménides de Creta, "propio profeta" de sus conciudadanos. Pero es evidente que estas citas no tuvieron el propósito de dar validez de autores divinamente inspirados a esos escritores griegos. Sólo sirvieron para que la enseñanza del apóstol fuera más eficaz. El jamás hizo una "mezcla" de "los dogmas de la filosofía" con las verdades reveladas.


Los que se sienten inclinados a reconocer como canónicos los apócrifos, también han puesto énfasis en que ya antes del Concilio de Trento (1545-1563) habían sido aceptados como parte del AT por el Concilio de Cartago (397 d. C.) y el de Florencia (1439). Sin embargo, el de Cartago fue un mero sínodo local, por lo que se desvanece su autoridad para dictaminar en cuanto al canon bíblico. Y el de Florencia, cuyo principal propósito fue el de lograr la unión de la Iglesia Griega Ortodoxa con Roma, evidentemente no se pronunció en cuanto a este tema. Así lo demostró en 1657, John Cosin (1594- 1672), prelado anglicano y erudito escritor, autor de la obra Scholastical History of the Canon of Holy Scripture (Historia escolástica del canon de las Sagradas Escrituras). Este escritor inglés comprobó suficientemente que el supuesto decreto conciliar en el que se daba valor canónico a los libros apócrifos en realidad fue una falsificación introducida en un resumen posterior de las actas del concilio.


Una definición autorizada


San Jerónimo (347-420) definió cuál debería haber sido la posición de la iglesia cristiana frente a estos libros. El enseñaba: "Evite ella [la iglesia] todos los escritos apócrifos, y si es inducida a leer los tales no por la verdad de las doctrinas que contienen sino por respeto de los milagros contenidos en ellos, comprenda ella que no fueron realmente escritos por aquellos a quienes se los atribuye; que en ellos se han introducido muchos elementos imperfectos y que se requiere infinita discreción para buscar oro en medio de la escoria" (Carta CVII a Laeta, párrafo 23, cita traducida de A Select Library of Nicene and Post Nicene Fathers of the Christian Church [Una selecta biblioteca de Padres de la iglesia, nicenos y postnicenos], 2.a serie, t. VI, p. 194).


Refiriéndose en forma más específica a los libros apócrifos y otras añadiduras, dice, Jerónimo: "El libro de Daniel en hebreo no contiene el relato de Susana [cap. 13], ni el canto de los tres jóvenes [parte añadida al cap. 3], ni las fábulas de Bel y del dragón [cap. 14]. Debido a que se los encuentra por doquiera, les hemos dado la forma de un apéndice [al libro de Daniel] anteponiéndoles una señal . . . para que los no informados no piensen que hemos eliminado una porción de este volumen" (Prefacio a Daniel, Id., p. 494).


También afirma, Jerónimo: "La iglesia lee Judit, Tobías [o Tobit] y los libros de los Macabeos, pero no los admite en las Escrituras canónicas. De modo que léanse estos dos volúmenes para la edificación de la gente, no para dar autoridad a las doctrinas de la iglesia" (Prefacio a Proverbios, Eclesiastés y el Cantar de los Cantares, Id., p. 492).


Más adelante podremos comprobar cuánta verdad hay en la afirmación de que en los "deuterocanónicos" hay "muchos elementos imperfectos y que se requiere infinita discreción para buscar oro en medio de la escoria". También se podrá ver por qué los relatos de "Bel" y del "dragón" merecieron ser llamados "fábulas". Es evidente que si bien esos escritos circulaban "por doquiera", no tenían validez para "dar autoridad a las doctrinas de la iglesia".


Jerónimo tradujo el AT del hebreo al latín con sumo cuidado: gastó 21 años en este trabajo. Pero no dio importancia a las porciones apócrifas. Por ejemplo, en el libro de Tobías -como lo afirma el mismo Jerónimo- sólo empleó un día de trabajo (Prefacio a Tobías).


La erudición, la autoridad y el testimonio de, Jerónimo debieran tener un peso decisivo en este tema, porque no hay otro escritor cristiano más apto a quien podamos acudir durante los siglos IV y V. Cuando tradujo la Vulgata tuvo que informarse totalmente y usar un criterio claro y netamente bíblico, para separar los escritos dudosos y determinar cuáles podían aceptarse y cuáles debían ponerse al margen del texto sagrado.


El testimonio de otros antiguos expositores


Además de Jerónimo, se destacan varios autores cristianos de los primeros siglos que se ocuparon en forma desapasionada de este tema. Después de diligentes investigaciones enumeraron los libros que deben aceptarse legítimamente como parte del AT y, por otro lado, rechazaron los apócrifos. Estos expositores que provinieron de los ambientes más diversos, son: Melitón de Sardis (siglo I) y Orígenes de Alejandría (siglo III). Posteriormente, en el siglo IV, concuerdan con estos dos: Atanasio de Alejandría, Cirilo de Jerusalén, Hilario de Poitiers, Epifanio de Salamina, Gregorio Nacianceno de Capadocia, Anfiloquio de Asia Menor y Rufino de Italia. A esta nómina debe añadirse el Concilio de Laodicea, también del siglo IV.


A Melitón de Sardis debemos "la primera lista cristiana de las Escrituras hebreas. Ella concuerda con el canon judío y el protestante, y omite los apócrifos" (Philip Schaff, History of the Christian Church [Historia de la iglesia cristiana], [Grand Rapids, Michigan: Eerdmans, 1962], t. II, p. 738). Debe notarse que alrededor del año 170 Melitón fue a Judea para informarse y asegurarse del verdadero número de los libros del AT.


Aquí corresponde destacar la figura de Orígenes (185-254), cuya erudición ha sido siempre reconocida. Además "tenía acceso a informaciones y a libros que no existen desde hace mucho . . . La lista de Orígenes incluye 39 libros canónicos [del AT], agrupados de modo que sumen 22, con Rut y Lamentaciones unidos con Jueces y Jeremías, respectivamente . . . A continuación de la lista añade, y aparte de éstos, están los libros de los Macabeos'. De modo que Orígenes concuerda con el canon judaico precisa y explícitamente, con la excepción de que declara que el libro de Jeremías incluye también Lamentaciones y la Epístola de Jeremías" (R. Laird Harris, Inspiration and Canonicity of the Bible [Inspiración y canonicidad de la Biblia], [Grand Rapids: Zondervan, 1971], p. 189). Corresponde aclarar que la llamada "Epístola de Jeremías" forma el cap. 6 de Baruc.
De Orígenes se ha dicho que era "prodigioso" en la "crítica del texto bíblico" (Luis M. de Cádiz, citando al autor francés Battifol, en su op. cit., p. 202).


Refiriéndose a esta labor "crítica" del texto de la Biblia, dice un escriturista católico: "Las divergencias de la versión de los LXX con respecto al texto hebreo y las alteraciones de transmisión, fueron pretexto para polémica entre judíos y cristianos. Orígenes, para eliminar este inconveniente, compuso una obra colosal de unos cincuenta volúmenes (240-245), donde dispuso por columnas paralelas, palabra por palabra o frase por frase, el texto hebreo, el texto hebreo transcrito en letras griegas, las versiones de Aquila, Símaco, los LXX y Teodoción, por eso recibió el nombre de Hexapla ('Biblia en seis columnas') . . . Purificó críticamente la versión de los LXX, de donde se llama a esta forma Recensión origeniana o texto hexaplar de los Setenta" (Enciclopedia de la Biblia [Ediciones Garriga], t. II, columna 359).


Alejandro Olivar, profesor de Patrología en la Abadía de Montserrat, Barcelona, refiriéndose a Orígenes, ensalza su "base técnica de crítica textual, filológica e histórica". También lo considera como a "uno de los mayores eruditos que han existido" (Id., t. V, columnas 689 y 687).
Sería muy amplio el espacio necesario para presentar más testimonios acerca de la autoridad de Orígenes en el tema que nos ocupa. Podemos no concordar con él en cuanto a todas sus interpretaciones doctrinales de las Escrituras, pero tenemos que respetar su conocimiento de los documentos bíblicos existentes en su siglo, y en este caso la antigüedad resulta un valioso argumento en su favor.


Atanasio, en el año 326, después de enumerar los 22 libros canónicos hebreos, añade: "Además de éstos los otros libros que ciertamente no están incluidos en el canon, pero están indicados por los Padres para que los lean aquellos que son nuevos entre nosotros y que desean instrucción". Luego enumera la Sabiduría de Salomón y la Sabiduría de Sirac (o Sirácida; otro nombre del Eclesiástico), Éster, Judit, Tobías, la Enseñanza de los Apóstoles (más conocida como Didajé, o Doctrina de los Doce Apóstoles), y el Pastor de Hermas (Carta 39.7, The Ante Nicene and Post- Nicene Fathers, [Los padres antenicenos y postnicenos], [Grand Rapids, Michigan: Eerdmans], 2.a serie, t. IV, p. 552).


Cirilo de Jerusalén, en 348, después de narrar la leyenda que refiere la supuesta forma en que fue traducida la LXX (Disertaciones catequísticas, IV, 34), continúa: "De éstos [los libros de la Septuaginta, a la cual se está refiriendo] lee los 22 libros, pero no tomes en cuenta los escritos apócrifos . . . Y del Antiguo Testamento, como hemos dicho, estudia los 22 libros" (VI, 35, en The Ante Nicene and Post-Nicene Fathers, 2.a serie, t. VIII, p. 27).


Rufino, en su opúsculo titulado: Comentarios sobre el credo de los apóstoles, después de enumerar los libros canónicos en el párrafo 37 de esa obrita, continúa diciendo que "debe saberse que hay también otros libros que nuestros padres no llaman 'canónicos' sino 'eclesiásticos' ". Enumera a continuación seis de los apócrifos, con excepción del libro de Baruc. También menciona el Pastor de Hermas y Los Dos Caminos (que quizá equivale a la Didajé), que si bien podían leerse en las iglesias, "no se recurría a ellos para la confirmación de la doctrina". Añade que además "hay otros escritos que ellos llaman apócrifos [indudablemente, los que en la terminología protestante son conocidos como 'pseudoepigráficos'] que ellos no hacían leer en las iglesias" (Id., t. 111, p. 558).
Debe saberse que así como no están los apócrifos en las listas canónicas de estos autores, tampoco está el libro de Éster. Este hecho se puede explicar si se tiene en cuenta que Atanasio se refiere a ese libro diciendo que no es canónico, "y comienza con el sueño de Mardoqueo". Esto último demuestra que lo que Atanasio tiene en cuenta es la añadidura griega que se agregó al texto hebreo. Dicha añadidura está en la categoría de los apócrifos. Siendo así, ¿dónde colocan a Éster los padres de la iglesia que hemos mencionado? W. H. Green responde a esta pregunta en General Introduction to the Old Testament, the Text (Introducción general al Antiguo Testamento, el texto), (1899), p. 166, con estas palabras: "Éster es un libro canónico entre los hebreos; y así como Rut se considera [en la antigua catalogación hebrea] como un solo libro con Jueces, así también Éster con algún otro libro" (citado por R. Laird Harris, en op. cit., pág. 190).


Unos cuatro siglos después de Orígenes y unos 170 años después de Jerónimo, Gregorio Magno, papa de 590 a 604, al citar de 1 Macabeos, afirma: "Presentamos un testimonio de libros que aunque no son canónicos, sin embargo son publicados 92 para la edificación de la iglesia" (W. H. Green, op. cit., p. 176, citado por R. Laird Harris, en op. cit., p. 192).


Aproximadamente mil años después del papa Gregorio Magno, el cardenal español Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517), erudito y propulsor de la preparación de la Biblia Políglota Complutense, dedicada al papa León X y aprobada por éste, escribió en el prefacio de esa obra que los libros impresos en ella, que no estaban en el canon hebreo -los apócrifos-, sólo se usaban para "edificación". Esto fue escrito poco antes de la Reforma del siglo XVI.


El testimonio de los judíos


El apóstol Pablo pregunta: "¿Qué ventaja tiene, pues, el judío?", y responde: "Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios?" (Rom. 3: 1-2, RVR). En esos días, esa "palabra" divina estaba formada por "la ley de Moisés,... los profetas y... los salmos" (Luc. 24: 44), es decir, que el AT estaba ya formado exclusivamente por los libros que no admiten discusión. Este pasaje de Romanos es, por lo tanto, importantísimo para reconocer la autoridad y origen del canon hebreo del AT. Se trata del antiguo canon fijado, tradicionalmente, por Esdras (siglo V a. C.), "sacerdote y escriba erudito en la ley del Dios del cielo" (Esd. 7: 12).
A este respecto contamos con el valioso testimonio de Flavio, Josefo, más conocido como "Josefo" (siglo I d. C.), culto y bien documentado historiador judío, expositor de la antigüedad y excelencia de su religión y su raza, quien afirma: "No tenemos una innumerable multitud de libros discordantes y contradictorios entre sí [como tienen los griegos], sino sólo 22 libros que contienen los requisitos de todos los tiempos pasados [es decir, lo registrado en el AT desde la creación en adelante], los cuales con justicia son considerados divinos; y cinco de ellos pertenecen a Moisés, los que contienen sus leyes y las tradiciones del origen de la humanidad hasta la muerte de él. Este lapso abarcó poco menos de tres mil años; pero en lo que respecta al tiempo desde la muerte de Moisés hasta el reinado de Artajerjes, rey de Persia, que reinó después de Jerjes, los profetas que fueron después de Moisés escribieron en trece libros lo que sucedió en sus tiempos. Los cuatro libros restantes contienen himnos a Dios y preceptos para la conducta de la vida humana. Es cierto que nuestra historia ha sido escrita muy minuciosamente a partir de Artajerjes; pero nuestros antepasados no la han estimado de la misma autoridad, porque no ha habido una exacta sucesión de profetas desde ese tiempo; y lo que hacemos demuestra la firmeza con que hemos dado crédito a esos libros de nuestra propia nación; pues durante tantos siglos como los que ya han pasado, nadie ha sido tan atrevido como para añadir cosa alguna a ellos, quitarles algo, o hacerles cambio alguno; porque llega a ser natural y espontáneo en todos los judíos, desde su mismo nacimiento, estimar que estos libros contienen doctrinas divinas y persistir en ellas y, si fuera necesario, estar dispuestos a morir por ellas" (Contra Apión, i. 8, en The Life and Works of Flavius Josephus [La vida y trabajos de Flavio Josefo], [Filadelfia: The John C. Winston Company, s/f], pp. 861-862).
Josefo enumera 5, 13 y 4 (22) libros. Es una manera judaica de hacer coincidir esta cifra con el número de las letras del alfabeto hebreo. Los 39 libros del AT reconocidos como canónicos por todos los cristianos corresponden con estos 22 de la siguiente manera: los 12 profetas menores son computados como un solo libro; los dos libros de Samuel se cuentan como uno; lo mismo se hace con Reyes y Crónicas; Esdras y Nehemías equivalen a uno; Lamentaciones se une con Jeremías; Rut con Jueces. De ese modo, en total hay que restar 17 unidades. La cuenta es exacta y no 93 deja lugar para "añadir", "quitar" o "hacer cambio alguno".


Por regla general, los escrituristas judíos se referían a los "veintidós" libros de las Escrituras -al AT- coincidiendo con Flavio Josefo. Sin embargo, en el tratado talmúdico Baba Bathra se computan 24 libros. Este número resulta de separar a Rut de Jueces, y a Lamentaciones de Jeremías.
A este mismo tema se refiere David Allan Hobbard, autor del artículo titulado "La formación del canon", que forma parte de las explicaciones introductorias de La Biblia de estudio Mundo Hispano. Dice ese autor: "La referencia judía más importante al canon es la del tratado talmúdico conocido como Baba Bathra. Las fechas talmúdicas son muy difíciles de precisar, pero el material en esta sección es probablemente del siglo II o I a.C. . . Los autores de la mayoría de los libros son mencionados; y no se mencionan libros que no se encuentran en el canon protestante" (Ed. de 1977, p. 25). Por supuesto, en el canon, que Hobbard llama "protestante" no tienen cabida los libros apócrifos.


Opiniones representativas sobre los libros apócrifos


Las únicas voces de la antigüedad cristiana en favor de estos libros son las de Agustín de Hipona (356- 430) y las decisiones de los concilios de Hipona (393) y Cartago (397), que dominó Agustín. Sin embargo, este teólogo y filósofo distinguía entre la canonicidad de los Macabeos al compararlos con los otros libros de las "Sagradas Escrituras que son llamados canónicos", y hacía destacar que los libros de los Macabeos no eran reconocidos como divinamente inspirados por los judíos, pero sí por la iglesia, "debido a los violentos y extraordinarios sufrimientos de ciertos mártires" (De Civitate Dei [La ciudad de Dios], xviii, 36, pasaje citado por R. Laird Harris, en op. cit., pp. 190-191).


Más aún, refiriéndose a libros como el de Judit, Agustín afirma: " 'No se encuentran en el canon que recibió el pueblo de Dios, porque una cosa es poder escribir como hombres con la diligencia de historiadores, y otra como profetas con inspiración divina; los primeros concernían al aumento de conocimientos; los segundos, a autoridad en religión, en cuya autoridad se conserva el canon' " (Id., xviii, 26, pasaje citado por R. Laird Harris, en op. cit., p. 191).


Por lo tanto, Agustín reconoció la diferencia que hay entre los libros canónicos y los que no lo son. Aunque no fue tan categórico como Jerónimo, llegó a coincidir con él.


El destacado personaje judío Filón de Alejandría (20 a. C.-50 d. C.), también conocido como Filón Hebreo, en toda su extensa producción literaria nunca citó ni mencionó los libros apócrifos como parte de las Sagradas Escrituras. La importancia de este hecho se destaca si se toma en cuenta que este Filón (hay varios personajes griegos de esa época con el mismo nombre) era un judío helenizado que se esforzaba por armonizar las enseñanzas de Platón, Aristóteles y otros filósofos griegos paganos con las doctrinas religiosas de la Torah hebrea.


Los israelitas de la actualidad que se ocupan de cuestiones bíblicas han mantenido su posición de conservar el AT sin los libros llamados "deuterocanónicos" por los autores católicos. Por ejemplo, la nueva versión castellana de origen judío -que, como es obvio, sólo contiene el AT- efectuada por León Dujovne y Manasés y Moisés Konstantynowski, editada en 1961 por Editorial Sigal, Corrientes 2854, Buenos Aires, sólo tiene los 39 libros conocidos como "protocanónicos" en el ambiente católico.


En cuanto al Concilio de Hipona, a pesar de haber tenido una amplia influencia, fue sólo un sínodo local; no fue ecuménico. Además, para la zona del África del 94 norte, donde estaba situada Hipona, "el canon judío era prácticamente desconocido" (Charles H. H. Wright y Charles Neil, A Protestant Dictionary [Un diccionario protestante], [Detroit: Gale Researcher Company, 1972], p. 264).


El de Cartago también fue sólo local; asistieron 44 obispos. "Su decreto sobre el canon de las Escrituras no fue confirmado hasta 692 por el Concilio Trullano de Constantinopla, cuando fue aceptado por la iglesia oriental" (Id., p. 150).


Los libros apócrifos y el Nuevo Testamento


Hay escrituristas que procuran demostrar que en el NT hay varias referencias, o por lo menos alusiones, a estos controvertidos libros. Afirman, por ejemplo, que Efe. 6: 13-17, en donde Pablo mediante una metáfora describe la armadura del cristiano, es un eco del libro de la Sabiduría, donde leemos: "El Señor se vestirá de su ira como de una armadura, y se armará de la creación, para castigar a sus enemigos; se revestirá de justicia como de una coraza; se pondrá como casco el juicio sincero, tomará su santidad como escudo impenetrable, afilará como una espada su ira inflexible y el universo combatirá a su lado contra los insensatos. Desde las nubes saldrán certeros relámpagos y rayos, como de un arco bien templado, y volarán hacia el blanco; y con furor saldrá el granizo disparado como piedras" (cap. 5: 17-22 ).* No podemos saber si el apóstol -consciente o inconscientemente- imitó de alguna manera la comparación atribuida a Salomón; pero sí es evidente que no es una cita ni que tampoco el apóstol se refiere específicamente a ese libro.
En cambio hay numerosas citas y claras referencias a pasajes del AT que siempre corresponden con los 39 libros que los judíos tenían como divinamente inspirados. Hay citas de varios de esos 39 libros que, en ocasiones, son llamados "las Escrituras", con lo cual se les reconoce la jerarquía de la Palabra inspirada por Dios. Por ejemplo, las palabras de Jesús que dicen: "¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores . . . ?" (Mat. 21: 42) son una cita de Sal. 118: 22-23. Cuando Marcos escribe: "Se cumplió la Escritura que dice: Y fue contado con los inicuos" (Mar. 15: 28), está citando a Isa. 53: 12.* Hay varios otros casos cuando autores del NT usaron las expresiones "la Escritura" o "las Escrituras" para citar determinado pasaje del AT. Tales son los pasajes siguientes:


NT                                          AT
Luc. 4: 17-21................................. Isa 61: 1-2
Juan 7: 38...................................... Eze. 47: 1; Zac. 14: 8 *
Juan 13: 18; 17: 12....................... Sal. 41: 9;
Juan 19: 24.................................... Sal. 22: 18
Juan 19: 28.................................... Sal. 69 :21
Juan 19: 36.................................... Sal. 34: 20
Juan 19: 37.................................... Zac. 12: 10
Hech. 8: 32-33............................... Isa. 53: 7-8
Rom. 4: 3....................................... Gén. 15: 6
Rom. 9: 17..................................... Éxo. 9: 16
Rom. 10: 11; 1 Ped. 2: 6 .............. Isa. 28: 16
Rom. 11: 2-3.................................. 1 Rey. 19: 10,14
1 Cor. 15: 3.................................... Isa. 53: 5-12
1 Cor. 15: 4.................................... Sal. 16: 8-10
Gál. 3: 8.......................................... Gén. 12: 3
Gál. 4: 30........................................ Gén. 21: 10
1 Tim. 5: 18.................................... Deut. 25: 4
Sant. 2: 8........................................ Lev. 19: 18
Sant. 2: 23...................................... Gén. 15: 6
Sant. 4:5-6...................................... Prov. 3: 24


Hay ocasiones en las que se menciona "el libro de los Salmos" (Luc. 20: 42-43) para citar Sal. 110: 1, "el salmo segundo" (Hech. 13: 33) para citar Sal. 2: 7; "otro salmo" (Hech. 13: 35) para citar Sal. 16: 10; y también "los salmos" (ver com. Luc. 24: 44) para notar una división del AT.
A veces se hace referencia a "Isaías", al "profeta Isaías" o a "la profecía de Isaías" (Mat. 3: 3; 4: 14; 8: 17; 12: 17; 13: 14; 15: 7; Mar. 1: 2 [este último versículo tiene también una referencia a Malaquías]; 7: 6; Luc. 3: 4; 4: 17; Juan 1: 23; 12: 38-39; Hech. 28: 25; Rom. 9: 27, 29; 10: 16, 20; 15: 12). Mateo emplea la expresión "lo dicho por el Señor por medio del profeta" (Mat. 1: 22), cita de Isa. 7: 14; o "el profeta" (Mat. 2: 5), cita de Miq. 5: 2; (2: 15), cita de Ose. 11: 1; (13: 35), cita de Sal. 78: 2; (27: 35), cita de Sal. 22: 18; "los profetas" (Mat. 2: 23), cita de Isa. 11: 1., Juan dice "los profetas" (Juan 6: 45), cita de Isa. 54: 13. Lucas escribe "los profetas" (Hech. 7: 42), cita de Amós 5: 25-27; (13: 40), cita de Hab. 1: 5; (15: 15), cita de Amós 9: 11-12; también dice "el profeta" (Hech. 7: 48), cita de Isa. 66: 1-2.


La expresión "la ley" (Mat. 12: 5) es una referencia a Núm. 28: 9-10; en Luc. 2: 23, esa misma expresión, es una cita de Exo. 13: 2, 12; Juan 12: 34 es cita de Sal. 110: 4; Rom. 7: 7 corresponde con Exo. 20: 17 y Deut. 5: 21; 1 Cor. 14: 21 con Isa. 28: 11-12; al decir Cristo: "Vuestra ley" (Juan 10: 34), citaba de Sal. 82: 6; y cuando dijo: "Su ley" (Juan 15: 25), citaba de Sal. 35: 19 y 69: 4.


Cuando Jesús afirmó: "Moisés dijo" (Mar. 7: 10), citaba de Exo. 20: 12 y Deut. 5: 16; a continuación, al decir "el que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente" (vers. 10) citaba de Exo. 21:17 y Lev. 20:9; luego, refiriéndose a esos pasajes, los llama "palabra de Dios" (Mar. 7: 13).


En otros versículos se menciona a "Moisés" para citar algún pasaje del Pentateuco o hacer una nítida referencia a él (ver Mat. 8: 4; 19: 7; 22: 24; Mar. 1: 44; 7: 10; 10: 4; 12: 19; Luc. 5: 14; 20: 28, 37; Juan 8: 5; Hech. 3: 22; Rom. 9: 15; 10: 5, 19; Heb. 12: 21). En el NT también se emplea la frase "el libro de Moisés" (Mar. 12:26), o "la ley de Moisés" (Luc. 2: 22; 1 Cor. 9: 9).
Se nombra a "David" para citar alguna porción de los Salmos en Hech. 2: 25 (Sal. 16: 8-1l); Hech. 4: 25 (Sal. 2: 1-2); Rom. 11:9 (Sal. 69: 22-23); Heb. 4: 7 (Sal. 95: 7-8).


Otros escritores del AT son citados un menor número de veces: Jeremías (Mat. 2: 17); se menciona otra vez a, Jeremías en Mat. 27: 9, aunque aquí la cita es de Zac. 11: 12-13; Isaías (Mat. 13: 14); Daniel (Mat. 24: 15); Oseas (Rom. 9: 25); Joel (Hech. 2: 16); Jonás (Mat. 12: 39-41; 16: 4; Luc. 11: 29-30); Zacarías (Mat. 21: 4).


La minuciosidad, exactitud y abundancia de esta enumeración muestran cómo se entrelazan mutuamente el NT y el AT mediante repetidas citas y claras referencias, y sobre todo, cómo se destaca la excelsa jerarquía que los escritores neotestamentarios 96 reconocen en el AT. Debe destacarse esto último, porque puede haber referencias en el NT que no signifiquen que su autor reconociera que la fuente de que se está valiendo haya sido divinamente inspirada. Por Ejemplo, en Hech. 17: 28 Pablo citó a Epiménides de Creta (siglo VI a. C.), y en ese mismo versículo también citó palabras de Arato de Cilicia (siglo III a.C.), sin que esto signifique que el apóstol hubiera colocado a esos autores paganos como portavoces de la revelación de Dios.


Hay un abismo de diferencia entre las comprobaciones enumeradas en que se citan los libros canónicos y la ausencia en el NT de verdaderas citas de los libros apócrifos. Los autores neotestamentarios no acudían a pasajes de esos libros controvertidos para establecer alguna doctrina o para confirmar referencia histórica.


En Eclesiástico y Sabiduría hay pasajes en que se menciona a personajes de la historia hebrea o se hace alusión a episodios de ella. Eso no significa que estos dos libros puedan situarse en el mismo nivel de los que no son controvertidos. Esto se aclara mediante una comparación con las obras del historiador judío Josefo (siglo I d. C.), en las cuales se menciona muchas veces a numerosos patriarcas, profetas, sacerdotes, reyes y otros personajes del antiguo Israel, así como a sus hechos, sin que esto sea un motivo para que se afirme que Josefo fue un autor cuyas extensas obras puedan formar parte del canon sagrado.


Es interesante destacar que Josefo empieza su amplia obra Antigüedades Judaicas (libro I, cap. 1) con las mismas palabras con que comenzó Moisés el Génesis. Es evidente que ese historiador se valió de los rollos del AT de sus días o de lo que había atesorado de ellos en su memoria.
También hay varios pasajes en Eclesiástico y Sabiduría que no son otra cosa sino un reflejo del pensamiento bíblico: "En el reino de la muerte nadie puede alabar al Altísimo; sólo los que viven pueden darle gracias; el muerto, como si no existiera, no puede alabarlo" (Eclesiástico 17: 27-28). Estas palabras son el eco de Sal. 6: 5; 88: 10-12; 115: 17; 146: 3-4; Isa. 38: 18-19, donde se enseña que "en la muerte no hay memoria de ti [de Dios]"; que los muertos no alaban a Dios ni hablan "en el sepulcro" de la "misericordia" divina; que han perecido los "pensamientos" de los difuntos. Esta enseñanza del AT también se refleja en Baruc 2: 17-18: "No son, Señor, los que ya están en el reino de la muerte, cuyos cuerpos han quedado sin vida, quienes te honran y celebran tu justicia. Son, Señor, los que están vivos pero afligidos en extremo, los que caminan encorvados y sin fuerzas, con la mirada debilitada por el hambre, quienes te honran y celebran tu justicia".
No es de extrañarse que en Eclesiástico haya enseñanzas que son paralelas con las del AT. Su autor o mejor dicho, su traductor según la introducción del libro afirma en ella lo siguiente: "La ley, los profetas y los demás libros que fueron escritos después, nos han transmitido muchas y grandes enseñanzas. Por eso hay que felicitar al pueblo de Israel por su instrucción y sabiduría. Los que leen las Escrituras tienen el deber no solamente de adquirir ellos mismos muchos conocimientos, sino que deben ser capaces de ayudar, tanto de palabra como por escrito, a quienes no han recibido esta instrucción. Así lo hizo mi abuelo Jesús. En primer lugar se dedicó de lleno a la lectura de la ley y los profetas, y de los demás libros recibidos de nuestros antepasados, y alcanzó un conocimiento muy grande de ellos; y luego él mismo se sintió movido a escribir un libro sobre la instrucción y la sabiduría, para que, practicando sus enseñanzas, las personas deseosas de aprender puedan hacer mayores progresos viviendo de acuerdo con la ley . . .


"Al traducirlo he puesto todo el empeño posible . . . para utilidad de aquellos que, residiendo en el extranjero, desean instruirse y están dispuestos a ordenar sus costumbres 97 y vivir de acuerdo con la ley".


Es, pues, claro que el autor de este libro no fue objeto de ninguna revelación divina ni se sintió movido por la inspiración celestial. Sólo fue un comentador de "la ley, los profetas y los demás libros" que transmitieron "muchas y grandes enseñanzas" a Israel. Un nieto del autor, "con todo el empeño posible", tradujo la obra de su antepasado, quizá unos 50 años después de que fue escrita, nada más.


La "escoria" mencionada por Jerónimo


En estos libros hay diferentes clases de errores. Algunos de ellos son graves anacronismos, y otros son datos geográficos que no corresponden con la realidad.


Uno de esos notorios errores -quizá el más grave- se encuentra en el libro de Judit: "Cuando Nabucodonosor estaba en el año doce de su reinado sobre los asirios en Nínive, su capital, Arfaxad era rey de los medos en Ecbatana" (cap. 1: 1). El Nabucodonosor histórico gobernó en Babilonia de 605-562 a.C., y Nínive fue destruida por Nabopolasar (padre de Nabucodonosor) en 612 a.C., por lo tanto, nos encontramos frente a una afirmación completamente equivocada.
Y se afronta un problema histórico de igual magnitud cuando se intenta identificar a ese "Arfaxad . . . rey de los medos", pues para esta declaración no hay una solución aceptable.
Por esta razón Serafín de Ausejo, conocido escriturista contemporáneo, sacerdote católico autor de la versión de la Biblia que lleva su nombre, dice en su introducción al libro de Judit, 6.a edición (Barcelona: Herder, 1966), pp. 549-550: "El difícil encuadramiento de la historia aquí narrada en la historia universal, la nada fácil identificación de sus personajes, y, por consiguiente, la historia misma de la heroína del libro, Judit, son cuestiones muy discutidas hoy entre los exégetas, incluso católicos . . .


"Otro problema es saber la época histórica a que se refiere el relato del libro. ¿Quién fue ese 'Nabucodonosor, rey de Asiria, que reinaba en Nínive (1: 5)'? Porque este célebre rey lo fue de Babilonia cuando ya no existía Nínive, destruida precisamente por su padre (año 612 a.C.) . . .
" La geografía y, sobre todo, la cronología presentan también serias dificultades. Israel ha vuelto ya del cautiverio y ha restaurado el templo de Jerusalén (la vuelta fue en el año 538 a.C.).* Si los hechos narrados en el libro sucedieron antes de la destrucción de Nínive, ¿cuántos años vivió Judit? . . .


"No tendríamos, pues, aquí historia en sentido estricto. . . sino un fondo histórico, muy difícil de determinar hoy, revestido de ropaje novelesco".


En la BJ, ed. de 1967, p. 500, leemos en cuanto al libro de Judit: "Parece como si el autor hubiese multiplicado adrede los dislates de la historia para distraer la atención de cualquier contexto histórico concreto y llevarla por entero al drama religioso y a su desenlace".


En la Introducción del libro de Judit, presentada en La nueva Biblia Latinoamérica [no "Latinoamericana"], traducción del sacerdote Bernardo Hurault y colaboradores (Madrid: Ediciones Paulinas, 1972), p. 859, se afirma que "el libro de Judit es una corta novela".
En la Biblia, también de origen católico, titulada: El libro del pueblo de Dios, cuya traducción fue presidida por los presbíteros argentinos Armando J. Levoratti y Alfredo B. Trusso (Madrid: Ediciones Paulinas, 1980), p. 1681, se dice que el libro de 98 Judit es "un relato didáctico, con un marco histórico completamente imaginario".


Es evidente que Jerónimo captó muy bien y hace mucho tiempo la magnitud de los errores que aquí exponemos, pues cuando tradujo al latín el libro de Judit, para la Vulgata, lo hizo, según sus mismas palabras, "en una sola noche" en que se sintió desvelado. Este último dato también lo presenta Ausejo.


El libro de Judit tiene 16 capítulos, con un total de 346 versículos. El hecho de que San Jerónimo tradujera todo ese material en un tiempo tan breve, nos permite comprobar que él distinguía entre los libros realmente canónicos y los que no lo son.


En cuanto a Tobías (o Tobit), afirma Ausejo: "El problema principal en torno a este libro es saber si en él tenemos una verdadera historia o una especie de novela piadosa". Y añade: "Hay no pocos detalles literarios que delatan cómo esa historia ha sido novelada con fines didácticos. La geografía y la cronología no parecen ser sino relleno; porque tomadas al pie de la letra difícilmente se salvan. Tobías era ya hombre maduro cuando fue deportado de Israel a Nínive ( hacia el año 734 a.C.), y aún vive cuando Nínive fue destruida (año 612 a. C.). Tendría, pues, más de ciento cincuenta años" (Id., p. 536).


Otro escritor católico observa en cuanto a este mismo libro: "Llevado el autor por una preocupación didáctica, no se preocupa mayormente de la fidelidad con los detalles de la historia y de la geografía. Partiendo de un núcleo histórico, ha recurrido a su imaginación para elaborar una narración encaminada a lograr la finalidad didáctica que se propuso como fin. Sería tarea inútil querer trazar una línea de separación entre la historia verdadera y el relato ficticio. Incluso algunos autores católicos declaran que no sería impertinente plantearse la cuestión de si el autor quiso proponer sus enseñanzas bajo el velo de una ficción" ( Luis Aldarnich, bibliotecario de la Pontificia Universidad de Salamanca, en Enciclopedia de la Biblia, [Barcelona: Ediciones Garriga, S. A.], t. VI, columnas 1039-1040).


En La nueva Biblia Latinoamérica se dice que "el libro de Tobías es una corta novela" (p. 85l). En la Biblia titulada El libro del pueblo de Dios se afirma que Tobías "pertenece al género de los relatos 'edificantes' o narraciones elaboradas con el fin de transmitir una enseñanza de carácter moral y religioso" (p. 1705).


En cuanto al libro de Sabiduría, resulta claro que su autor procuró que se entendiera que la obra fue escrita por el rey Salomón, pues afirma: "Tú me has escogido por rey de tu pueblo y por juez de tus hijos y tus hijas; me ordenaste construir un templo en tu santo monte y un altar en la ciudad en donde vives" (cap. 9: 7-8); y añade más adelante: "Mis obras serán entonces de tu agrado, gobernaré a tu pueblo con justicia y seré digno del trono de mi padre" (cap. 9: 12).


Refiriéndose a Salomón como el supuesto autor de este libro, comenta Asuelo que esa paternidad literaria "es imposible"; y prosigue: "Ya lo advirtieron algunos santos padres, particularmente San Agustín y San Jerónimo. El nombre de Salomón no es aquí sino simple artificio literario" (Sagrada Biblia [Barcelona: Editorial Heredar, 1966], p.793). En la introducción de la BJ que corresponde con este libro, también se emplea la frase "evidente artificio literario" cuando se describe el hecho de que el autor del libro de Sabiduría intentó que sus lectores creyeran que Salomón fue el que lo escribió. Se añade en esa introducción: "El autor es ciertamente un judío lleno de fe . . ., pero judío helenizado . . . que vivía en Alejandría" (ed. 1967, p. 877). Rolando E. 0. Murphy, profesor de AT en la Catholic University of America, de Washington, D.C., define así al libro de Sabiduría: "Libro deuterocanónico, que escribió un judío alejandrino desconocido, en los alrededores del siglo I a.C." (op. cit. [Ediciones Garriga], tomo VI, columna 301).


Además, versiones católicas ya antiguas, como Torres Amat, y las más recientes: Straubinger, Nácar-Colunga, Bover-Cantera, Nieto, La nueva Biblia Latinoamérica, El libro del pueblo de Dios, unánimemente reconocen que el libro de Sabiduría fue escrito en griego, en Egipto, por algún judío helenizado desconocido, y quizá en el siglo I a.C.(aunque hay diferencias en la asignación de esta fecha).


Estamos, pues, ante un caso extraño que es difícil calificar como de un mero artificio literario" (como sería cuando legítimamente se usa un seudónimo reconocido como tal). Es evidente que se ha recurrido a un "artificio" para dar realce o mayor autoridad a una obra.


Tal fue el caso de la llamada Epístola de Bernabé, escrita entre 96-98 d.C, o entre 117-131 (d.C.), cuyo autor pretendió que se lo reconociera como al Bernabé, fiel compañero de actividades misioneras de Pablo. La autenticidad de esta epístola es unánimemente rechazada porque fue escrita décadas después de la muerte de Bernabé. Con mayor razón, es obvio que quien escribió en griego -y un griego no exento de "cierta elegancia", como se lee en Bover-Cantera-, no muy lejos del comienzo de la era cristiana, no pudo ser el Salomón del siglo X a. C.


En cuanto al libro de Baruc se afirma en la Versión de Ausejo: "Su origen es muy oscuro . . . Aun reconociendo que originalmente fue escrito en hebreo y que, después de la traducción al griego, se perdió el original, las ideas y la contextura de la obra delatan una época bastante más tardía que la de Jeremías y Baruc". Por eso reconoce Ausejo que "si bien algunos católicos, actualmente pocos, admiten aún su autenticidad, como obra de Baruc, y fijan su origen, por consiguiente, en el siglo VI [a.C.], hoy son más, siempre dentro del campo católico, los que lo retrasan hasta el siglo III, y algunos al siglo I a.C.". Añade: "La atribución a Baruc se debería a la fuerte personalidad de aquellos dos grandes hombres, Jeremías y su secretario [Baruc], con quienes fácilmente relacionó el judaísmo todo lo referente a la ruina de Jerusalén y al comienzo de la cautividad babilónica" (ed. 1966, p. 997).


La BJ se refiere a la "colección heterogénea que lleva el nombre de Baruc" (ed. 1967, p. 990).
El escriturista autor de la versión llamada "Nieto" (su nombre completo es Evaristo Martín Nieto), consigna: "Resulta difícil determinar el autor del conjunto y de cada una de las partes del libro. Ni siquiera entre los críticos católicos son unánimes las opiniones: no pocos siguen la línea tradicional y atribuyen el libro a Baruc; otros, por motivo de examen interno de cada una de las partes, datos históricos, forma literaria, contenido doctrinal, etc., fijan su composición entre los siglos III-II antes de Cristo. No parece sostenible la opinión de varios acatólicos que retrasan la composición de algunas partes (II y III) hasta el siglo I de nuestra era" (ed. de 1966, p. 992).


Bover-Cantera afirma: "No se conserva el original hebreo [de Baruc]; la versión griega es algo imperfecta" (ed. 1957, p.1033).


Todos estos hechos-reconocidos por autores católicos eruditos en el tema, como los citados- crean en torno a este libro la aureola de ser una obrita cuya "atribución a Baruc" (Ausejo) debe haberse hecho intencionalmente con el propósito de darle mayor autoridad debido a la "fuerte personalidad" -diríamos, prestigio- del secretario de Jeremías. Quizá no haya mucha distancia entre esto y una obra reconocida como pseudoepigráfica.


Hay una carta de Jeremías a los cautivos, registrada en el cap. 29 de su libro. Ella no tiene ninguna relación con otra "carta de Jeremías" que constituye el cap. 6 de Baruc en la Vulgata, que es como un apéndice, y que forma una parte separada en la 100 LXX. Acerca de esta segunda "carta", Ausejo registra que "ya San Jerónimo no la consideraba auténtica" (loc. cit.).


Episodios extraños


Son varios los episodios discordantes que se narran en estos libros; los que resaltan quizá sean los siguientes:


En el libro de Tobit (o Tobías) figura un raro personaje: un demonio que recibe el nombre de Asmodeo, acerca de quien se informa que había dado muerte, sucesivamente, a siete esposos de Sara (cap. 3: 8), mujer judía, "hija de Ragüel, que vivía en la ciudad de Ecbatana, en el país de Media" (cap. 3: 7). Esto es insólito en las Escrituras; que un demonio dé muerte a seres humanos, y nada menos que a siete. En este libro también se describe la presencia de un "ángel" de nombre Rafael, que oculta su identidad haciéndose llamar "Azarías" y afirmando que es judío cuando se presenta en Nínive, ciudad donde se dice que está el hogar de Tobit, hijo de Tobiel, de la tribu de Neftalí. Este Rafael acompaña a Tobías, hijo de Tobit, que es enviado por su padre para que vaya a Ragues, localidad de Media. Durante el viaje, Tobías pesca un gran pez. En ese momento afirma Rafael: "Cuando una persona es atacada por un demonio o espíritu malo, si se queman delante de esa persona el corazón y el hígado del pescado, cesa el ataque y no se repite jamás. Y cuando una persona tiene nubes en los ojos, si se untan con la hiel y se sopla en ellos, queda sana" (Tobit 6:8-9) Esta declaración la comenta en esta forma la BJ: "La terapéutica se acomoda a las ideas comunes sobre la enfermedad, tal como aparecen también en otros textos paralelos de medicina antigua. Se ahuyenta al demonio con fumigaciones nauseabundas" (ed. 1967, p. 507). Esta supuesta manera de ahuyentar demonios no se parece en nada a algo que enseñe la Biblia; resulta una afirmación singular que se podría llamar novelesca. Ya para finalizar el libro, se narra que Tobit recuperó la vista al untársele los ojos con la hiel del pescado (cap. 11: 11-13).


En Ecbatana, según el relato, se concertó el casamiento de Tobías y Sara. Con ese motivo Rafael indicó a Tobías: "Cuando entres en la habitación nupcial, toma el hígado y el corazón del pescado, y colócalos sobre las brasas en que se quema incienso. El olor se esparcirá; y cuando el demonio lo huela saldrá huyendo y nunca más volverá a su lado" (cap. 6: 17). Tobías cumplió fielmente todas las indicaciones: "Sacó de su bolsa el hígado y el corazón del pescado, y los puso sobre las brasas en las que se quemaba el incienso. El olor del pescado no dejó acercar al demonio, y éste salió huyendo por el aire hasta la parte más lejana de Egipto. Rafael fue y lo encadenó allá, y volvió inmediatamente" (cap. 8: 2-3). Este relato es completamente diferente a lo que enseña la Biblia.
El feliz desenlace de todo este relato culmina cuando el ser presentado como un ángel se identifica: "Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están al servicio del Señor y que pueden entrar ante su presencia gloriosa" (cap. 12: 15). Luego ordena a la familia del anciano Tobit: "Den gracias ahora al Señor de la tierra, alaben a Dios. Yo voy a subir a Dios, que me envió. Pongan por escrito todo lo que les ha sucedido" (cap. 12: 20). El versículo termina afirmando, "y se elevó". En la Biblia se narran milagros y se refiere la benéfica intervención de ángeles que socorrieron y ayudaron a los hombres, pero nunca nada que se parezca a las andanzas de Tobías.


Es interesante e ilustrativo el comentario de la versión Cantera-Iglesias (Madrid: BAC, 1975), p. 885, en cuanto a la relación de Tobit con varias narraciones populares antiguas: "Se ha advertido el parecido de Tobit con narraciones noveladas extrabíblicas, sobre todo con la 'Sabiduría de Ahicar' y el 'Cuento del muerto agradecido'.101También se puede apreciar el influjo de otros motivos frecuentes en la literatura de la antigüedad como el del justo sufriente, el ministro caído en desgracia, e incluso es posible que hayan influido las leyendas griegas de divinidades que viven por un tiempo disfrazadas al servicio del hombre (cf. Apolodoro, ix, 15). Sobre los alcances de estos influjos difieren los especialistas. Con todo, parece que la dependencia de la novela de Ahicar, el funcionario de la corte asiria, es más que probable. Su nombre aparece mencionado varias veces en el libro de Tobit (1: 21; 2: 10; 11: 19; 14: 10). Que es Tobit quien depende de él y no al revés, parece claro desde que se encontró en Elefantina, Egipto, una revisión en arameo de dicha novela, del siglo V a.C. Por otro lado, parece que esta novela influyó en el libro de Tobit, sobre todo en la forma de la narración literaria. El libro parece más bien estar influido por el 'Cuento del muerto agradecido'. La versión armenia de este cuento es la más próxima al libro de Tobit: Un viajero rescata a un muerto de la profanación dándole sepultura. El viajero cae en desgracia; pero a pesar de su miseria, un extraño se ofrece para servirle con la única condición de cobrar la mitad de las futuras posesiones de su señor. Además, le aconseja liberar a la mujer de un rico a la que se le han muerto cinco maridos en la noche de bodas. Esa misma noche el extranjero corta la cabeza de una serpiente que sale de la boca de la novia y quiere devorar a su señor. El señor le recompensa con la mitad de su fortuna y la mitad de la de su mujer. Por fin el extranjero explica que es el espíritu del muerto enterrado por su señor, y desaparece".


En la VP se lee "Ajicar"; en la BJ, "Ajikar" en vez de Ahicar.
En el libro de Baruc se afirma que éste escribió su libro "en Babilonia" (cap. 1: 1). Esta afirmación no concuerda con el relato bíblico pues Baruc, Jeremías y los demás judíos que habían quedado en Palestina fueron llevados a la "tierra de Egipto" (Jer. 43: 5-7).


Más extraña es la predicción que se registra en el libro de Baruc, en la que se afirma que por haber "pecado contra Dios" los judíos serían llevados cautivos a Babilonia, donde permanecerían "muchos años, un tiempo muy largo, siete generaciones", después de lo cual Dios los sacaría "de allí en paz" (cap. 6: 1-2).


Para evitar confusiones, debe aclararse que este pasaje no está en el libro de Baruc, en la nueva versión argentina de la Biblia, titulada El libro del pueblo de Dios, sino en la llamada Carta de Jeremías, que es el cap. 6 de Baruc sacado de los otros cinco y publicado por separado.
Ahora bien, la realidad bíblica es que, de acuerdo con la profecía, los judíos iban a estar cautivos en Babilonia durante 70 años (Jer. 25: 11-12). Este lapso se confirma en Dan. 9: 2; la explicación de su cumplimiento histórico es relativamente fácil.


Enseñanzas extrañas


En estos libros hay una cantidad de enseñanzas que son contrarias a los principios bíblicos. Estas discordancias han sido señaladas desde hace varios siglos por los que han estudiado detenidamente este tema.


En el libro de Tobit se afirma que "dar limosna salva de la muerte y purifica de todo pecado" (cap. 12: 9, VP). Esta afirmación se repite en el Eclesiástico: "El dar limosnas consigue el perdón de los pecados" (cap. 3: 30). Asegurar que las limosnas logran el perdón de los pecados es ir contra una clara enseñanza de las Sagradas Escrituras. Más aún: la enseñanza de que el ser humano puede ganar su salvación o merecerla mediante sus propias obras -siempre incompletas, imperfectas y no siempre debidamente motivadas-, es una doctrinas de origen pagano.


En la parte añadida del cap. 3 de Daniel se cuenta que Azarías, que junto con los otros dos jóvenes hebreos había sido arrojado en un horno por orden de Nabucodonosor, 102 dijo en su oración: "Actualmente no tenemos ni rey ni profeta ni jefe, ni holocausto ni sacrificio ni ofrenda, ni incienso ni lugar donde ofrecerte los primeros frutos y encontrar tu misericordia" (vers. 38). Lo que dijo Azarías corresponde con la realidad de ese momento excepto que no tenían "profeta", pues en ese tiempo el profeta Ezequiel estaba con los cautivos en Babilonia y Jeremías con los pocos que habían quedado en Palestina. El pueblo de Israel estuvo sin profeta, pero fue durante el período llamado "intertestamentario" cuando, según los eruditos en la materia, se escribieron estas adiciones al libro de Daniel, "entre los años 80 y 50 a.C." (Daniel Hammerly Dupuy, Características de los libros apócrifos [Naña, Perú: CESU], P.20). Es oportuno destacar aquí que las adiciones en griego al libro de Éster, según los especialistas en el tema, fueron escritas entre los años 180 y 145 a.C. (Id., p.21).


Refiriéndose al autor del libro de Sabiduría, comenta Ausejo: "Extraordinario mérito suyo es el haber sabido aprovecharse de las ideas platónicos sobre la distinción del alma y del cuerpo para resolver definitivamente el gran problema que tanto torturó a los 'sabios' de Israel: el problema de la retribución de ultratumba" (op.cit., p.793-794). Recurrir a las "ideas platónicas" para distinguir entre los conceptos de "alma" y "cuerpo", es colocarse en el terreno falible y nebuloso de las especulaciones de la filosofía pagana -en este caso la griega- que influyó durante varios siglos en el pensamiento de los maestros judíos de Alejandría, foco de la cultura helenística de la época.
En Sabiduría 10: 1-4 se enseña que la sabiduría protegió al primer hombre que fue creado( se refiere indudablemente a Adán). Después se presenta a Caín sin mencionar su nombre (la VP y La nueva Biblia Latinoamérica sí lo mencionan; otras versiones católicas no, pero hacen una clara alusión a él). Se hace referencia a su fratricidio, y luego se añade que cuando "por su causa [de Caín]" (vers. 4, BJ)* vino el diluvio, la sabiduría nuevamente salvó a los hombres mediante el justo Noé.


Esto no armoniza con el relato de Gén. 6: 5-7 donde se describe el grado de maldad generalizada al cual llegaron casi todos los antediluvianos. Esa corrupción total colmó la medida de la perversión humana y atrajo la retribución divina.


Si bien es cierto que en el Génesis no se dice la edad que alcanzó Caín, el primer homicida tuvo que haber muerto varios siglos antes del diluvio, si se toma como pauta la longevidad que alcanzaron los patriarcas, según Gén. cap. 5. Por lo tanto, su crimen no pudo haber sido la causa que desencadenó esa catástrofe de alcance mundial. Si la piedad de los descendientes de Set hubiera prevalecido sobre la impiedad de los descendientes de Caín y, sobre todo, si no se hubieran entrelazado ambas descendencias mediante funestas uniones matrimoniales (Gén. 6: 1-4), muy diferente habría sido la condición moral de los antediluvianos, especialmente en el caso de los pertenecientes al linaje de los diez patriarcas, cuyo último representante fue Noé. Resulta, pues, opuesta al relato bíblico la aseveración de que el pecado de Caín produjo el diluvio. Diversos comentadores han destacado esta discordancia.


Aarón, el hermano mayor de Moisés, es llamado "hombre irreprochable" (Sabiduría 18: 21). Será suficiente recordar el desventurado episodio del becerro de oro (Exo. 32; Deut. 9) para mostrar que Aarón estuvo lejos de merecer que se lo llamara "irreprochable".


En Eclesiástico hay una enseñanza que dice: "Cuando hagas el bien, fíjate a 103 quién . . . Haz un favor al bueno, y obtendrás recompensa . . . Dios aborrece a los malvados y les dará su castigo. Debes dar al bueno, pero no al malvado" (cap. 12: 1-2, 67, VP). La doctrina de Cristo enseña: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos" (Mat. 5: 44-45).


También en Eclesiástico se enseña: "Al burro, pasto, palos y carga; y al esclavo pan, corrección y trabajo. Da trabajo a tu esclavo, para que no busque el descanso; si levanta la cabeza, se rebelará contra ti. Con yugo y riendas se doblega una bestia, y con duros castigos al mal esclavo" (cap. 33: 25-27).


Enseñar que el esclavo "no busque el descanso" es lo opuesto a lo que enseña el cuarto mandamiento,* tal como se presenta en la repetición del Decálogo: "Para que descanse tu siervo y tu sierva como tú" (Deut. 5: 14). Y en este pasaje la revelación divina añade: "Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido ; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo" (vers. 15). Es cierto que el descanso sabático obedece a una conmemoración del día cuando Dios "reposó de toda la obra que hizo [en la creación]" (Gén. 2: 2), o si se prefiere otra traducción, "En él cesó Dios de toda la tarea creadora que había realizado" (BJ); acontecimiento señalado por Dios cuando promulgó su ley en el Sinaí (Exo. 20: 11). Este descanso semanal es para toda la humanidad; pero también -de un modo especial para los israelitas- debía ser una ocasión para que recordaran que habían estado esclavizados y que debían dar el debido descanso a sus siervos.


Durante muchos siglos los paganos se habían caracterizado por los castigos -a veces durísimos- con que sancionaban a sus esclavos. En este sentido ha llegado a ser proverbial la crueldad de los romanos. Muy diferente es la enseñanza bíblica. Pablo exhortaba a los cristianos de sus días: "Amos, haced lo que es justo y recto con vuestros siervos, sabiendo que también vosotros tenéis un Amo en los cielos" (Col. 4: 1). También es notable la forma en que el apóstol razona con Filemón respecto a Onésimo, esclavo prófugo de éste: "Porque quizás para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre; no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado, mayormente para mí, pero cuánto más para ti, tanto en la carne como en el Señor" (File. 15-16).


También se lee en Eclesiástico: "De la ropa sale la polilla, y de la mujer sale la maldad de la mujer" (Eclesiástico 42: 13). Esto es creer que existe generación espontánea. La Biblia no es un libro de ciencia, pero tampoco apoya los conceptos científicos de los tiempos en que fue escrita, muchos de los cuales sabemos que son erróneos.


Una plegaria muy extraña se registra en Baruc 3: 4. "Señor omnipotente, Dios de Israel, escucha la oración de los muertos de Israel" (BJ). En la VP se lee: "Escucha las súplicas de los israelitas condenados a muerte". Sin embargo todas las versiones de origen católico (como la BJ, NC, BC, Straubinger, Ausejo, Nieto, Torres Amat, El libro del pueblo de Dios, La nueva Biblia Latinoamérica), traducen: "súplica de los muertos", "plegarias de los muertos" u "oración de los muertos". Más de un comentador ha señalado esto como otro ejemplo de una aseveración que no concuerda con el conjunto de las enseñanzas de las Escrituras, donde no hay ni la más mínima mención 104 de oraciones elevadas a Dios por los muertos. Por eso un erudito escriturista, Edward J. Young, refiriéndose a este extraño pasaje y a otros que se encuentran en los libros apócrifos, concluye afirmando que "en algunos casos discrepan de la verdad divinamente revelada" y añade, "por lo tanto nunca fueron incorporados en el canon judío" (Revelation and the Bible [El Apocalipsis y la Biblia], [Grand Rapids: Baker Book House, 1967], p. 167).


Un personaje importante en 1 y 2 Macabeos


El principal personaje siniestro de los dos libros de los Macabeos es el rey tirano Antíoco IV Epífanes, que significa "ilustre". Reinó de 175-163 a.C., y fue enemigo acérrimo de los judíos, cruel perseguidor del pueblo escogido y tenaz adversario de las leyes y del sistema de culto mosaico. En estos dos libros hay tres pasajes en los que se relata la forma en que murió Antíoco. Las tres narraciones son completamente diferentes -especialmente la segunda, que resulta única- y son contradictorias entre sí.


En el primer relato (1 Macabeos 6: 8-16, VP) se narra que el rey quedo profundamente apesadumbrado por las malas noticias que le llegaban, "tanto que se enfermó de tristeza y cayó en cama, pues no le habían salido las cosas como él quería. Así estuvo muchos días, continuamente atacado de una profunda tristeza, y hasta pensó que iba a morir" (vers. 8-9). A continuación se cuenta cómo reconoció que había procedido mal al saquear la ciudad de Jerusalén y "exterminar a todos los habitantes de Judea sin ningún motivo " (vers. 12). Por eso se dice que murió "de terrible tristeza" (vers. 13), después de haber tomado sus últimas disposiciones.


En el segundo relato (2 Macabeos 1: 13-16) se refiere que Antíoco trató de apoderarse de las riquezas del templo de la diosa Nanea.* Sin embargo, los sacerdotes de ese santuario encerraron a Antíoco y a sus acompañantes en el templo. El relato continúa de esta manera: "Entonces abrieron una ventana secreta que había en el techo, y a pedradas mataron al rey y a sus amigos. Luego les cortaron la cabeza, los brazos y las piernas, y los echaron a los que estaban fuera" (vers. 16). El autor de 2 Macabeos añade con regocijo: "¡Bendito sea siempre nuestro DIOS que entregó a los impíos a la muerte!" (vers. 17).


En la tercera versión (2 Macabeos 9: 1-29) se refiere que "el Señor Dios de Israel, que todo lo ve, lo castigó con un mal incurable e invisible: . . . le vino un dolor de vientre que con nada se le pasaba, y un fuerte cólico le atacó los intestinos. Esto fue un justo castigo para quien, con tantas y tan refinadas torturas, había atormentado en el vientre a los demás" (vers. 5-6). A continuación se dice que "comenzó a moderar su enorme arrogancia y a entrar en razón" (vers. 11). Se añade que "entonces este criminal empezó a suplicar al Señor; pero Dios ya no tendría misericordia de él" (vers. 13). Después figura una supuesta carta conciliatoria que Antíoco dirigió a los judíos. Sigue la narración de esta manera: "Así pues, este asesino, que injuriaba a Dios, terminó su vida con una muerte horrible, lejos de su patria y entre montañas, en medio de atroces sufrimientos, como los que él había hecho sufrir a otros". Concluye con un detalle que parece ser histórico: "Filipo, su amigo íntimo, transportó el cadáver; pero, como no se fiaba del hijo de Antíoco, se refugió en Egipto, junto al rey Tolomeo Filométor" (vers. 28-29).


Debe destacarse que dos de estos relatos -segundo y tercero- aunque son diametralmente opuestos, están en el mismo libro. Surgen las preguntas: ¿Cómo puede 105 un solo autor describir de dos maneras tan diferentes un acontecimiento tan importante como es la muerte del enemigo máximo de su pueblo? ¿O se trata acaso de dos versiones dispares incluidas por un imperdonable descuido?


¿Cómo hacer concordar estos relatos discrepantes? Los escrituristas católicos -aunque no lo expresen explícitamente- reconocen que este problema no tiene solución lógica. Aún no han encontrado una respuesta válida. Sólo dan algunas explicaciones o consideraciones que no resuelven esta dificultad. En la introducción de la BJ a los libros de los Macabeos se reconoce, en cuanto a 2 Macabeos, que en este documento la "intención religiosa se sobrepone al cuidado por la exactitud histórica"; y se añade: "El autor utiliza para su propósito documentos y relatos, sin garantizar con ello su veracidad. La muerte de Antíoco Epífanes se refiere en forma diferente en [2 Mac.] 1: 13-16 y en 9: 1-29 (que se acerca más a 1 Mac. 6: 1-13" (ed. de 1967, p. 546).
En esta misma introducción también se destaca un serio anacronismo: En 2 Macabeos la muerte de Antíoco se sitúa antes de la purificación del templo de Jerusalén, realizada por Judas Macabeo (2 Macabeos 10: 1-8); pero en 1 Macabeos se coloca la muerte del perseguidor después de esa purificación (1 Macabeos 4: 36-59).


Esta extraña divergencia de los tres relatos mencionados y el evidente anacronismo, sin contar las diversas narraciones de un cariz sobrenatural insólito en la Biblia, y de las que nos ocuparemos más adelante, se encuentran precisamente en 2 Macabeos, libro que contiene dos dificultades de orden doctrinal de verdadera importancia: la supuesta validez de los sufragios presentados en favor de los muertos y la hipotética eficacia de la intercesión de los difuntos ante Dios, como abogados de los vivos. Este tema se verá después.


El autor de 2 Macabeos


Debido a la trascendencia de este libro es necesario aclarar algo en cuanto a su autor. No se conoce su nombre, pero debe de haber sido un judío cuyo "estilo . . . es el de los escritores helenísticos" (BJ, p. 546), que tuvo como principal propósito narrar las hazañas bélicas de Judas Macabeo, héroe nacional de Israel y máximo caudillo de los "guerrilleros" judíos del siglo II a. C. Para hacerlo se valió de la obra de cierto "Jasón de Cirene" (2 Macabeos 2: 19, 23).
Acerca de Jasón se dice: "se trata probablemente de un judío culto, originario de la ciudad de Cirene, en el norte de África, y que debió escribir allí, o en Alejandría, una obra amplia de cinco volúmenes sobre las actividades bélicas y religiosas de los Macabeos, la cual sirvió de base al autor del libro canónico de los Macabeos, cuya obra se presenta como epítome del extenso original.


"Fuera de este dato suministrado por el abreviador no se sabe nada más de Jasón de Cirene.
"No hay por qué suponer que tal obra fue inspirada, ya que no lo son los documentos escritos ni las fuentes orales de que han podido servirse los autores sagrados. La obra inspirada que forma parte del canon es el libro segundo de los Macabeos en razón precisamente de los juicios que el autor inspirado emite acerca de los datos que le proporcionó la historia de Jasón . . .Jasón debió escribir en griego, porque 2 Mac. no alude a tarea alguna de traducción" (César Wau, en Enciclopedia de la Biblia, [Barcelona: Ediciones Garriga, 1963], t. IV, columnas 304-305).
De acuerdo con sus propias palabras, el autor del resumen que conocemos como 2 Macabeos se esforzó "por ofrecer entretenimiento a los que leen por el solo gusto 106 de leer; facilidad a los que quieren aprender de memoria y, en fin, utilidad a todos los que lean este libro" (cap. 2: 25).*
Acerca de la forma en que escribió, él mismo nos informa: "Al autor original de una historia le corresponde profundizar en la materia, tratar extensamente los temas, descender a los detalles; pero el que hace un resumen debe ser breve en la expresión y no tratar de hacer una exposición completa de los hechos. Comencemos, pues, nuestra narración, sin añadir más cosas a lo que ya hemos dicho; porque sería absurdo alargarnos en la introducción y luego acortar la historia misma" (vers. 30-32, VP).


Adviértase que este escritor -aquí y en todo su libro-, nunca afirma que está movido por la inspiración de origen divino o que ha recibido una revelación celestial. Tampoco es portavoz de algún profeta o profetas, o del Todopoderoso, pues escribió su obra en el siglo II o I a. C., o sea en pleno período intertestamentario durante el cual -cuatro siglos- no hubo ninguna nueva revelación o instrucción de Dios para su pueblo escogido mediante alguno de sus mensajeros. Este último hecho está confirmado en 1 Macabeos, donde, al referirse al momento histórico posterior a la muerte de Judas Macabeo, se dice: "Fue un tiempo de grandes sufrimientos para Israel, como no se había visto desde que desaparecieron los profetas" (cap. 9: 27). En otro pasaje de 1 Macabeos, al enumerar los poderes de gobernante civil y religioso dados a Simón (hermano de Judas), se advierte que esa autoridad le iba a corresponder "hasta que apareciera un profeta autorizado" (cap. 14: 41).


Dentro del ambiente peculiar de las Sagradas Escrituras no concuerdan con los motivos que impulsaron al autor de 2 Macabeos al redactar su obra. En la introducción de ese libro -ya se dijo- se ofrece "entretenimiento" a quienes "leen por el solo gusto de leer". Sus palabras finales también lo muestran como un escritor completamente despreocupado de no ser portavoz del Autor de la Revelación; tampoco dice nada en cuanto a la fidelidad de sus narraciones. En cambio se manifiesta interesado en haber agradado a sus lectores, pues concluye diciendo: "Yo termino aquí mi narración. Si está bien escrita y ordenada, esto fue lo que me propuse. Si es mediocre y sin valor, sólo es lo que pude hacer. Así como no es agradable beber vino ni agua solos, en tanto que beber vino mezclado con agua es sabroso y agradable al gusto, del mismo modo, en una obra literaria, la variedad del estilo agrada a los oídos de los lectores. Y con esto termino mi relato" (cap. 15: 37-39).


Hay una diferencia abismal entre esta forma de expresarse y la que emplean los autores de los libros que forman el canon hebreo, o sea los 39 llamados "protocanónicos" por los teólogos y escritores católicos.


2 Macabeos y lo sobrenatural


Es evidente que Jasón de Cirene aceptó con gusto como verídicos algunos relatos asombrosos que indudablemente circulaban en esa época (siglos II y I a. C.) entre los judíos helenizados del noreste del África, y posiblemente en otros círculos hebreos de la Diáspora.*


En el resumen de la obra de Jasón -el único elemento de juicio de que disponemos- hay pasajes que comprueban lo que acabamos de afirmar. En este libro se describen varios episodios donde se narran sucesos de orden sobrenatural que presentamos a continuación.


El primero refiere el caso de Heliodoro, funcionario de los crueles y rapaces gobernantes seléucidas opresores de Israel, que decidió confiscar el tesoro del templo de Jerusalén por orden del rey. "Pero cuando él y sus acompañantes se encontraban ya junto al tesoro, el Señor de los espíritus y de todo poder se manifestó con gran majestad, de modo que a todos los que se habían atrevido a entrar los aterró el poder de Dios, y quedaron sin fuerzas ni valor. Pues se les apareció un caballo, ricamente adornado y montado por un jinete terrible, que levantando los cascos delanteros se lanzó con violencia contra Heliodoro. El jinete vestía una armadura de oro. Aparecieron también dos jóvenes de extraordinaria fuerza y gran belleza, magníficamente vestidos. Se colocaron uno a cada lado de Heliodoro, y sin parar lo azotaron descargando golpes sobre él. Heliodoro cayó inmediatamente a tierra sin ver absolutamente nada" (cap. 3: 24-27). En relación con este suceso se cuenta después que "el sumo sacerdote temeroso de que el rey sospechara que los judíos habían atentado contra la vida de Heliodoro, ofreció un sacrificio por su curación. Y al ofrecer el sumo sacerdote el sacrificio por el pecado, los mismos, jóvenes, vestidos con las mismas vestiduras, se aparecieron nuevamente a Heliodoro, se pusieron de pie junto a él y le dijeron: 'Da muchas gracias al sumo sacerdote Onías; por su oración, el Señor te perdona la vida' " (vers. 32-33).


De acuerdo con el segundo episodio, "por aquel tiempo, Antíoco se preparaba para su segunda expedición contra Egipto. Entonces, durante casi cuarenta días, aparecieron en toda la ciudad jinetes con armadura de oro, armados y organizados en escuadrones, que corrían por el aire con las espadas desenvainadas; compañías de caballería en orden de batalla, con ataques y asaltos de una y otra parte, con agitar de escudos y con lanzas innumerables, tiros de flechas, relampaguear de armaduras de oro y corazas de todo tipo. Todos pedían a Dios que estas visiones anunciaran algo bueno" (cap. 5: 1-4).


La tercera de las narraciones de esta índole refiere que estando los judíos "en lo más recio de la batalla, los enemigos vieron en el cielo a cinco hombres majestuosos, montados en caballos con frenos de oro, que, poniéndose a la cabeza de los judíos, se colocaron alrededor de Macabeo, y lo protegían con sus armas y lo defendían para que nadie lo hiriera. También lanzaban flechas y rayos sobre los enemigos, que, ciegos y aturdidos, se dispersaron en gran desorden" (cap. 10: 29-30).


El cuarto relato es el que cuenta la forma en que Judas Macabeo animaba a los suyos para que lucharan contra el ejército de Lisias, gobernante impuesto por los opresores seléucidas. A fin de que se aumentara el valor de los que combatían por la causa hebrea, "estando todavía cerca de Jerusalén, se apareció, a la cabeza de la tropa, un jinete vestido de blanco, agitando unas armas de oro. Entonces todos alabaron a Dios misericordioso, y tan fortalecidos se sintieron en su ánimo que estaban dispuestos a atacar no sólo a los hombres, sino a las fieras más salvajes y a murallas de hierro" (cap. 11: 8-9).


Todas estas apariciones providenciales de jinetes revestidos de oro; esas flechas y esos rayos, a los que evidentemente se atribuye un origen sobrenatural y que se lanzan para aniquilar a los enemigos del pueblo escogido; esas invencibles armas de oro que parecen salir del arsenal divino para defender al Macabeo, paladín de Israel; el despliegue de esplendor sobrehumano de los personajes, hacen que el lector se pregunte en cuanto a la autenticidad y la verdadera fuente de estas narraciones.


Una respuesta lógica tal vez se halle en las afirmaciones de origen católico, las cuales forman parte de la nota introductoria de 2 Macabeos en una de las nuevas versiones castellanas de la Biblia que llevan el imprimatur. Allí se dice que ese libro 108 "hace frecuentes referencias a epifanías [apariciones de origen celestial] divinas, especialmente en los momentos críticos de la batalla, o a modo de presagio de los hechos futuros. Indudablemente [2 Macabeos], se encuentra en este punto mucho más cerca de la mayor parte de la literatura religiosa del próximo Oriente, y especialmente del mundo helenístico, que del mismo AT. Epifanías como las de los cap. 5:2; 10:29; 11: 8, etc., recuerdan mucho la intervención de los dióscuros * y otros seres celestes de la literatura helenística" (Sagrada Biblia de Francisco Cantera Burgos y Manuel Iglesias González [Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1975], p. 1049).


Otro intento de explicar estos relatos fabulosos es presentado por un autor católico que, refiriéndose a 2 Macabeos, afirma: "Pertenece a un género literario entonces popular en el mundo helenístico y conocido como 'historia patética', cuyas características consistían en ser una llamada a la imaginación y a las emociones del lector. Discursos apasionados, lenguaje lleno de fuerza, números enormes, contrastes imaginados, estilo florido; todo forma parte del género y es típico de 2 Macabeos. La intención de conmover al lector y los medios empleados se aceptan como convenciones literarias. Por consiguiente, el autor de 2 Macabeos intenta extraer el significado de los acontecimientos que relata, pero descuida los detalles que exigiría una ciencia histórica. Cronológicamente, cede a la experiencia oratoria * y el orador se reserva el derecho de elegir y de engrandecer ciertos aspectos. 'El auxilio que viene del cielo' (1 Mac. 16: 3) adopta aquí la forma de manifestaciones celestiales (2 Mac. 3: 24-26; 10: 29; 11: 8; cf. 12: 22; 15: 11-16). La aparición de dioses venidos en ayuda de los guerreros en la batalla era un rasgo corriente en la historia patética; el autor judío sencillamente sustituye los dioses con ángeles" (Wilfrid J. Harrington, traducción de José María Ruiz y Antonio Parapar, Iniciación a la Biblia [Santander: Sal Terrae, 1967], p. 479).


Acerca de este tipo de narraciones inverosímiles, refiriéndose a 2 Macabeos, tenemos los siguientes comentarios: "Las manifestaciones divinas . . . entran de lleno en el género patético. Este es el género que preferían ciertos historiadores helenistas, tales como Teopompo de Chíos [o Khíos], Clitarco de Alejandría, Filarco de Naucratis. En tales escritos se ponía de relieve la intervención visible de Dios en el curso de los acontecimientos, complaciéndose en narrar apariciones maravillosas. Se conocen libros enteros escritos con este propósito, como el que lleva por título En torno a la aparición de Júpiter, de Filarco, o Apariciones de Apolo, de Itros de Pafo" (Profesores de Salamanca, Biblia comentada [Madrid: BAC, 1961], t. III, p. 1023-1024).
"Pensemos en un auto sacramental* barroco con bastante tramoya y aparato escénico; algo así sería nuestro libro [2 Macabeos en clave narrativa" (Nueva Biblia española para latinoamericanos [Madrid: Ediciones Cristiandad, 1976], p. 673).


"En la escena tienen cabida algunos personajes sobrenaturales, como presencia de la divinidad; también necesitan signos emblemáticos, pero no necesitan nombre; son funciones escénicas, no copias de una realidad" (loc. cit.).


Posiblemente en esa época, las "convenciones literarias", propias de la llamada "historia patética", no resultaban chocantes para los judíos de Alejandría, helenizados. 109 En cambio -y a pesar de que Judas Macabeo y sus valientes hermanos se destacan como magníficos guerreros en la historia hebrea- los escrituristas de Palestina, aunque sin duda cautivados por los relatos de las hazañas referentes a los héroes y paladines de su pueblo, no pudieron menos que reconocer la diferencia entre este libro y los 39 que ellos aceptaron como canónicos.


Hay otro pasaje que llama la atención, aunque en él no hay nada que pueda atribuirse a una intervención sobrenatural que pudiera llamarse exótica. Es el relato de la forma en que murió "Razis" ("Razías" o "Racías" en las demás versiones castellanas que contienen estos libros), "uno de los ancianos de. Jerusalén". Resulta francamente inverosímil que un anciano, después de volver "su espada contra sí mismo" todavía pudiera correr animosamente "hacia lo alto de la muralla" para lanzarse "sobre la tropa" atacante; y que después "todavía respirando, lleno de ardor a pesar de estar gravemente herido, se levantó bañado en sangre, pasó corriendo por entre la tropa, se colocó sobre una alta roca y, casi completamente desangrado, se arrancó las entrañas y, tomándolas con las dos manos, las arrojó sobre la tropa, pidiendo al Señor de la vida que algún día se las devolviera. De este modo murió" (cap. 14: 37, 41-46). No sólo se trata de algo increíble para un ser humano en las condiciones en que estaba Razis, sino que resulta desconcertante que se ensalce un suicidio (ver. 42).


La popularidad de 2 Macabeos


Todos los que a través de los siglos han creído en el derecho que tienen los pueblos de ser independientes y han apreciado mucho lo que significa la libertad de conciencia, han simpatizado vivamente con los Macabeos, pues esos cinco varones hijos del adón (jefe de comunidad) Matatías se constituyeron en el núcleo de la resistencia de los hasidim, o judíos piadosos, contra el programa de paganización que se trató de imponer en Judea, en el siglo II a. C.
Además de su heroísmo, esos hasidim han dejado bellos ejemplos de fidelidad a sus principios religiosos en medio de largas persecuciones y tormentos.


La forma en que se describe el martirio del anciano Eleazar (segunda mitad del cap. 6) no sólo despierta aversión contra sus torturadores, sino también admiración por ese maestro de la ley que estuvo dispuesto a morir bajo los azotes de un verdugo, "dejando con su muerte, no sólo a los jóvenes sino a la nación entera, un ejemplo de valentía y un recuerdo de virtud" (vers. 31).
Ha alcanzado una difusión mucho mayor el relato registrado en el cap. 7 dedicado al martirio, uno tras otro, de siete hermanos judíos y su piadosa madre. No se registran los nombres de esos mártires; sin embargo, siglos después, el nombre de "Shamuni" ha sido atribuido a esa mujer, tal como se registra en el "Calendario de mártires" de la Iglesia Siria, preservado en un manuscrito que data de 441 d. C. La Iglesia Ortodoxa posteriormente escribió en sus libros de liturgia los nombres de los siete hijos. Es evidente que la imaginación ha suplido lo que no consta en ningún documento.
La verdad es que el relato -completamente cierto o no- de la firme lealtad a la voluntad divina demostrada por esos jóvenes hebreos en medio de sus martirios, ha sido a través de los siglos un motivo de inspiración para millones de lectores, tanto cristianos como israelitas. Más todavía: hasta se ha forjado toda una leyenda acerca de las reliquias de estos mártires. Según esta leyenda, esos restos humanos fueron llevados de Antioquía de Siria a Constantinopla y, posteriormente, a Roma. Más tarde, durante la Edad Media, surgió una rivalidad entre Roma y la ciudad alemana de Colonia, pues en un convento de esta última -y bajo la advocación de los "Santos Macabeos"-se afirmaba que se conservaban las cabezas de esos testigos de la fe,110 conservadas en receptáculos de oro.


Todo esto ha ido perdiendo su influencia en nuestro siglo, pero en amplios sectores de la cristiandad existió una gran corriente de simpatía por un libro catalogado como edificante por narrar notables ejemplos de sacrificio en defensa del respeto que se debe a la voluntad divina.
El fondo histórico de los emocionantes relatos que se leen en ambos libros de los Macabeos también es una fuente valiosa de informaciones en cuanto a la situación religiosa de los judíos durante el período intertestamentario, del cual no hay datos procedentes de los cronistas inspirados del pueblo de Israel.


Asimismo es digno de saber que la purificación del templo de Jerusalén -que había sido objeto de profanaciones ordenadas por Antíoco Epífanes-hecha por Judas Macabeo, después de vencer a los opresores en 168 a. C., ha dado lugar a la fiesta hebrea de Hunukkah, llamada "de la dedicación" en Juan 10: 22, y también denominada "fiesta de las luces" debido a la iluminación especial de las sinagogas y los hogares de los judíos en ese día. Hasta hoy es una gozosa festividad hebrea dedicada al recuerdo de la historia y las leyendas referentes a los Macabeos, restauradores del culto sagrado de Israel.


Dos pasajes capitales


En 2 Macabeos hay dos pasajes a los que se reconoce una gran importancia: en un caso se refiere a la expiación de los pecados dentro del sistema levítico; en el otro, a las posibilidades que tienen los difuntos de interceder ante Dios.


El primero de ellos se refiere a un relato que dice: "Judas [Macabeo] reunió su ejército y fue a la ciudad de Adulam. Al acercarse el séptimo día de la semana, se purificaron según su costumbre y celebraron el día de reposo. Y como el tiempo urgía, los soldados de Judas fueron al día siguiente a recoger los cadáveres de los caídos en el combate, para enterrarlos junto a sus parientes en los sepulcros familiares. Pero debajo de la ropa de todos los muertos encontraron objetos consagrados a los ídolos de Jabnia,* cosas que la ley no permite que tengan los judíos. Esto puso en claro a todos la causa de su muerte. Todos alabaron al Señor, justo juez, que descubre las cosas ocultas, e hicieron una oración para pedir a Dios que perdonara por completo el pecado que habían cometido. El valiente judas recomendó entonces a todos que se conservaran limpios de pecado, ya que habían visto con sus propios ojos lo sucedido a aquellos que habían caído a causa de su pecado. Después recogió unas dos mil monedas de plata y las envió a Jerusalén, para que se ofreciera un sacrificio por el pecado. Hizo una acción noble y justa, con miras a la resurrección. Si él no hubiera creído en la resurrección de los soldados muertos, hubiera sido innecesario e inútil orar por ellos. Pero, como tenía en cuenta que a los que morían piadosamente les aguardaba una gran recompensa, su intención era santa y piadosa. Por esto hizo ofrecer ese sacrificio por los muertos, para que Dios les perdonara su pecado" (cap. 12: 38- 45).


Si "el valiente Judas" ordenó que se hiciera un sacrificio expiatorio en Jerusalén por los muertos en batalla, y debido a su pecado, entonces nos encontramos frente a un hecho que no tiene paralelo ninguno en toda la Biblia. Esta ofrenda intercesora es algo completamente desconocido, ajeno a todo antecedente en la Palabra Santa.


Dios ordenó diferentes clases de sacrificios por medio de Moisés, los cuales debían ofrecerse de acuerdo a las varias clases de faltas y también según las diversas 111 clases de personas que las cometían: individuos, o la congregación de Israel en conjunto.


En las Sagradas Escrituras se dieron exactas indicaciones en cuanto a esas ofrendas expiatorias. Se detallan pecados "por yerro" del "sacerdote ungido" (Lev. 4: 2-12); de "toda la congregación" (vers. 13-21); de "un jefe" (vers. 22-26); de "alguna persona del pueblo" (vers. 27-35). En los casos de que "alguno... llamado a testificar" no lo hacía (Lev. 5: l), o que alguien hubiera tocado "cosa inmunda" (vers. 2-3) o que hubiere "jurado a la ligera" (vers. 4) se prescribían los mismos sacrificios y expiaciones (vers. 5-13). Por "yerro en las cosas santas de Jehová" (vers. 15-16) y por pecado cometido no "a sabiendas", se ordenaba la misma ofrenda (vers. 17-19). Después se enumeran pecados más graves: "prevaricación" al robar, calumniar o jurar en falso, que requerían no sólo expiación sino también restitución (Lev. 6:2-7). El resto del cap. 6 está dedicado a detallar minuciosamente cómo debían efectuarse los holocaustos, ofrendas y sacrificios por "el pecado" y por "la culpa".


A continuación, la ley "del sacrificio por la culpa" es llamada "cosa muy santa' (Lev. 7: 1); luego hay otras explicaciones formales siempre referentes a "una misma ley" (vers. 7) para los sacrificios por el pecado y por la culpa (vers. 2-20).


Los cap. 18, 19 y 20 de Levítico están destinados a especificar diversas clases de culpas, denominadas a veces "abominaciones", que en algunos casos demandaban la muerte del culpable o de los culpables.


La minuciosidad en toda esta enumeración tenía el propósito de mostrar que el Dios Eterno había establecido todo un sistema ritual para que los transgresores pudieran hacer frente al problema del pecado, a fin de que se allegaran al "trono de la gracia" para obtener perdón. Esta es la razón de las instrucciones y reglamentos exactos y minuciosos para todas las clases de sacrificios expiatorios que debían ofrecerse. Dios tuvo en cuenta personas, tipos de yerros, faltas, pecados, delitos y transgresiones más graves; así como también los días a veces señalados para ofrecerlos. En todo este amplio sistema no hay una sola alusión a ceremonias o sacrificios de intercesión por los pecados de los muertos. Sin excepción alguna, todo corresponde con el problema del pecado y las personas vivas.


El propio pecador, fuera "jefe" o cualquier 'persona del pueblo", debía degollar con su mano la víctima expiatorio (Lev. 4: 22, 24, 27, 29). El culpable debía demostrar -él y no otro- su arrepentimiento al efectuar lo que ordenaba el ritual de los sacrificios. Asimismo debía depositar su fe en la sangre de una víctima inocente, símbolo adecuado del perfecto Salvador venidero. Esta realidad excluye toda posibilidad de que fuera eficaz un sacrificio -hecho por mano ajena-para expiar los pecados de los difuntos.


Si el autor de 2 Macabeos únicamente narrara el sacrificio que mandó efectuar judas Macabeo, podría suponerse que ese valiente caudillo, guiado por un concepto erróneo, ofreció algo ineficaz que se relataba a manera de información, así como se leen en la Biblia varios episodios que se refieren a hechos equivocados. Pero tal no es el caso con este sacrificio, pues se afirma que judas "hizo una acción noble y justa" y que "su intención era santa y piadosa" (2 Macabeos 12: 43-45).
No es posible suponer que en los días de los Macabeos Dios hubiera dado una nueva revelación como añadidura al sistema ritual mosaico, ordenando que se ofrecieran sacrificios por los pecados de los muertos. No es lógico imaginarse que el Altísimo dejara pasar más de mil años (período entre Moisés y los Macabeos) sin anunciar la eficacia de esa clase de sacrificios. Además, habría usado a algún profeta para que comunicara al pueblo escogido esa nueva revelación; pero como ya se indicó, durante el período intertestamentario (unos 400 años separan el AT del NT)112 "desaparecieron los profetas" (1 Macabeos 9: 27), por lo cual los judíos estaban a la expectativa de que "apareciera algún profeta autorizado" (cap. 14: 41).


También corresponde destacar que los autores judíos llamaban a Malaquías "el sello de los profetas", pues lo consideraban -y siguen considerándolo como el último de los mensajeros divinamente inspirados del AT.


Los exégetas católicos destacan la importancia doctrinal de este pasaje cuando defienden la enseñanza de que la misa tiene eficacia al aplicarla en sufragio por el alma de un difunto o de varios de ellos; así también tratan de justificar la validez de los responsos o rezos que se repiten en favor de los muertos, o de cualquier indulgencia que puede ganar una persona en este mundo para disminuir el tiempo de la permanencia del difunto en el purgatorio, al cual se aplica el beneficio de la indulgencia. En el caso de la "indulgencia plenaria" se afirma que su virtud permite que el alma favorecida por ella salga del purgatorio y de sus tormentos, no importa cuanto tiempo le falte permanecer purificándose en él.


Esto se destaca en las notas redactadas por los autores católicos cuando comentan este tema. En la versión de la Biblia cuya traducción estuvo a cargo de catorce escrituristas católicos presididos por el Dr. Evaristo Martín Nieto, se afirma acerca de este pasaje de 2 Macabeos, que es "el texto bíblico más claro acerca de la existencia del Purgatorio; sólo así puede darse la expiación más allá de la muerte" (ed. de 1964, p.576).


Todavía es más amplio y categórico Roger Le Deaut, director del Séminaire Français de Roma, cuando enseña: "La creencia en una purificación de las almas después de la muerte, al propio tiempo que la posibilidad concedida a los vivos de ayudar a los difuntos, se halla atestiguada por primera vez en 2 Mac. 12: 38-46". A continuación explica que la transgresión cometida por los combatientes que estaban bajo las órdenes de judas Macabeo no era "mortal", pues según el relato ellos murieron "en la piedad" ["piadosamente", VP] (2 Mac. 12: 45). Y añade: "por eso, la oración y el sacrificio pueden librarlos de su culpa" (Enciclopedia de la Biblia [Ediciones Garriga], t. V, columna 1352).


Luego continúa el mismo autor: "El NT no contiene enseñanza directa sobre el purgatorio; pero varios textos se explicarían perfectamente a la luz del segundo libro de los Macabeos" (loc. cit.).
Es difícil exagerar la importancia de esta última afirmación sobre el acto expiatorio hecho por judas Macabeo, la aprobación que le da el autor del relato que lo refiere y la aplicación que se le ha dado para aceptar la creencia en el purgatorio y toda la doctrina -con sus profundas consecuencias- del valor de los sufragios aplicados a los pecados de los difuntos.


Straubinger, citando a Schuster-Holzammer, anota: "Todo este pasaje es el testimonio más explícito de la existencia de un purgatorio para los que mueren en gracia de Dios, pero no tienen suficientemente pura el alma y de la eficacia de los sacrificios y de las oraciones ofrecidas para su salvación" (El Antiguo Testamento [Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1951], t. III, p. 1284).
Aquí se hace necesario recurrir al fondo histórico de un episodio del siglo XVI y al episodio mismo. Juan de Médicis, hijo del famoso duque Lorenzo de Médicis, destacado protector de las artes y las letras, fue elegido papa en 1513. Durante su pontificado ordenó la predicación y venta de las indulgencias, pues esperaba reunir los recursos suficientes para llevar a cabo sus grandes obras de embellecimiento de Roma.


Juan Tetzel (1465-1519), dominico alemán, alcanzó celebridad por la forma en que vendía las indulgencias entre los habitantes de su país natal. Esta venta en gran 113 escala fue el origen inmediato o causa desencadenante del movimiento de la Reforma, pues disgustó a Lutero la forma en que se conseguía dinero con la venta de los supuestos beneficios relacionados con los castigos -más allá de la tumba- que correspondían a los pecadores.


La doctrina de la existencia del purgatorio y lo que se puede hacer a favor de las almas sometidas a un fuego purificador, ocupaban un lugar de capital importancia en todo el sistema de las indulgencias. Por eso era natural que estos versículos de 2 Macabeos adquirieran enorme importancia como una prueba en favor de la eficacia de efectuar sufragios por los difuntos. El pasaje en cuestión implicaba la aceptación del libro donde se encuentra. Y si éste era incluido en el canon, debían incluirse también otros libros controvertidos.


El otro pasaje de evidente importancia doctrinal que corresponde tratar ahora es una narración atribuida a judas Macabeo, en la que cuenta a sus compañeros de armas que había tenido una visión según la cual "el antiguo sumo sacerdote Onías, hombre bueno y excelente, de presencia modesta y carácter amable, de trato digno y dado desde su niñez a la práctica de la virtud, estaba con las manos extendidas, orando por todo el pueblo judío. En seguida apareció otro hombre, que se distinguía por sus cabellos blancos y su dignidad; la majestad que lo rodeaba claramente indicaba que se trataba de un personaje de la más alta autoridad. Onías tomó la palabra y dijo: 'Este es Jeremías, el profeta de Dios, el amigo de sus hermanos, que ora mucho por el pueblo y por la ciudad santa'. Jeremías extendió la mano derecha, le dio a judas una espada de oro y le dijo: 'Toma esta espada santa, que Dios te da; con ella destrozarás a los enemigos' ' (cap. 15: 12-17).
Continúa el relato afirmando que de esta manera fueron "reconfortados" los combatientes presididos por el Macabeo, y se sintieron impulsados por un nuevo valor para luchar por su patria.
No sabemos cuánto tiempo había transcurrido desde la muerte del "antiguo sumo sacerdote Onías" hasta el momento cuando Judas contó lo que el autor califica de "una visión digna de crédito" (vers. 11), pero sabemos que el profeta Jeremías desempeñó su ministerio entre los siglos VII y VI a.C. por lo que, en los días de los Macabeos, hacía unos cuatro siglos que había fallecido. Por lo tanto, con esta "visión" -como se afirma en una nota de la BJ-se da validez a "la intercesión de los muertos" (ed. de 1967, p. 546).


No es de extrañarse que enseñe Ausejo -refiriéndose a "la utilidad de la oración por los difuntos (12:43-46) y la intercesión de los santos (15:12-16)"-que "la importancia doctrinal" de 2 Macabeos "es realmente muy valiosa, por cuanto en él se descubren verdades referentes al más allá, que apenas se vislumbran en los demás escritos del AT" (ed. de 1966, p. 617).


En cuanto al valor que la Iglesia Católica atribuye a este pasaje y al libro de 2 Macabeos, es claro el testimonio de Straubinger cuando afirma: "Vemos aquí señalada la eficacia de la intercesión de los Santos por los que aún somos viadores en la tierra" (Id., p. 1287).


Son diversas las formas rituales que consisten en rezos constantemente repetidos, en los que se recurre a la intercesión ante Dios de la bienaventurada Virgen María o a la de determinados santos. Todas estas prácticas de culto tienen como origen la creencia que se enseña y difunde -basada en los cap. 12 y 15 de 2 Macabeos- de que los vivos pueden ofrecer sufragios por los difuntos, y éstos, a su vez, pueden interceder por los vivos que les ruegan. Siglos de historia enseñan que éste es uno de los factores más importantes para oscurecer-y en muchos casos para relegar al olvido- la única obra mediadora reconocida en las Escrituras: la de nuestro 114 Señor Jesucristo, quien constantemente intercede por nosotros.


Juan Calvino (siglo XVI) se ocupó de este tema, y al referirse especialmente a los libros de los Macabeos y otros apócrifos, escribió: "Citan de un viejo catálogo, llamado canon de la Escritura, que según ellos procede de la determinación de la Iglesia. Pero yo insisto en preguntar en qué concilio se compuso aquel canon. A esto no pueden responder. Aunque también me gustaría saber qué clase de canon es éste, porque en esto no hay acuerdo entre los antiguos. Y si nos atenemos a la autoridad de San Jerónimo, los libros de los Macabeos, de Tobías, el Eclesiástico y otros semejantes se deben tener por apócrifos, en lo cual éstos no pueden en manera alguna consentir" (Institución de la religión cristiana [Países Bajos: Fundación editorial de literatura reformada, 1967], t. II, p. 930).


El lenguaje de Calvino es evidentemente polémico; él estaba en franca pugna con algunas prácticas como éstas. Los protestantes no se expresan ahora con esta vehemencia. Este contraste se explica, en parte, al recordar que Calvino publicó, por primera vez, su Institución en 1536: a sólo 19 años de 1517 -el año histórico del comienzo de la Reforma, iniciada por Lutero en Wittenberg-, por lo que estaba en todo su calor el motivo que había desencadenado la protesta del monje alemán: la venta de las indulgencias y su aplicación, en muchos casos, como sufragio por los pecados de los difuntos. El transcurso de cuatro siglos ha calmado las reacciones de quienes no aceptan esas doctrinas aún vigentes; además, desde hace mucho no se ve la figura de un Tetzel que pregone la eficacia de la compra de beneficios espirituales. Con todo, sigue en pie el hecho de que el baluarte principal de la creencia en el purgatorio y todo lo que acompaña a esa doctrina, así como la posibilidad de que los difuntos favorezcan a los vivos con su intercesión, se halla en los pasajes que hemos considerado.


Los apócrifos y la Septuaginta (LXX)


Quienes aceptan la canonicidad de estos libros y de las añadiduras a Daniel y Éster, argumentan que se encuentran en la Septuaginta. También existe en muchos la noción de que esta traducción del AT al griego se efectuó en el siglo III a.C. por lo que su antigüedad acrecentaría su valor.
Pero la verdad es que la traducción de la LXX se completó en el siglo I d.C. Así lo confirma la autorizada pluma del jesuita Sebastián Bartina, quien afirma que el proceso de la traducción de los libros hebreos "del canon judío [protocanónicos]" se completó entre la parte final del siglo II a.C. y la primera mitad del siglo I d.C. Según este autor, durante ese lapso de formación de la LXX también se llevó a cabo "la redacción directa en lengua griega de ciertas obras deuterocanónicas [los libros que venimos llamando apócrifos] y apócrifas" (Enciclopedia de la Biblia [Ediciones Garriga], t. VI, columna 612).


Con todo, la mayor o menor antigüedad de esta versión griega no es de importancia decisiva. Lo que sí tiene verdadera trascendencia es que la inclusión de estos libros en la LXX sólo significa que los judíos helenizados de Alejandría (Egipto) tenían un criterio flojo que les permitía poner libros controvertidos junto a los que sí son canónicos por consenso unánime.


No conocemos qué libros incluía la LXX judía helenística, pues sólo nos han llegado manuscritos cristianos de la misma. Es posible que los judíos de Alejandría poseyeran una recopilación de esa versión que los excluyera, o que los incluyera junto con la traducción de los 39 libros hebreos del AT, porque los israelitas consideraban que la traducción de un libro sagrado no era sagrada. La certidumbre de cualquiera de estas posibilidades haría más débil aún el argumento de recurrir a la 115 versión de los LXX para apoyar la canonicidad de los libros apócrifos.


Lo afirmado en el párrafo anterior se comprueba por la presencia en los manuscritos de la LXX de otros libros que hoy día ninguna iglesia cristiana reconoce como canónicos, y son: "I Esdras (denominado III Esra por San Jerónimo), 3 y 4 Macabeos, el Salmo ideográfico de David, los Salmos de Salomón, las Odas de Salomón y la Oración de Manasés" (Luis Gil, catedrático de Filología Griega de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, Id., t. VI, columna 616).


El erudito alemán Alfredo Rahlfs publicó en tres partes (1904, 1907 y 1911) su obra Septuaginta- Studien, que también difundió la Sociedad Bíblica de Stuttgart. En ese amplio comentario, con la excepción de la Oración de Manasés, están incluidos como parte de la LXX todos los otros libros que nadie reconoce como canónicos y que ya enumeramos.


Luis Gil, a quien acabamos de citar, añade a continuación: "Se ha de notar que Job se presenta en la versión griega [la LXX] considerablemente abreviado" (loc. cit.). Apuntamos esto únicamente para que sirva de ejemplo de que no siempre se puede confiar en la exactitud de "la versión griega", pues tiene peculiaridades que crean problemas textuales que no se pueden resolver satisfactoriamente.


También es importante destacar que la práctica rabínica requería abluciones rituales que eran obligatorias para cualquiera que usara los rollos que hoy forman los libros canónicos hebreos. En cambio, esos mismos rabinos enseñaban que ninguna traducción contaminaba las manos. Esta expresión significaba que ellos restaban toda importancia a las traducciones del Texto Sagrado (hebreo o arameo). Por lo tanto, no habrían prestado la debida atención al hecho de que en la Septuaginta -por ser una traducción- se incluyeran libros ajenos al canon bíblico o se hicieran aditamentos en griego a Daniel y a Éster.


Los códices más antiguos


La presencia de los libros apócrifos en los tres principales códices de la Biblia exige una explicación.


Ninguno de ellos es completo, o sea que no contiene los 66 libros "protocanónicos". Sin embargo, juntando el material de los tres tenemos toda la Escritura. En ninguno de los tres tampoco están todos los libros apócrifos. En el Códice Vaticano (siglo IV d.C.) hay cinco,*pero faltan 1 y 2 Macabeos; en el Sinaítico (siglo IV d.C.) también hay cinco, y faltan 2 Macabeos y Baruc; en el Alejandrino (siglo V d.C.) sólo falta Tobit (Tobías).


En cuanto al significado de esto último debe destacarse que la inclusión de 4 Macabeos en el Sinaítico y en él Alejandrino, que es un relato ampliado del espantoso martirio y de la muerte sucesiva de siete jóvenes judíos y de su madre, víctimas de la crueldad de Antíoco (2 Macabeos 7: 1-42); y el hecho de que forme parte del Alejandrino I Esdras (denominado Esdras III en la Vulgata) y 2 Esdras (o Esdras el Profeta, o Apocalipsis de Esdras), y la Oración de Manasés así como la inclusión del libro Salmos de Salomón al final del índice, son hechos que demuestran que en los siglos IV y V d.C. existía la costumbre -que hoy nadie emplearía-de colocar dentro de las Escrituras ciertos libros que nunca fueron reconocidos como divinamente inspirados, ni en el canon hebreo ni por ninguna iglesia cristiana a través de los siglos. Por lo tanto, es natural llegar a la conclusión de que el hecho de que estos libros estén en los códices más importantes descubiertos hasta ahora no es una razón valedera para darles la categoría de libros canónicos.


Pasajes buenos para leerse


Hay en estos libros varios pasajes que expresan pensamientos provechosos; su lectura a veces resulta edificante.


En el Eclesiástico hay varias enseñanzas o motivos de meditación que pueden ser útiles. Si bien a veces se encuentran algunos conceptos que podrían no ser aceptables -o, por lo menos, discutibles-, hay expresiones que pueden ser edificantes. Presentaremos algunos de sus párrafos, comenzando por el que quizá sea el más interesante:


"Toda la sabiduría viene del Señor y está siempre con él. ¿Quién puede contar los granos de la arena del mar, las gotas de lluvia, o los días de la eternidad? ¿Quién puede medir la altura del cielo, la anchura de la tierra, o la profundidad del abismo? la sabiduría fue creada antes que todo lo demás; la inteligencia para comprender existe desde siempre. ¿Quién ha descubierto la raíz de la sabiduría? ¿Quién conoce sus secretos? Sólo hay uno sabio y muy temible: el Señor que está sentado en su trono. El fue quien creó la sabiduría. La observó, la midió y la derramó sobre todas sus obras" (Eclesiástico 1: 1-9).


"No confíes en tus fuerzas para seguir tus caprichos. No digas: 'Nadie puede contra mí', porque el Señor te pedirá cuentas. No digas: 'Pequé, y nada me sucedió'. Lo que pasa es que Dios es muy paciente. No confíes en su perdón para seguir pecando más y más. No digas: 'Dios es muy compasivo, por más que yo peque, me perdonará'. Porque él es compasivo, pero también se enoja, y castiga con ira a los malvados. No tardes en volverte a él; no lo dejes siempre para el día siguiente. Porque, cuando menos lo pienses, el Señor se enojará, y perecerás el día del castigo" (cap. 5: 2-7).


"No pidas a una mujer consejo sobre su rival; ni al que busca botín, sobre la guerra; ni a un comerciante, sobre negocios; ni a un comprador, sobre la venta; ni a un malvado, sobre la generosidad; ni a un cruel, sobre la bondad; ni al ocioso, sobre el trabajo; ni al guardián de un campo, sobre la cosecha. Pide consejo a uno que respete siempre a Dios, que tú sepas que cumple los mandamientos y tiene sentimientos iguales a los tuyos, de manera que, si tropiezas, sufrirá contigo . . . Y, además de todo esto, pídele a Dios que te mantenga en el camino de la verdad" (cap. 37: 11-12,15).


"Ofrece a Dios sacrificios agradables y ofrendas generosas de acuerdo con tus recursos. Pero llama también al médico; no lo rechaces, pues también a él lo necesitas" (cap. 38: 11-12).
"Siente vergüenza, ante tus padres, de cometer actos inmorales; ante el gobernante, de decir mentiras; ante los amos, de hacer trampas; ante la asamblea, de cometer crímenes; ante un amigo o compañero, de traicionarlos; ante los vecinos, de ser insolente. Avergüénzate de no cumplir los pactos hechos bajo juramento, de meter los codos cuando comes, de no dar nada al que te pide, de no responder al que te saluda, de desear la mujer ajena, de despreciar a un amigo, de impedir que alguien reciba lo que es suyo, de tener relaciones con una mujer casada o con la esclava de ella; no te acerques a su cama. Avergüénzate, ante un amigo, de insultarlo, y de humillar a alguien después de hacerle un regalo; de repetir chismes y rumores y de revelar secretos. Esta es legítima vergüenza; así todos te apreciarán.


"En cambio, no debes avergonzarte de estas cosas, ni dejar de hacerlas por respeto humano: de la ley y los mandatos del Altísimo, y de hacer justicia y condenar al culpable; de hacer cuentas con el socio o el patrón, y de repartir una herencia o propiedad; de usar balanzas exactas, y de no engañar en las pesas y medidas; de 117 llevar cuentas de lo grande y lo pequeño, y de discutir el precio con el comerciante; de corregir a los hijos con frecuencia, y de castigar a un mal esclavo; de guardar bajo sello a una mujer mala, y de echar llave donde hay muchas manos; de contar el dinero que te hayan confiado, y de apuntar todo lo que entregues o recibas; de corregir a los insensatos y los tontos, y al viejo que se junta con prostitutas. Así serás verdaderamente ilustre, y todos te tendrán por prudente" (cap. 41: 17-27; 42: 1-8).


Hay algunas líneas en Sabiduría que muestran que su autor debe haberse inspirado en pasajes de Job, Salmos, Proverbios y Eclesiastés. En Baruc: hay conceptos emanados de los tres primeros de los libros recién enumerados así como de algún pasaje del Pentateuco e Isaías y, por supuesto, de Jeremías (Baruc fue el secretario de este último profeta; cf. Jer. 36: 16-19; etc.). En todos estos casos es evidente que el mérito se halla en haber recurrido oportunamente al texto hebreo.


Es provechoso conocer la opinión de uno de los que acompañaron a Lutero en los agitados días de su lucha por la Reforma. Se trata de Andrés Bodenstein de Karlstadt, generalmente conocido como "Karlstadt", quien en su obra De Canonicis Scripturis Libellus (1521) refiriéndose a Sabiduría, Eclesiástico, Judit, Tobías, y 1 y 2 Macabeos, les reconoce cierto valor, y añade: "Antes de todas las cosas, deben leerse los mejores libros; después, si uno tiene tiempo, puede permitirse examinar los libros controvertidos, siempre que tenga el firme propósito de comparar y cotejar los libros que no son canónicos con los que son verdaderamente canónicos" (citado por Bruce M. Metzger, en An Introduction to the Apocrypha [Una introducción a los apócrifos], [N. York: Oxford University Press, 1963], p.182).


La traducción alemana de toda la Biblia hecha por Lutero se terminó en 1534. Ella contenía los "dudosos" * así como los que los autores católicos llaman "apócrifos' * y los protestantes "pseudoepigráficos" (menos 1 y 2 Esdras). Estaban en un apéndice al final del AT, con este prefacio: "Apócrifos. Es decir, libros que no son tenidos como iguales con las Sagradas Escrituras, y sin embargo son útiles y buenos para leer". Esta nota existe todavía en muchísimas Biblias, en alemán, editadas dos o tres siglos después del reformador.


El Prof. Bruce M. Metzger se refiere a los apócrifos de esta manera: "No sólo han inspirado homilías, meditaciones y formas litúrgicas, sino que poetas, dramaturgos, compositores y otros artistas se han valido ampliamente de sus temas. Proverbios usuales y nombres familiares se derivan de estos libros" (citado por G. Douglas Young, en Revelation and the Bible [Revelación y la Biblia], [Grand Rapids, Michigan: Baker Book House, 1967], p.185).


Pero reconocer la presencia de algunas enseñanzas moralmente útiles y elevadoras en una obra y, a veces, el relato de ejemplos de lealtad a la voluntad divina, no significa darle una categoría que sólo corresponde con las Escrituras. Sirva de ejemplo un libro difundido en muchos idiomas: El peregrino de Juan Bunyan, extensa alegoría inspirada en los más puros motivos, fiel reflejo, a través de la mentalidad y de los conceptos del autor, de importantes enseñanzas bíblicas referentes a la salvación del hombre por la fe en Cristo. Este libro ha sido, sin duda, un saludable alimento espiritual para muchos; pero nunca ha sido catalogado al mismo nivel que las Sagradas Escrituras, aunque sus páginas le sirvieron de pauta e inspiración.


Biblias editadas por organizaciones protestantes


En 1827 la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, fundada en 1804, resolvió no incluir más los apócrifos en la Biblias que imprimía. La Sociedad Bíblica Americana, fundada en 1816, siguió esa misma norma de conducta desde 1828.


Es cierto que los libros cuestionados se incluyeron en antiguas Biblias de origen protestante, como la alemana de Lutero, de 1537, la inglesa de Miles Coverdale, de 1535, y la de Reina-Valera de 1602. Pero en las ediciones inglesas y alemanas se los colocó en sección aparte. Durante dos siglos, aproximadamente, en esas Biblias tenían el título general de "Apócrifos" (Apocrypha, * en inglés; Apokryphische Bücher, en alemán).


Juan Wiclef (1324-1384) había declarado siglos antes que "cualquier libro que esté en el Antiguo Testamento, además de estos veinticinco [hebreos], sea puesto entre los apócrifos [Apocrypha]; esto es, sin autoridad para las creencias" (The Encyclopedia Britannica [La enciclopedia británica], [ed. de 1893], t. II, p.183). La cifra '25" empleada por Wiclef, depende de la forma de computar los 39 libros del AT hebreo: los 12 profetas menores considerados como un solo libro; el mismo criterio se aplica para los de Samuel, Reyes, etc.


Asimismo la Confesión Anglicana de Westminster declaró terminantemente en 1647 que estos libros controvertidos no "han de ser aprobados o usados sino como cualquier otro escrito de origen humano" (Ibíd., p.184).


El Dr. Justo C. Anderson, del Seminario Bautista de Buenos Aires, en su monografía titulada Los libros apócrifos (Buenos Aires, s/f, que debe corresponder a 1969 ó 1970) se refiere al tratamiento de Juan Calvino, Los decretos del Concilio de Trento con el antídoto, obra en la cual "niega la autoridad de los apócrifos y critica severamente a los Padres conciliares (Trento 1546) por declararlos canónicos. Dice: 'Se proveen de puntales nuevos cuando autorizan los apócrifos. En II Macabeos sostendrán el Purgatorio y el culto a los santos; con Tobit, la satisfacción * los exorcismos, y ¿qué sé yo? . . . No soy uno que desacredite la lectura de estos libros, pero al darles una autoridad que nunca antes poseían, ¿qué [cuál] es el fin de ellos sino querer usarlos como un esmalte espurio para hermosear sus errores?' '.*


Andrés Bodenstein, colaborador de Lutero, en su obra que ya hemos citado, que también se publicó en alemán, sostenía que los "apócrifos" no son iguales a los "canónicos"; aunque algunos de los primeros puedan servir como una lectura interesante, pero sin darles la categoría de libros divinamente inspirados.


Juan Hausschein -Heussgen o Hussgen- (1482-1531), conocido con el nombre de Ecolampadio, teólogo suizo, uno de los principales personajes de la Reforma en su patria, afirmaba en 1530: "No despreciamos a Judit, Tobit, Eclesiástico, Baruc, los dos últimos libros de Esdras, los tres libros de los Macabeos, las adiciones a Daniel; pero no les concedemos autoridad divina con los otros".
Philip Schaff -reconocido erudito del mundo protestante- afirma en cuanto a 119 este tema: "Para las iglesias griega y romana la cuestión del canon está cerrada, aunque ningún concilio estrictamente ecuménico, que represente a la iglesia entera, se ha pronunciado en cuanto a esto. Pero el protestantismo reclama la libertad de la era antenicena y el derecho de una investigación renovada en cuanto al origen y la historia de cada libro de la Biblia. Sin esta libertad no puede haber un verdadero progreso de la teología exegética" (History of the Christian Church [Historia de la iglesia cristiana], [Grand Rapids, Michigan: Eerdmans, 1962], t. II, p. 524).


En cuanto a la iglesia "griega" u ortodoxa, he aquí este comentario: "Los ortodoxos que conservaron durante siglos el canon completo [con los apócrifos], bajo la influencia de la crítica protestante se han ido inclinando por el canon corto que excluye los deuterocanónicos del Antiguo Testamento" (Profesores de Salamanca, Biblia Comentada [Madrid: BAC, 1962], t. IV, p. 977).
Respecto a la forma en que el Concilio de Trento (1545-1563) dio autoridad canónica a los libros que no están en el canon hebreo, este mismo autor llama "fatal" al decreto que se redactó con ese fin, y añade que esa decisión "fue ratificada por 53 prelados entre los cuales no había ningún alemán, ningún erudito que se distinguiera por su conocimiento de historia, nadie que estuviera capacitado por un estudio especial para el examen de un tema en el cual la verdad sólo podía ser determinada por la voz de la antigüedad" (loc. cit.).


El autor G. Douglas Young, en su obra Revelation and the Bible (Revelación y la Biblia), p. 109, al definir su posición adversa a la inclusión de los apócrifos en el AT, cita a Merril F. Unger, de esta manera: " 'Ciertamente, un libro que contiene lo que de hecho es falso, erróneo en doctrina o defectuoso en moral, es indigno de Dios y no puede ser inspirado por él, juzgados por este criterio, los libros apócrifos [Apocrypha] se condenan a sí mismos' " (Introductory Guide to the Old Testament [Guía introductoria al AT],[Grand Rapids, Michigan: Carl F. Henry, editor, Baker Book House, 1967], p. 172).


El mismo Young concluye con estas palabras: "La evidencia histórica es definida; la conclusión extraída de la historia es que los apócrifos [Apocrypha] no merecen un lugar en las Escrituras si hemos de limitar la Biblia a lo que Jesús, los judíos y la iglesia primitiva usaron y aprobaron como Escritura" (Id., pp. 184-185).


En su enumeración Young incluye a "los judíos", con lo que evidentemente se refiere a los que respetaban el canon hebreo del AT. En cuanto a los otros, eruditos en el tema de la helenización de los judíos del noreste de África nos explican que, en Egipto, esos hebreos "no eran tan estrictos como los judíos de Palestina. Los judíos egipcios tenían un templo propio en el cual se ofrecían sacrificios contrarios a la ley de Moisés; en ese templo oficiaban un sumo sacerdote y un sacerdote rivales [de los de Jerusalén]. Cuando la iglesia cristiana perdió su contacto con los judíos se hizo raro el conocimiento del hebreo, y por eso muchos de los padres llegaron a creer que todos los libros incluidos en la Septuaginta griega pertenecían a las Sagradas Escrituras. Sin embargo, nuestros reformadores pronto volvieron a la fe de la iglesia primitiva y rehusaron reconocer cualesquiera libros del AT que no hubieran sido reconocidos por Cristo y sus apóstoles " (A Protestant Dictionary [Un diccionario protestante], [Detroit: Charles H. H. Wright y Charles Neil, Gale Researcher Company, 1972], p. 30).


Todo lo que hasta aquí hemos expuesto en favor de los libros "protocanónicos" del AT concuerda con el veredicto de los escrituristas judíos de largos siglos (excepto los influidos por la cultura griega de Alejandría), con las listas canónicas cristianas de los siglos II a IV (ver pp. 90-91) y con el fallo de los reformadores y de muy destacados portavoces del protestantismo. 120
En conclusión


Los libros apócrifos podrían editarse en un volumen aparte. La lectura de algunos de sus párrafos y de alguna de sus páginas puede ser provechosa. Como lo hemos comprobado repetidas veces, ese fue el parecer de diversos Padres de la iglesia y de otros expositores del cristianismo a través de los siglos.


En el siglo II d.C., Hermas, cristiano que habitaba en Roma, escribió una obra de carácter principalmente alegórico que, así lo afirmaba él, era fruto de una revelación proveniente de un ángel que decía llamarse "Pastor". El relato es una narración de las supuestas visiones sobrenaturales causadas por ese llamado mensajero celestial, así como una exposición de preceptos y parábolas. El propósito de ese libro, denominado El Pastor (y más comúnmente El Pastor de Hermas), es exponer la necesidad, la eficacia y los requisitos propios de la penitencia.


En el caso de este antiguo libro que no es divinamente inspirado, bien cabe aplicar la exhortación de Pablo: "Examinadlo todo; retened lo bueno" (1 Tes. 5: 21).
Los libros "apócrifos" pueden leerse como documentos interesantes que revelan ciertos aspectos de la vida y el pensamiento de los judíos del período intertestamentario; pero tales libros no deben incluirse en el canon hebreo del AT, y lo mejor sería que en caso de editárselos se lo hiciera en un libro aparte.


Las iglesias cristianas protestantes


En estas iglesias no ha habido hasta ahora un organismo único de orientación para unificar los criterios en cuanto a los libros que sólo deben considerarse como canónicos. Sin embargo, a través de los siglos la actitud de los diversos portavoces de todas estas iglesias cristianas ha ido formando un criterio definido que bien podríamos llamar "rector" en este importante asunto.
Esta orientación la han señalado claramente los diferentes escrituristas en sus muchas obras, y puede resumiese en los requisitos que, tácita o explícitamente, se han aplicado a cada uno de estos libros. Estos requisitos o condiciones para aceptar un libro como divinamente inspirado, son:


1.El libro debe haber sido considerado auténtico, verdadero, por aquellos que estudiaron detenidamente los problemas bíblicos (exegéticos) de la época de dicho libro.


2.El libro (autor), si narra acontecimientos, debe haber estado lo más cerca posible de dichos sucesos.


3.Su autor debe haber sido reconocido como un instrumento de Dios.


4.El propósito del libro debe ser constantemente de un elevado contenido moral y religioso.


5.Su tendencia u orientación debe estar siempre en armonía con todos los libros canónicos.
Invitamos a nuestros lectores a leer detenidamente la Palabra de Dios, para poder distinguir la verdad del error; para poder conocer con seguridad cuál es la voluntad de Dios a fin de cumplirla; para poder sentir la seguridad que sólo proporciona el conocimiento de la Santa Escritura, y para sacar conclusiones bajo la iluminación del Espíritu de Dios.


"Escudriñad las Escrituras -es la orden que nos da Jesús- . . .; en ellas tenéis la vida eterna" (Juan 5: 39). Y Pablo nos dice para qué fueron dadas las Escrituras inspiradas: "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto. enteramente preparado para toda buena obra" (2 Tim. 3:16-17). 121

 

 

 

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