El imperio de los
medos
Con los medos, y los persas que los sucedieron, aparecen
en el escenario de la historia mundial pueblos de
estirpe indoeuropea. Las únicas otras naciones
étnicamente emparentadas que habían desempeñado papeles
importantes en la historia anterior eran los hititas y
mitanios, que habían florecido en el segundo milenio de
la era precristiana. Los medos y los persas habitaban la
meseta que se halla entre Mesopotamia y la India, tierra
escabrosa que produjo una nación robusta moralmente
sana, de guerreros fuertes y acostumbrados a las
penurias y las privaciones. Se daban el nombre de arianu
"nobles", y a su tierra la llamaban Ariana o Irán,
nombre que conserva todavía.
Las primeras tribus iranias, llamadas medos, aparecen
como guerreros bárbaros en los registros del rey asirio
Salmanasar III a mediados del siglo IX AC. Sargón II
pretende haberlos derrotado sometido en 715 AC y
menciona a Daiaukku como su gobernante, nombre que
Herodoto da como Deikos (Deioces), a quien atribuye la
fundación del reino de Media, y a quien caracterizó como
gobernante sabio y justo. También se dice que Deioces
logró que las tribus medas formasen una nación y fundó
la capital Ecbatana. Sin embargo, es difícil identificar
al Deikos de Herodoto, que parece haber gobernado desde
c. 700 hasta c. 647 AC, con el Daiaukku de los registros
de Sargón, y por supuesto es posible que hubiera habido
dos personas del mismo nombre.
Fraortes, hijo de Deioces, reinó durante 22 años después
de la muerte de su padre, desde c. 647 hasta c. 625 AC,
y se le atribuye el haber subyugado las tribus persas
del sur. Perdió la vida luchando contra Asiria.
Ciajares, hijo de Fraortes, gobernó a los medos durante
40 años, desde c. 625 hasta c. 585 AC. Se convirtió en
aliado de Nabopolasar de Babilonia, contra Asiria, y sin
ayuda ajena conquistó a Asur en 614, y a Nínive junto
con los babilonios, en 612 (ver t. II págs. 69, 95). Los
babilonios absorbieron la parte mayor y más civilizada
del caído imperio asirio, mientras que los medos parecen
haberse contentado con heredar las posesiones
septentrionales y nororientales de Asiria. Ciajares, que
así llegó a ser el primer gran rey de los medos, también
es reconocido por Herodoto como el que derrotó a los
escibas, cuyo territorio del Asia Menor pasó entonces a
su poder.
Durante sus últimos años, Ciajares tuvo que luchar
contra los lidios, quienes, bajo 53 Alyates, rey de
Sardis, habían llegado a ser el tercer poder del Asia y
deseaban ser los dueños de Anatolia. En el sexto año de
su guerra sucedió que "en medio de la batalla el día se
convirtió repentinamente en noche". Convencidos de que
el desagrado de los dioses había recaído sobre ellas,
las dos naciones contrincantes estuvieron dispuestas a
concertar un tratado de paz. Esto se logró con la ayuda
de algunos mediadores entre los cuales se menciona a
Labineto de Babilonia, probablemente Nabonido (véase la
pág. 49). El eclipse solar del 28 de mayo de 585 AC,
(predicho según se dice por Tales de Mileto), que
ocasionó la terminación de la guerra entre los medos y
los lidios, proporciona una de las pocas fechas fijas de
batallas de la antigüedad. El tratado firmado con
Alyates concedía a Ciajares todo el territorio de
Anatolia al oriente del río Halys, y esto fue confirmado
por el casamiento de Astiages, hijo de Ciajares, con
Aryanis, hija de Alyates.
Astiages, que gobernó durante más de 30 años (Herodoto
dice 35), desde c. 585 hasta 553/2 ó 550 AC, fue el
último monarca verdadero del imperio medo. No se sabe
casi nada de su largo reinado. los historiadores
antiguos que lo mencionan sólo dicen que participó en
los asuntos de Ciro, su nieto, según fuentes griegas.
Había dado su hija Mandana a Cambises I, rey vasallo de
los persas en Ansán; pero cuando su hija dio a luz un
hijo, parece haber sido acosado por el temor de que Ciro
le arrebataría el trono. No se sabe cuánta verdad hay en
las leyendas griegas que cuentan los intentos de
Astiages por matar a su nieto. Sin embargo, es cierto
que sus temores no fueron infundados, porque Ciro se
levantó contra su señor en c. 553 AC. Dos veces fue
derrotado por las fuerzas de Astiages, pero en el tercer
encuentro Hárpago, comandante del ejército medo,
traicionó a su señor entregó sus fuerzas a Ciro. No más
tarde de 550 AC, Ciro tenía en su poder la capital meda
de Ecbatana. También Astiages había caído en manos de
Ciro, pero parece haber recibido buen trato, si podemos
creer a los griegos quienes informan que llegó a ser
gobernador de Hircania, al sur del mar Caspio.
Cuando Ciro se apoderó del imperio medo no hubo grandes
cambios en la estructura externa del Estado porque los
medos y los persas eran tribus estrechamente
emparentadas, como lo estaban también las dos casas
reales por vínculos de casamiento. Por eso hallamos que
los historiadores de la antigüedad y también documentos
de la época de distintos países se refieran al imperio
como de "los medos y los persas", o muchas veces
simplemente como de "los medos", aunque éstos, después
de la caída de Astiages, sólo desempeñaron un papel
secundario en los asuntos del Estado. Por lo tanto, la
transición del imperio medo al Imperio Persa fue en
verdad una entrega de poder de una casa real a otra, y
un traspaso de cargos desempeñados por nobles medos a
nobles persas. Desde entonces, la nobleza persa ocupó
los primeros puestos en la administración del gobierno,
aunque aún se empleaba a medos influyentes, y éstos
ocupaban muchos puestos importantes durante el período
persa.
El Imperio
Persa desde Ciro hasta Darío II
Los gobernantes persas del período del imperio se
conocen como reyes aqueménidas porque, con excepción de
Darío III, todos los monarcas persas pretendieron tener
como su antepasado a un cierto Aquemenes. Las
inscripciones de Ciro y Darío I proporcionan
informaciones de la genealogía de las dos familias a las
cuales éstos dos reyes pertenecían, y que parten de
Aquemenes y Teispes según lo muestra el siguiente
diagrama: 54
No se sabe el orden exacto de los
reyes reinantes desde Aquemenes hasta Ciro II, pero
parece que la mayoría o todos los que figuran en la
genealogía que hemos dado estuvieron por algún tiempo en
el trono de Persia. Las dos casas reinantes gobernaron
simultáneamente sobre distintas tribus persas o el
dominio pasó de una casa reinante a la otra varias
veces. La capital parece, haber sido Ansán, pues los
primeros reyes persas se llaman en forma regular "reyes
de Ansán", pero no se ha fijado con exactitud su
ubicación, aunque la hipótesis de identificarla con
Pasargada, en el suroeste de Irán, parece ser la mejor
que se ha hecho hasta ahora.
El único gobernante persa anterior a Ciro II mencionado
en algún registro de la época de que dispongamos es Ciro
I. Las inscripciones del rey asirio Asurbanipal lo
mencionan como Kurash de Parsua, quien después de
enterarse de la victoria asiria sobre los elamitas,
envió a Nínive a su hijo Arukku -probablemente un
hermano de Cambises I- con cuantiosos regalos, a fin de
ofrecerse como vasallo del emperador asirio. Este suceso
ocurrió poco después de 639 AC, año en que Elam fue
conquistado, pero sin duda antes que el rey Fraortes de
los medos sometiera a los persas y anexara su territorio
a su imperio.
Ciro el Grande,
c. 553-530 AC.-
Los historiadores griegos tratan ampliamente las
aventuras del joven Ciro, pero es difícil discriminar la
verdad de la leyenda, y la historia de la tradición. Sin
embargo, parece verosímil que Mandana, la madre de Ciro,
fuese hija de Astiages, el último monarca que reinó
sobre Media, que Ciro mismo se hubiera casado con
Kasandana, la hija de Ciajares, hijo de Astiages. Por
razones que no nos resultan claras, Ciro se rebeló
contra su señor y abuelo Astiages, probablemente en 553
AC. Ciro, cuyas fuerzas fueron derrotadas dos veces por
Astiages, logró finalmente el éxito cuando Hárpago,
comandante medo, traicionó a 55 su amo y rey, y se pasó
a Ciro, quien para 550 AC tuvo en sus manos a Ecbatana,
la capital meda, y a su rey.
Aunque Ciro asumió el gobierno real del imperio, parece
haber tratado a los medos con deferencia. Astiages fue
enviado a Hircania como gobernador de una provincia y
según Jenofonte, su hijo Ciajares II fue puesto en el
trono como gobernante nominal. Registros de la época no
dicen absolutamente nada de la existencia de Ciajares II,
pero no es improbable que Ciro permitiese que el
príncipe heredero de Media, que era también su suegro,
ocupase el trono en forma conjunta con él para agradar a
los medos. Si fue así, este Ciajares puede haber sido el
mismo rey que se menciona repetidas veces en el libro de
Daniel con el nombre de Darío de Media
(ver la nota adicional de Dan. 6).
Durante los siguientes años Ciro consolidó su poder
sobre su extenso imperio, que llegaba desde los límites
de la India por el este hasta el río Halys en el centro
del Asia Menor al oeste. Los documentos disponibles
revelan que se hallaba luchando contra tribus hostiles
al este del Tigris en 548 AC, mientras se preparaba para
la gran contienda que pronto afrontaría. El surgimiento
meteórico de Ciro, que lo llevaría a ser el gobernante
del segundo imperio en extensión de su tiempo, no dejó
de impresionar a sus contemporáneos. Pueblos subyugados
pusieron su esperanza en él. Por ejemplo, los judíos
cuyas profecías indicaban a un Kóresh o Ciro, como
futuro libertador (Isa. 44: 28), por cierto deben haber
observado su surgimiento con emoción, como podrá verse
en la sec. V de estar monografía. Pero dirigentes
políticos, tales como Nabonido de Babilonia, Amasis de
Egipto, y Creso de Lidia, contemplaron el surgimiento de
Ciro con gran aprensión, temerosos de perder su propia
seguridad y sus respectivos tronos. Por eso se unieron
mediante un tratado de ayuda mutua.
Que este temor tenía fundamento quedó demostrado en la
primavera de 547 cuando Ciro penetró en la región
superior de Mesopotamia localizada entre el río Jabur y
el gran codo del Eufrates, para reocupar una antigua
provincia que Nabonido había quitado a los medos. Esta
fue una acción claramente hostil hacia los babilonios,
aunque no parece haber provocado acciones bélicas entre
las fuerzas de los dos imperios. Sin embargo, Creso
creyó que debía hacerse algo para contener la creciente
amenaza oriental, y convencido de que siempre es
ventajoso tomar la iniciativa en vez de esperar a que la
tome el adversario, el rey de Lidia cruzó el Halys, y
penetró en el territorio de Ciro. En Pteria se riñó la
primera batalla con los persas a fines del verano de
547, pero terminó en un empate. Sin embargo, Creso creyó
prudente retirarse a su fuerte capital, Sardis, para
esperar la llegada de sus aliados antes de emprender
futuras operaciones contra Ciro. Quizá creyó que Ciro
había sido bastante debilitado en la batalla en Pteria,
de modo que ya no le era una amenaza inmediata, y es
evidente que no esperaba que los persas avanzaran en el
otoño hacia el occidente, lejos de sus bases, con el
severo invierno de Anatolia a las puertas.
Genios de la talla de Ciro obran a veces en forma
irracional, y hacen lo que hombres prudentes consideran
insensateces. Por eso a menudo sus acciones son
inesperadas. Ciro era así. En vez de regresar a su
patria durante el invierno y volver con todas sus
fuerzas al siguiente año, avanzó y se presentó
súbitamente delante de Sardis con su ejército. Puede
verse claramente que Creso se había equivocado por
completo en aquilatar a su adversario, porque había
despedido a sus mercenarios permitiéndoles que se
retiraran durante el invierno a sus pueblos natales.
Creso, confiado en el valor de los lidios y en la fuerza
irresistible de su caballería, se atrevió a atacar a
Ciro apenas éste llegó. Sin embargo, una vez más quedó
demostrada la 56 astucia del rey persa, cuando
rápidamente Ciro hizo montar a los soldados de
caballería en sus camellos de carga y así esperó a los
lidios que atacaban. Los caballos de batalla de los
lidios, que no estaban acostumbrados ni a la apariencia
de los extraños animales de cuello largo ni a su
penetrante hedor, se desviaron y regresaron a la ciudad.
Muy pronto, después de un corto sitio - entre octubre y
diciembre de 547 AC- Sardis capituló antes que los
aliados tuvieran oportunidad de acudir en ayuda de
Creso. El rey de Lidia cayó en manos de Ciro, quien
parece haberle perdonado la vida, aunque un documento
refiere que Creso fue ejecutado. Una vez más Ciro había
comprobado ante el mundo que era un hombre oportuno y
que sabía dar sorpresas. Con sentimientos encontrados
recibieron sus contemporáneos las noticias de sus
victorias increíbles que llegaban a las ciudades y
aldeas de Babilonia. Para los judíos cautivos estas
noticias habrán sonado como dulce música, pero los
gobernantes de Babilonia y Tema -Belsasar y Nabonido-
deben haberse alarmado.
Nada se sabe con exactitud de las actividades de Ciro
durante los seis años que siguieron a la conquista de
Lidia. Sin embargo, es improbable que un hombre como
Ciro hubiera permanecido ocioso durante esos años. De
Beroso, citado por Josefo, llega el informe de que Ciro
conquistó toda Asia antes de marchar contra Babilonia, y
Jenofonte supo de una campaña contra Arabia durante ese
tiempo. Por eso podemos concluir que Ciro consolidó su
dominio sobre las distintas partes del Asia Menor
durante los años de los cuales guardan silencio los
documentos de la época, y también puede haberse
encontrado con Nabonido en Arabia, porque este rey
pretende en un texto haber "conquistado sus [de Ciro]
territorios" personalmente y haber llevado sus
posesiones a su residencia. No se sabe con certeza si
esta pretención fue una jactancia hueca, o si en
realidad Nabonido derrotó en alguna ocasión a Ciro.
No importa qué hubiera sucedido entre la caída de Sardis
(547) y 540 AC, lo cierto es que para fines del 540 Ciro
había organizado su imperio, que constituyó una unidad
bien estructurada, y había formado un ejército
formidable con el cual estaba listo para la contienda
que se avecinaba con Babilonia. Una vez más la buena
fortuna de Ciro acudió inesperadamente en su ayuda
cuando el gobernador de Gutium, la provincia más
oriental de Babilonia, entregó su territorio y su pueblo
a los persas. Nabonido, que había regresado de Tema a
Babilonia, puede haber ayudado a su hijo Belsasar,
comandante en jefe de todas las fuerzas orientales, en
la preparación para el choque inevitable con Ciro.
La batalla grande y decisiva entre las fuerzas de los
dos imperios se realizó en Opis sobre el Tigris, en el
sitio de lo que después fue la ciudad de Seleucia o
cerca de allí (a unos 32 Km río abajo de la Bagdad
moderna), y cerca de la gran muralla de Nabucodonosor.
Se desconocen las razones de la desastroza derrota que
sufrió el ejército babilónico en Opis. Nuestros
registros incompletos sólo nos dicen que Ciro logró
cruzar el río Tigris y que derrotó al ejército
babilónico en forma tan completa que de repente dejó de
existir toda resistencia organizada, y todo el país
quedó a merced de los persas. Los vencedores
aprovecharon inmediatamente las oportunidades que se les
presentaban y no perdieron tiempo en sacar el mayor
beneficio posible de su victoria. Siguieron a los
babilonios que huían hacia el oeste y sureste, y sin
combatir tomaron a Sipar, que quedaban a unos 24 Km. al
oeste del Tigris, el 10 de octubre de 539 AC, y sólo dos
días más tarde a Babilonia, que quedaba a unos 65 Km al
sureste de Opis.
Nabonido, que había estado en Sipar justamente antes que
cayera la ciudad, huyó hacia el sur, pero por razones
desconocidas regresó a Babilonia pocos días 57 después y
se entregó a los persas, que le perdonaron la vida.
Después de la batalla de Opis, Belsasar esperó a sus
enemigos detras de las poderosas fortificaciones de
Babilonia. Sin embargo, ellas no lo protegieron. Parece
haber tenido enemigos dentro de Babilonia que lo
traicionaron entregaron la ciudad en manos de los
Persas. De esta manera "Ugbaru el gobernador de Gutium",
quien después de la batalla de Opis había marchado
directamente hacia Babilonia, entró en la ciudad sin
lucha el 12 de octubre de 539 AC.* Belsasar, que había
pasado la noche en una orgía y había visto literalmente,
"la escritura en la pared", fue muerto; pero aparte de
esto parece haber habido poco derramamiento de sangre.
Yendo en contra de lo acostumbrado, los persas no
destruyeron la ciudad, y pusieron soldados como guardias
en los templos y edificios públicos para garantizar la
continuación ordenada de la vida diaria de Babilonia, y
evitar saqueo o destrucción de propiedades.
Por su lenidad, Ciro tuvo éxito como conquistador no
sólo de reinos, de ciudades, sino también del corazón de
la gente. Cuando unos 17 días más tarde (29 de octubre
de 539 AC), entró personalmente, en la ciudad capital,
"todos los habitantes de Babilonia ... besaron sus pies,
llenos de júbílo y con rostros alegres de que él
[hubiera recibido] el reino. Con alegría lo saludaron
como amo por cuya ayuda habían vuelto [nuevamente] a la
vida de la muerte [y] todos habían sido librados del
daño el desastre, y adoraron su [mismo] nombre"
(inscripción del cilindro de arcilla de Ciro, conocido
como Cilindro de Ciro; véase la lámina frente a la pág.
64).
Raras veces fue tan fácilmente vencido un imperio tan
grande, y aun era más raro que un vencedor fuese,
aceptado tan rápidamente por los vencidos, como lo fue
Ciro. La clase gobernante caldea, y en especial
Nabonido, habían perdido de tal manera la simpatía de
los babilónicos, que éstos aceptaron gustosos cualquier
cambio en el gobierno. Las naciones subyugadas no
sentían amor ni lealtad para sus opresores, pero
esperaban mejores días del gobierno más humano de los
persas, de cuya política ya había pruebas en los países
sobre los cuales ya había gobernado durante varios años.
Quizá aquella política había llegado a conocerse por
todo el mundo civilizado. Su suavidad y justicia habían
hecho que Ciro ganase el corazón de la gente con poco
esfuerzo adicional de su parte.
Ciro no sólo fue un gran guerrero y general, sino
también un gobernante sabio, que sabía ganar la paz
además de las guerras. En sus medidas pacíficas demostró
su verdadera grandeza. Los asirios y los babilonios
habían destruido las ciudades de las naciones vencidas
habían trasplantado sus habitantes a otros lugares del
imperio, pero Ciro no deseaba segur su ejemplo
destruyendo a los pueblos a fin de gobernar sobre sus
tumbas. Perdonó las ciudades conquistadas, hizo retornar
a sus lugares de origen a los pueblos previamente
trasladados y enriqueció su patrimonio con medidas que
los favorecieron económicamente. La capital babilónica
es un ejemplo. Al convertir a Babilonia en una de sus
capitales, al favorecer a Marduk, el principal dios
babilónico, y al declararse más tarde "rey de
Babilonia", ganó el cariño del pueblo. También se hizo
popular al devoler a las ciudades las diversas deidades
que Nabonido había transportado a Babilonia, y al
refaccionar o reconstruir templos locales, uno de los
cuales fue el de Jerusalén. Con esta actitud favorecía a
los babilonios, que habían visto de mala gana tantos
dioses adoradores extraños en su ciudad, y agradó 58 en
gran medida a los pobladores de las ciudades y países
extranjeros cuyos dioses les fueron devueltos, o cuyos
templos destruidos fueron reconstruidos.
Obró sabiamente al permitir que dirigentes locales
mandaran a sus propios pueblos como gobernadores de
provincias subordinados a los persas, y al abstenerse de
imponer a las naciones conquistadas la manera de vida,
religión o idioma persas. Esta sabia política iniciada
por Ciro fue seguida en general por sus sucesores,
aunque ocasionalmente algunos violaron estos principios.
Sin embargo, los persas en general hicieron un leal
esfuerzo por honrar las costumbres, religiones y leves
locales.
También se valieron como idioma oficial del imperio del
idioma arameo, conocido casi universalmente.
Por lo tanto fue una gran pérdida cuando sólo ocho años
después de la caída de Babilonia, murió Ciro en una
campaña contra algunas tribus del Irán oriental en
agosto de 530 AC.
Cambises,
530-522 AC.-
Ciro había designado a su hijo Cambises como príncipe
heredero, según lo sabemos por varios registros. Sin
embargo, en contraste con su padre, no fue un gobernante
popular. El lo sabía muy bien. Por eso, antes de
dirigirse a Egipto, hizo matar secretamente a su hermano
Bardiya, o Esmerdis, temeroso de que una larga ausencia
de la capital pudiera ser aprovechada por sus enemigos
para colocarlo en el trono. Cuando más tarde se conoció
este asesinato y usurpó el trono un falso Esmerdis, que
pretendía haber sobrevivido al complot, este usurpador
fue aceptado por grandes sectores del imperio, clara
prueba de la falta de popularidad de Cambises.
Poco más sabemos de Cambises fuera de su campaña en
Egipto. La conquista de la tierra del Nilo era la meta
de sus ambiciones apasionadas. Los historiadores están
en desacuerdo en cuanto a su Cambises en su campaña
contra Egipto llevó a cabo los planes de su padre, o si
incurrió en un error que su padre nunca hubiera
cometido. Es posible que Ciro tuviese planes de
conquistar finalmente a Egipto, cuyo rey Amasis era el
único sobreviviente de la anterior triple alianza contra
Persia, formada por los monarcas de Babilonia, Lidia y
Egipto. Siendo que había consolidado sabiamente su
gobierno en las regiones conquistadas después de cada
victoria antes de atacar a otros, puede ser que hubiera
deseado llevar a cabo una consolidación cabal de su
dominio en todo el anterior Imperio Babilónico antes de
atacar a Egipto, pero murió antes de revelar sus planes.
Sin embargo, es posible también que hubiera evitado
sabiamente extenderse demasiado en sus compromisos,
mientras que Cambises, como hijo de un genio, puede
haber creído que solamente nuevas conquistas podrían
afianzar su nombre y su fama.
Cuando Cambises marchó contra Egipto, a principios de
525 AC, Amasis había muerto y Psamético III había subido
al trono. Al principio su campaña logró un éxito
musitado. Disfrutó de la colaboración de las ciudades
fenicias, incluso Tiro y la isla de Chipre, que pusieron
sus flotas a su disposición. También Polícrates de Samos
rompió sus vínculos con Egipto para aliarse con Persia.
Fanes, un general de las fuerzas mercenarias egipcias,
abandonó a Psamético y se pasó a Cambises, ayudándolo en
su campaña contra su señor anterior, especialmente
cuando guió al ejército persa para que cruzara a salvo
el desierto rumbo al delta. La primera batalla ocurrió
en Pelusio, donde el ejército mercenario de Psamético
sufrió una grave derrota. Cambises avanzó inmediatamente
hacia Menfis y tomó la ciudad después de sitiarla.
También logró capturar al faraón, que había reinado
menos de seis meses.
Libia y Cirenaica se sometieron voluntariamente a los
persas, pero fracasó una incursión en el desierto
occidental a causa de enormes pérdidas. Tuvo éxito otra
59 campaña contra Etiopía, nombre que se daba a Nubia,
pero también fue muy costosa. Así todo Egipto y sus
dependencias fueron anexados al Imperio Persa. A fin de
granjearse la buena voluntad de los egipcios, Cambises
asumió los títulos y realizó las funciones ceremoniales
de un faraón. Organizó a Egipto convirtiéndolo en una
poderosa satrapía, que permaneció segura en manos de sus
comisionados aun durante los años cuando estuvo agitada
la mayor parte del imperio.
Herodoto describe ciertas crueldades de que fueron
víctimas los egipcios e insultos contra sus dioses, pero
sin duda sus informes son exagerados. Algunos creen que
reflejan un cambio de política después de los reveses de
Cambises. Por lo menos las narraciones del historiador
griego revelan el odio que sentían los egipcios contra
el conquistador. Es cierto que Cambises destruyó algunos
templos egipcios -tal vez donde se fomentaba agitación
contra su régimen-, aunque también hay testimonios de
que favoreció a ciertos templos y les hizo concesiones.
Por ejemplo, dispuso la purificación del templo de Neit,
en Sais, y respaldó los gastos de las fiestas en honor
de dicha diosa.
Cambises de Egipto en 522 AC cuando recibió noticias de
que un hombre que pretendía ser su hermano Bardiya
(Esmerdis) había usurpado el trono. El nuevo
pretendiente fue ampliamente aceptado en las provincias
centrales de Persia, Babilonia y otros lugares. Mientras
pasaba por Siria, Cambises murió repentinamente, ya
fuera por suicidio o por un accidente. Al no dejar
heredero, el trono del falso Esmerdis parecía quedar
establecido. Sin embargo, su reino sólo duró poco más de
seis meses, hasta que Darío, pariente lejano de
Cambises, lo mató y ascendió al trono.
Darío I,
522-486 AC.-
Estamos bien informados de la manera en que Darío
ascendió al trono gracias a la larga inscripción de
dicho rey en la roca de Behistún, que sirvió de clave en
el siglo XlX para descifrar las inscripciones
cuneiformes (ver t. I, págs. 106, 117). Aquí Darío
registra para la posteridad el relato de cómo un mago
(de la tribu de los magos) llamado Gaumata había
usurpado el trono, y había hecho creer al pueblo que era
Esmerdis, el hijo de Ciro, a quien se suponía que
Cambises había hecho matar. Dice además que Persia,
Media y otros países lo habían aceptado antes de la
muerte de Cambises, y que Esmerdis destruyó ciertos
santuarios, que no se nombran, y sin duda al hacerlo
iniciaba una política dirigida contra la de sus
predecesores. Uno de los planes de acción del falso
Esmerdis, durante su corto reinado, fue la destrucción
de templos. Con un rey tal en el trono, no es difícil
que los enemigos de los judíos pudieran detener la
reconstrucción del templo de Jerusalén, que había
avanzado lentamente desde que Ciro diera el permiso de
construirlo.
Aunque Darío, con la ayuda de algunos fieles
partidarios, logró matar al falso Esmerdis -llamado
Bardiya en documentos babilónicos- y pudo ocupar el
trono, devolviéndolo así a la casa de los aqueménidas,
se necesitó un largo tiempo y más luchas antes que por
fin se lo reconociera en todo el imperio. El mismo
menciona 19 batallas reñidas contra sus enemigos y 9
reyes capturados antes de sentirse seguro en el trono.
Entre los opositores hubo dos pretendientes al trono de
Babilonia que surgieron uno tras otro, diciendo ambos
ser hijos de Nabonido. El tumulto en el cual se halló
Persia después de la usurpación del falso Esmerdis y la
muerte de Cambises duró casi tres años. Pero finalmente
triunfó Darío sobre sus enemigos y quedó como gobernante
indiscutido del mayor imperio jamás visto por el mundo.
Ese imperio se extendía desde el Indo al este, hasta el
Helesponto al oeste, y desde el monte Ararat, en el
norte, hasta Nubia en el sur. Después que Darío hubo
aplastado toda oposición a su gobierno, comenzó un
reinado de paz que duró casi 30 años, y que le mereció
el título de "el Grande".
Múltiples fueron las obras de paz que promovieron el
bienestar y la felicidad de los países de su imperio. En
Egipto, Darío hizo terminar en canal entre el Nilo y el
mar Rojo, que Necao II había comenzado a cavar muchos
años antes. Se edificaron puestos para abrevar sobre la
carretera entre Egipto y Palestina, y se organizó en
todo el imperio un sistema postal muy eficiente (para
despachos de gobierno) con postas para caballos y
jinetes a intervalos regulares. El nombramiento de
naturales de cada país para desempeñar cargos de
responsabilidad en las administraciones provinciales y
el apoyo del rey a las prácticas y cultos religiosos de
las naciones sometidas, le ganaron mucha buena voluntad.
Numerosas inscripciones de Egipto muestran cuántos
templos reabrió o reparó Darío en la tierra del Nilo y
cómo mantuvo al sacerdocio egipcio con ricos obsequios,
de manera que se lo llama "el amigo de todos los
dioses". Esta actitud benévola, mencionada también en
los registros griegos, respecto a santuarios y cultos de
sus provincias occidentales resalta más en lo que atañe
a los judíos. Su cordial decreto no sólo les permitió
terminar la construcción de su templo, sino que les
garantizó ayuda económica para sus servicios religiosos
(Esd. 6: 6-12). Más aún, permitió que sus súbditos
viviesen de acuerdo con sus propias leyes, como puede
verse por ejemplo en su trato con Egipto. Ordenó que
todas las leyes de Egipto fuesen recopiladas y
publicadas. Por eso los egipcios lo llamaron su sexto
legislador.
En todo su trato con sus naciones subyugadas se
descierne un esfuerzo sistemático por continuar la
política de Ciro y crear buena voluntad mediante un
gobierno benéfico. Respetó los sentimientos religiosos
de otras naciones, sostuvo y fomentó sus cultos y toleró
sabiamente sus particularidades y costumbres nacionales.
Sin embargo, Darío fue un gobernante fuerte que mantuvo
unido su imperio con una determinación y prudencia de
verdadero temple oriental. En sus palacios de Persépolis
y Susa (Susán) formó el centro del imperio y concentró
la gloria y riqueza de la nación. Alimentaba diariamente
a 15.000 personas a las puertas de su palacio, e
introdujo un ceremonial en la corte que tenía el
propósito de inculcar en sus súbditos reverencia por su
persona. Cualquier que se le aproximase sin ser invitado
corría el riesgo de perder la vida, y los que estaban
autorizados para presentarse delante de él, debían
arrojarse al suelo y mantenerse las manos dentro de las
mangas en actitud de una persona indefensa. Su voluntad
era ley para todos los súbditos, grandes y pequeños.
Escogió sus esposas de las casas de los nobles persas, y
vinculó a esos nobles con su trono al darles en
casamiento sus hijos e hijas. Los hijos de nobles
persas, educados en el palacio, eran sus pajes
personales. Se les enseñaban las virtudes nacionales:
decir la verdad, montar a caballo, la caza y la
ballestería. De esos hombres se escogía a los
encumbrados funcionarios del reino. Se convertían en los
más firmes puntales del trono después de que habían
pasado su juventud rodeados por la riqueza y la gloria
de la vida cortesana y al haberse vinculado directamente
con la persona del rey.
Darío introdujo también un sistema monetario uniforme
valiéndose de una moneda de oro, cuyo nombre, dareikós (dárico),
se derivada del suyo. Los lidios habían usado monedas
desde el siglo VII AC, pero su uso había estado limitado
mayormente a las naciones de habla griega. Ahora Darío
adoptó un sistema similar para todo el imperio. El
dareikós valía unos 20 siclos de plata y el rey tenía el
monopolio de su acuñación, pero la emisión de monedas de
plata y bronce quedaba en manos de los diversos
gobiernos provinciales.
La proverbial honradez de los persas fue también una
gran bendición para el imperio. Su religión les requería
que fuesen veraces y que cuidasen del bienestar de los
países donde vivían. Por eso los persas diseñaron
hermosos parques, llamados por 61 los griegos paradéisoi
(palabra derivada del persa; además ver com. Gén. 2: 8),
en muchas ciudades grandes, e hicieron mucho para
proteger los bosques y promover buenas prácticas y
sabios métodos de agricultura.
Después que Darío hubo reinado pacíficamente unos 20
años, entró en una década de intranquilidad política. Se
sostuvieron guerras de desenlaces variables contra los
griegos, hasta que el imperio sucumbió ante los helenos.
Las semillas de estas guerras habían sido sembradas en
la primera expedición europea de Darío contra los
escitas nómadas, en 513 AC. Se emprendió esa expedición
para derrotar a esas tribus bárbaras en su país de
origen a fin de evitar sus continuas incursiones en los
dominios de Darío en Asia Menor. Ocupó a Tracia, que
quedaba entre el Helesponto y Macedonia, con sus
ciudades griegas; después avanzó sobre Escitia, donde el
pueblo desoló su propia tierra y huyó, pero hostigó al
ejército de Darío hasta hacerlo retroceder. Sin embargo,
en 500 AC se produjo la revuelta jónica dirigida por
Mileto. Esta rebelión se extendió a muchas de las
ciudades griegas gobernadas por Darío. Cuando fue
quemada Sardis, centro de la administración persa en
Asia Menor, Darío se enfureció y juró que nunca
olvidaría ni perdonaría ese crimen. Sería desviarse
demasiado el seguir en esta breve monografía histórica
las distintas fases de la revuelta griega y los
contraataques persas. Baste decir que la poderosa ciudad
de Mileto, centro de la revolución, fue destruida en 494
AC para vengar la destrucción de Sardis.
Sin embargo, Darío también deseaba castigar a los
atenienses por su participación en la rebelión, y por
eso inicio sus guerras contra la Grecia continental. La
primera expedición en 492 AC, fracasó porque la mitad de
su flota fue destruida por una tormenta en el
promontorio del monte Atos. Siendo que Atenas y Esparta
continuaron negándose a someterse al gobierno persa, se
envió una segunda expedición contra Grecia en 490 AC,
tan sólo para sufrir una derrota desastrosa en Maratón.
La pérdida de prestigio que sufrieron así los persas fue
mayor que la pérdida de materiales u hombres, como puede
verse porque, en 487 AC, tres años después de la batalla
de Maratón, los egipcios se rebelaron y expulsaron a los
persas de su país. Darío no vivió parar ver el
restablecimiento del dominio persa en Egipto ni la
venganza de su derrota en Maratón. Murió siendo un
anciano desilusionado, en noviembre de 486 AC, y dejó su
imperio a su hijo Jerjes.
Jerjes, 486-465
AC.-
Darío había accedido al deseo de Atosa, hija de Ciro, y
nombró a su hijo Jerjes como su sucesor, aunque no era
el hijo mayor. Según Herodoto, el nuevo rey era de buen
parecer, sin igual entre los persas en hermosura o
fuerza física. Sin embargo, ni como caudillo militar ni
como monarca resultó un digno sucesor de Ciro o Darío.
Sufrió graves derrotas, pero las aventuras amorosas y
las intrigas del harén parecen haberle interesado más
que la política y los asuntos de gobierno. Su carácter
era inestable y vacilante; pero no básicamente malo ni
fue la figura ridícula descrita por los griegos, que lo
odiaban.
La primera tarea de Jerjes después de subir al trono fue
sofocar la rebelión egipcia. En 485 AC, penetró en
Egipto y reconquistó el país en una corta campaña.
Egipto, que había defendido valerosa pero
infructuosamente su libertad, fue puesto en mucho más
"dura servidumbre" que antes de la rebelión y colocado
bajo el dominio férreo de Aquemenes, hermano de Jerjes.
Durante casi 25 años no hubo dificultades para los
persas en la tierra del Nilo.
Probablemente en 482, sólo dos años después de sofocada
la rebelión egipcia, estallaron dos serias revueltas en
Babilonia. La primera fue encabezada por Belsimani en
agosto. Después de su fracaso, una segunda revuelta fue
encabezada 62 por Samas-eriba en septiembre del mismo
año. Jerjes comisionó a su joven yerno Megabises para
que sofocase estas rebeliones con mano férrea.
Babilonia, que no había sido destruida por Ciro debido a
su importancia como centro cultural del mundo, fue
cruelmente castigada por su rebelión. Quizá fue ese
mismo año cuando Jerjes hizo destruir las
fortificaciones de la ciudad, así como sus palacios y
templos, incluso el glorioso templo de Esagila con su
famoso zigurat (torre templo) Etemenanki. La estatua de
oro de Marduk, cuyas manos todos los reyes, inclusive
los persas, apretaban cada año nuevo babilónico, a fin
de hacer confirmar el título de "rey de Babilonia", fue
enviada a Persia; entonces se unió el reino de Babilonia
a la provincia de Asiria. Nunca se volvió a usar el
orgulloso título de "rey de Babilonia". Se destruyó a
Babilonia, "la gloria de los reinos, y la hermosura de
la excelencia de los caldeos ", para nunca ser
restaurada a su gloria anterior, aunque permaneció como
ciudad, parcialmente en ruinas, hasta después de los
días de Alejandro (ver com. Isa. 13: 19). Las profecías
pronunciadas más de dos siglos antes por Isaías (cap.
13: 19-22), finalmente comenzaban a cumplirse, y la
altiva nación recibió su merecido por el orgullo, la
arrogancia y la crueldad que había demostrado al tratar
con los pueblos subyugados. Los registros de Nipur, en
Mesopotamia, revelan que pocos años más tarde gran parte
del territorio estaba en manos persas. Esto parece
indicar que Jerjes confiscó las propiedades de muchos
babilonios pudientes y las entregó a nobles persas.
También es evidente por los registros cuneiformes que
los judíos babilónicos asimismo se beneficiaron con
estas medidas.
En sus guerras contra los griegos, Jerjes no tuvo buen
éxito. Durante mucho tiempo apareció vacilar sobre si
debía continuar las guerras de su padre contra Grecia o
limitar su gobierno al Asia. Herodoto cuenta cómo un
sector de sus consejeros, encabezado por su tío Artabán,
favorecía la paz, mientras que otro, cuyo paladín era
Mardonio, deseaba la guerra, y que el partido belicoso
obtuvo finalmente el apoyo del rey y por todo el imperio
se hicieron los preparativos para una nueva expedición.
Algunos creen que su lentitud se debió a que hubo una
preparación metódica. La invasión de Grecia comenzó con
el cruce del Helesponto en 480 AC. Sería desviarse de
nuestro objetivo intentar en esta monografía una
descripción de la bien conocida tercera guerra médica, y
seguir a las fuerzas imperiales hasta Artemisio y el
desfiladero de las Termópilas, donde los valientes
griegos comandados por Leónidas sostuvieron una de las
más famosas batallas defensivas de la historia. Los
persas tomaron Atenas, que había sido abandonada, pero
perdieron la batalla naval en Salamina, y tuvieron que
retirarse vencidos.
Más desastrosa que la campaña de 480 AC fue la del
siguiente año (479 AC) cuando las fuerzas de Jerjes,
encabezadas por Mardonio, sufrieron en un día una doble
derrota en Platea, Grecia, y en el promontorio de Micala
en la costa del Asia Menor. Los persas abandonaron a
Grecia y limitaron su dominio, de allí en adelante, al
continente asiático; pero aún allí los griegos
demostraron su superioridad como soldados, cuando bajo
el mando de Cimón, derrotaron a los persas a orillas del
río Eurimedonte en Panfilia. En un solo día de 466 AC,
14 años después de sus grandes derrotas en Grecia,
fueron destruidos el ejército y la flota persas y 80
naves auxiliares fenicias. Acerca de esta batalla, un
poeta griego pudo declarar que "desde que el mar ha
separado a Asia de Europa y desde que el tormentoso Ares
ha regido las ciudades de los hombres, ninguna hazaña
igual fue realizada por los humanos ni en la tierra ni
en el mar".
El prestigio de Jerjes debe haber sufrido muchísimo por
las diversas catástrofes 63 que experimentaron las
fuerzas imperiales, pero el rey no parece haberse
perturbado mucho. Sin embargo, el serio desastre en el
Eurimedonte puede haber ocasionado el complot contra su
vida encabezado por su poderoso visir Artaban. No habían
tenido buen éxito las conspiraciones anteriores, una de
las cuales se menciona en el libro de Ester (cap. 2:
21-23), pero esta última prosperó, y Jerjes* cayó a
manos de asesinos en una revolución palaciega.
Artajerjes I,
465-423 AC.-
Artabán, confidente y poderoso visir de Jerjes, parece
haber dado muerte al rey con la esperanza de ocupar el
trono. Después de eliminar a Jerjes y creyendo que
fácilmente podría dominar al príncipe más joven
Artajerjes, cuyo carácter débil conocía muy bien, acusó
al príncipe heredero Darío de haber asesinado a su
padre. Artajerjes creyó la acusación y por eso autorizó
a Artabán para que matara a Darío; pero cuando supo por
su cuñado Megabises quién era el verdadero asesino de su
padre, mató al poderoso y peligroso cortesano.
Como su padre, Jerjes, el joven gobernante no era un
hábil caudillo ni un fuerte general. Si la corona no
hubiese tenido un vigoroso puntal en el abnegado
Megabises, seguramente Artajerjes no habría conservado
el trono por mucho tiempo. Vivió mayormente en sus
espléndidas ciudades, hizo que sus generales dirigieran
sus guerras, fue dominado por su madre y su esposa, y
generalmente se mostró indeciso respecto al curso de
acción que debía seguir. Siendo que era fácilmente
persuadido por consejeros de influencia para hacer el
bien o el mal, nunca podía confiarse en su palabra. Es
notable que su imperio se mantuviese tan bien unido
durante su reinado.
El desastre persa en el río Eurimedonte en 465 AC y el
asesinato de Jerjes en el mismo año probablemente fueron
la razón de nuevos levantamientos en los sectores
nororientales y suroccidentales del imperio: Bactriana y
Egipto. La rebelión de Bactriana no fue tan grave y pudo
ser sofocada fácilmente, pero la situación fue diferente
en Egipto. Un gobernante libio, Inaro, hijo de un
Psamético, obtuvo el control del delta (463 ó 462 AC) y
estableció su sede en Mareia, antigua fortaleza
fronteriza en el delta noroccidental. En la batalla de
Papremis los egipcios vencieron a los persas, cuyo
sátrapa Aquemenes perdió la vida. Su cuerpo fue enviado
a Persia por Inaro. Sin embargo, los persas pudieron
retener el control de Menfis y del Alto Egipto, y
mantuvieron algunas vinculaciones con su patria por vía
del Wadi Ham-mamat en el sur de Egipto y el mar Rojo.
No obstante, la situación en la cual se hallaban se
volvió más desesperada cuando los atenienses acudieron
en auxilio de Inaro en 460 AC y tomaron la mayor parte
de Menfis, lo cual obligó al resto de la guarnición
persa a refugiarse en la ciudadela. Se hicieron
preparativos en Persia para una expedición contra Inaro,
pero esto llevó mucho tiempo a causa de otras
dificultades menores en diferentes partes del imperio.
Mientras tanto Artajerjes procuraba mantener su amistad
con las naciones de cuya ayuda y buena voluntad dependía
una campaña contra el distante Egipto. Entre esas
naciones se contaban los fenicios, y varios pueblos de
Siria y Palestina, como los judíos. Las concesiones
hechas a Esdras y a los judíos en 457 AC pueden haberse
motivado en esta política de manifestar amistad a
diversas naciones de esa época.
Finalmente Megabises penetró en Egipto en 456 AC y
venció a los egipcios y atenienses en Menfis; los que
escaparon del desastre huyeron a la isla de Prosopitis,
donde bien pronto su situación se volvió desesperada,
porque Megabises, ayudado por la flota fenicia, tenía
completo dominio del río. Sin embargo, los defensores
pudieron retener la isla durante un año y medio, hasta
que fue tomada por asalto en 64 el verano de 454 AC.
Inaro escapó a una fortaleza del delta, pero finalmente
se rindió a Megabises después que este último le
garantizó la vida. No obstante el delta occidental
permaneció en manos de un reyezuelo egipcio, Amirteo,
que había sido uno de los seguidores de Inaro. Se
desconoce lo que hicieron los persas contra él o si
lograron recapturar ese sector de Egipto. Entregaron la
porción reconquistada al príncipe Arsam (Arsames), persa
acaudalado, dueño de grandes propiedades en Babilonía y
en otros lugares, y gobernante de la tierra del Nilo
durante casi medio siglo. Hay información abundante
acerca de su administración en documentos arameos,
babilónicos y griegos.
Inaro, confiado de la palabra de un persa, se había
entregado a Megabises, quien lo envió a Persia. Pocos
años después, la madre de Artajerjes persuadió al rey
que lo hiciese matar en represalia por la muerte de
Aquemenes. Megabises, que gobernaba la gran satrapía de
"Más allá del río", que abarcaba todos los territorios
entre el Eufrates y Egipto, se indigno tanto por esta
violación de la palabra empeñada, que rompió con su
cuñado real y se rebeló por el año 450 AC. Dos ejércitos
enviados contra él fueron derrotados por el hábil
general, y la situación de Artajerjes se volvió muy
grave.
Fue también durante este tiempo cuando la flota persa
sufrió una seria derrota en la batalla naval contra los
atenienses, cerca de Salamina, en Grecia. Cansado de una
guerra larga y sin propósito, y puesto que parecía estar
en juego la existencia misma del imperio, Artajerjes
firmó la paz con los griegos en 448 AC. Esta paz de
Cimón -como se la llama- liberó a los persas de la
interferencia ateniense en Chipre y Egipto y a las
ciudades griegas de la costa del Asia Menor del pago de
tributo. También se llegó a una transacción entre
Artajerjes y el poderoso Megabises, pues no parecía
haber perspectivas de eliminarlo por la fuerza. Fue
perdonado por la corte y retuvo su elevado cargo de
sátrapa de "Más allá del río". Ya se ha indicado cómo
repercutieron estos graves sucesos en la provincia de
Judea, que quedaba en la satrapía de Megabises.
Poco se sabe de los últimos 20 años del gobierno de
Artajerjes, en los cuales el imperio no parece haber
sufrido calamidades de importancia. El rey siempre fue
un gobernante débil y déspota cuyas acciones dependían
de su buen o mal estado de ánimo.
Darío II,
423-405/4 AC.-
Cuando Artajerjes murió hacia fines del año 41 de su
reinado, quizá en febrero de 423, nuevamente prevalecían
condiciones caóticas, Jerjes, el hijo mayor, ascendió al
trono como Jerjes II, pero con la ayuda de algunos
eunucos, fue muerto después de pocas semanas por
Secidiano, uno de sus medio hermanos. Sin embargo el
asesino no pudo mantenerse en el trono y pronto fue
eliminado por otro medio hermano, Oco, quien llegó a ser
rey con el nombre de Darío II. Este Darío, siendo un
hombre débil, fue completamente dominado por Parisatis,
su esposa y hermana, mujer de carácter traicionero y
cruel. Con el auxilio de algunos eunucos, ella fue quien
gobernó el reino y le acarreó vergüenza por una serie de
crímenes ignominiosos.
Esta situación oprobiosa ocasionó un verdadero desprecio
por la autoridad real en todo el imperio y desató una
serie de revueltas que surgieron al gobierno en una
crisis tras otra. Debe mencionarse una de esas
rebeliones. Fue encabezada por Arsites, hermano del rey,
apoyado por el sátrapa de Siria, Artifioa, hijo de
Megabises. Ambos, confiando en la palabra de Parisatis y
Darío, se rindieron finalmente, pero fueron muertos de
una manera pérfida y vergonzosa.
Durante sus últimos dos años Darío
fue afligido por enfermedades, desasosiego en Egipto, y
una reyerta doméstica por la sucesión al trono en vista
de su muerte inminente. Después del fracaso de la
rebelión de Inaro, Egipto había soportado resignadamente
su humillante posición. Pero la obvia y creciente
debilidad del gobierno persa y la continua agitación de
todo el imperio hicieron que los nacionalistas egipcios
se reanimaran y se levantasen contra sus opresores. La
rebelión se manifestó abiertamente en ocasión de la
muerte de Darío y se proclamó rey de Egipto a Amirteo.
El movimiento de liberación comenzó en el delta y avanzó
lentamente. Tan sólo a fines del siglo todo Egipto les
fue arrebatado a los persas, como lo sabemos ahora por
el papiro arameo de Brooklyn que se considerará en la
sec. VII de esta monografía.
Con la muerte de Darío II en 405 ó 404 AC y la ascensión
al trono de su hijo mayor Artajerjes II, la historia
persa inicia un período del cual no existen registros
bíblicos. Este período intertestamentario, como se lo
llama, se estudiará en otra monografía del t. V de este
comentario. También los documentos judíos de Egipto que
se examinarán en la sec. VII de esta monografía, se
mantienen en silencio durante los primeros años del
reinado de Artajerjes. Por lo tanto, este bosquejo de la
historia persa finaliza aquí.
La religión de
los persas.-
La religión original de los persas estaba estrechamente
vinculada con la que fue común a todas las naciones
arias, como los mitanios del norte de Mesopotamia en el
segundo milenio AC, o Media y la India de tiempos
posteriores. Los arios, politeístas, tenían como
principales dioses las deidades de la naturaleza, el
dios del cielo atmosférico llamado por los persas
Ahuramazda, "señor sabio" (el Varuna indio, señor del
cielo); Mitra, el dios de la luz y los tratados (o
convenios); Indra, el antiguo dios ario de las
tormentas, y los mellizos aurigas, llamados ambos
Nasatya. Los sacerdotes de esta religión popular eran
los magos, que según Herodoto, descendían de una antigua
tribu meda que había tomado posesión del sacerdocio, y
monopolizaban todos los ritos y sacrificios religiosos.
Un gran cambio religioso fue efectuado por Zaratustra
(Zoroastro), fundador de una nueva religión persa
monoteísta. Se desconoce la época cuando actuó. Se ha
sugerido cada siglo desde el XI hasta el VI como la
época en la cual vivió Zoroastro. Parece más plausible
que hubiera vivido a fines de este período que en los
primeros siglos, probablemente durante el reinado de
Ciro o poco antes. Esto se basa en que Darío I, que fue
sumamente adicto a la nueva religión, afirma que Gaumata,
el falso Esmerdis -que perteneció a los magos- había
destruido templos que antes deben haber sido santuarios
de Zoroastro, y que eran como espinas en la carne para
los magos. Esta declaración de Darío I indica así que la
nueva religión a la cual eran hostiles los magos, ya
existía en tiempo de Cambises, y poseía santuarios para
sus servicios religiosos.
El dios único de Zoroastro es Ahuramazda (u Ormuz),
"señor sabio", el principio más importante de todo lo
bueno, el sabio espíritu creador, que se revela en la
luz y el fuego. Espíritus puros le sirven como los
ángeles bíblicos sirven a Dios. El principio del mal
está encarnado en Angra Mainyu, jefe de todos los
demonios, quien añade el mal a lo que crea el dios de la
luz. El hombre está implicado en esta lucha de poderes
espirituales y le incumbe hacer triunfar el principio
bueno. Por eso los seguidores de Zoroastro apreciaban la
pureza y la verdad, y despreciaban toda clase de
falsedad. Por pureza, Zoroastro entendía salud, vida,
fuerza, honradez, lealtad, agricultura, cría de ganado,
protección de los animales útiles, y destrucción de las
sabandijas repugnantes, que se suponía creadas por el
ser maligno. La contaminación era causada 66 por la
pereza, la falta de honradez, y el contacto con un
cadáver. Zoroastro elevó así el código ético de su
pueblo y educó a los campesinos iranios para que
llegasen a ser portadores de una cultura elevada, que se
extendió por todo el imperio.
No se sabe con certeza si Ciro y Cambises eran todavía
adoradores de los antiguos dioses iranios de la
naturaleza o ya eran discípulos de Zoroastro, aunque
parece cierto que estaban muy influidos por la nueva
religión. El falso Esmerdis, que anteriormente había
sido mago, debe haber pertenecido al antiguo clan
religioso, porque Darío habla de él con desprecio por
haber destruido santuarios, que los seguidores de
Zoroastro, como Darío, usaban como lugares de culto.
Darío I, Jerjes y Artajerjes I fueron zoroástricos
puros, y el único dios invocado en sus inscripciones
persas es Ahuramazda.
Había gran tolerancia para con otras religiones, y de
buena gana se hacían concesiones a otros pueblos
respecto a sus costumbres y ritos religiosos, aunque
Zoroastro mismo había rechazado a todos los demás
dioses. Esta tolerancia para con otros grupos religiosos
muestra que los reyes persas eran gobernantes sabios,
ansiosos de fomentar buena voluntad entre seas súbditos
que pertenecían a muchos y diferentes grupos étnicos y
religiosos. El monoteísmo de los judíos parece haber
sido especialmente atractivo para los persas, y por eso
se les hicieron muchas concesiones. Demuestran esto los
diversos decretos reales hallados en Esdras y Nehemías,
y por los documentos judíos que se han descubierto en
Elefantina (Egipto).
Cuando el Imperio Persa comenzó a declinar, se notó un
relajamiento en la pureza religiosa de sus ciudadanos.
Con Darío II, y especialmente con Artajerjes II, se
restauraron muchos de los antiguos dioses nacionales y
recibieron un lugar junto a Ahuramazda. También el
fuego, y haoma, una bebida embriagante prohibida por
Zoroastro, fueron nuevamente adorados como divinidades.
Pero esto ocurrió en el siglo IV AC, lo cual está fuera
de los límites de esta monografía.
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