Introducción.
Las siete ciudades a cuyas iglesias Juan escribió sus
bien conocidas cartas desde la isla de Patmos, estaban
en el Asia Menor occidental. Dos de ellas, Efeso y
Esmirna, eran grandes ciudades portuarias; y tres,
Tiatira, Filadelfia y Laodicea, como eran centros
industriales y comerciales de las zonas en donde estaban
situadas, disfrutaban de gran prosperidad e importancia
económica. Sardis y Pérgamo habían sido anteriormente
capitales de poderosos reinos, y aún tenían gran
influencia política en el tiempo de Juan. Toda la zona
en la cual estaban las siete iglesias del Apocalipsis,
es rica en recuerdos históricos del período de los
comienzos del cristianismo y desempeñó un papel
importante en la historia antigua. En este breve
capítulo sólo se pueden mencionar unos pocos de los
hechos históricos más destacados.
La mayor parte de las ciudades costeras del Asia Menor
occidental fueron fundadas por tribus de Anatolia; pero
los colonizadores griegos se apoderaron de ellas desde
muy antiguo. Por esta razón la Anatolia occidental tuvo
una cultura fuertemente helenizada por muchos siglos.
Durante los siglos VII y VI a. C., el poderoso reino de
Lidia, que predominó sobre más de la mitad del Asia
Menor, tuvo su capital en Sardis, una de las siete
ciudades del Apocalipsis. Este reino cayó en manos de
los persas cuando Ciro derrotó a Creso, y en 547 a. C.
tomó su capital fortificada aunque se la consideraba
inexpugnable. Durante los dos siglos siguientes los
griegos de la zona costera del Asia Menor occidental
lucharon continuamente contra el dominio persa, aunque
no con mucho éxito, hasta que Alejandro Magno los liberó
de su yugo. Durante el período helenístico, que siguió a
la muerte de Alejandro, nuevamente hubo mucha actividad
bélica. En ese tiempo se estableció el rico reino de
Pérgamo, Estado que predominó en aquella zona durante
casi 150 años, hasta que fue conquistado por Roma en el
siglo II a. C. Durante más de cuatro siglos Roma
administró esta región, a la que llamaba la "Provincia
de Asia", con Pérgamo como su capital política.
Durante este tiempo disfrutaron de su máxima gloria y
riqueza algunas de las ciudades cuyos nombres son bien
conocidos para nosotros gracias al libro del
Apocalipsis. También experimentaron un formidable cambio
religioso cuando el paganismo dio paso a la religión
cristiana. El primer misionero cristiano que
probablemente llevó el Evangelio al Asia Menor
occidental fue el apóstol Pablo. Visitó varias veces
algunas de sus ciudades durante sus diversos viajes
misioneros (Hech. 18: 19; 92 19: 1; 20: 17; 1Tim. 1: 3),
y vivió en una de ellas, en Efeso, durante tres años
(Hech. 20: 31). Desde esa ciudad el Evangelio se propagó
rápidamente a otras partes importantes del Asia Menor
occidental. Las iglesias de por lo menos dos de las
ciudades de esta zona fueron favorecidas directamente
con cartas personales de Pablo: Colosas, Efeso (ver la
Introducción a Efesios) y Laodicea (Col. 4: 16). Otra
iglesia de esa zona se menciona en forma específica:
Hierápolis (Col. 4: 13).
Efeso posteriormente se convirtió durante muchos años en
el centro de una gran actividad ministerial de Juan,
hasta que su obra fue detenida debido a la persecución
que sufrieron los cristianos durante el reinado de
Domiciano a fines del siglo I. El anciano apóstol fue
torturado y después desterrado a Patmos, en el mar Egeo
(ver pp. 86-90). En esa Patmos volcánica y rocosa, que
está sólo a unos 55 Km. de la costa del Asia Menor y a
unos 80 Km. de Efeso, fue donde Juan contempló en visión
la historia de la iglesia cristiana a través de los
siglos hasta el fin del tiempo- Fue allí donde recibió
los mensajes divinos para las siete iglesias (Apoc. 2;
3).
Después de que los apóstoles y otros misioneros
establecieron un firme fundamento en el siglo I d. C.,
el Asia Menor se convirtió en un baluarte del
cristianismo durante muchos siglos. Algunos famosos
padres de la iglesia fueron oriundos del Asia Menor, y
allí se celebraron varios importantes concilios
eclesiásticos. Sin embargo, el cristianismo oriental
gradualmente perdió su vigor espiritual, con el
resultado de que no pudo resistir los decididos ataques
de diversos invasores no cristianos, quienes de tanto en
tanto penetraron en el Asia Menor durante la Edad Media
y finalmente se apoderaron de toda esa región en forma
permanente. Los últimos de ellos fueron los turcos, que
no sólo ocuparon el territorio sino que, como
musulmanes, erradicaron en forma tan completa el
cristianismo que, aunque se pueden encontrar ruinas de
iglesias cristianas en la mayoría de las ciudades, sólo
hay unos pocos santuarios cristianos que aún están en
uso hoy día.
Las ciudades de las siete iglesias de Apocalipsis 2 y 3
están relativamente cerca una de la otra. Si se las
visita en el orden en que aparecen los mensajes, la
distancia nunca supera 100 km entre una y otra. Se puede
perfectamente seguir hoy esta ruta. La distancia entre
Pérgamo, la iglesia más al norte, y Laodicea, la que
está más al sur, es de algo más de 200 km en línea
recta. Ver el mapa frente a la p. 33 del t. VI. Desde
los tiempos más antiguos han existido caminos
transitables para comunicar las siete ciudades, y
durante el período persa se construyeron excelentes
rutas, según lo atestiguan autores clásicos. Los
romanos, que eran conocidos durante toda la antigüedad
como grandes constructores de caminos, también mejoraron
y extendieron el sistema de rutas que ya existía. Por lo
tanto, eran comparativamente buenas las condiciones para
viajar entre las siete iglesias durante el período
apostólico. Pero después de la caída del Imperio Romano
los caminos fueron descuidados. Los viajeros se han
quejado durante siglos por las malas condiciones de las
carreteras del Asia Menor, lo que hacía que los viajes
fueran sumamente difíciles y cansadores. Hoy en día las
rutas y las comodidades de viaje son excelentes.
El Asia Menor occidental es una región favorecida por la
naturaleza. Su proximidad al mar Mediterráneo le
proporciona un clima relativamente suave. Las ciudades
costeras como Efeso, Esmirna y Pérgamo, disfrutan de un
clima agradable todo el año. Las ciudades de tierra
adentro como Laodicea y Filadelfia, aunque participan en
cierta medida del clima continental de la altiplanicie
de la Turquía central, con algo de nieve en el invierno,
sin embargo están suficientemente próximas al
Mediterráneo para beneficiarse con sus vientos templados
durante la mayor parte del año. La región es montañosa y
en algunas partes muy escabrosa. Abunda la agricultura.
Se producen frutas propias de los climas frescos, como
damascos, manzanas y fresas, y también aceitunas y
dátiles, productos típicos de la zona del Mediterráneo.
Esta región es regada por una cantidad de ríos de un
caudal regular, algunos de los cuales se han hecho
famosos en la historia antigua; uno de ellos es el río
Meandro, que sigue un curso tan sinuoso al correr hacia
el mar, que su nombre se ha inmortalizado en la palabra
"meandro", la cual se aplica a las curvas o sinuosidades
de los ríos, como las del jordán, en Palestina.
I. Efeso.
La iglesia cristiana de Efeso fue la primera a la cual
Juan dirigió una carta desde su destierro en la isla de
Patmos; pero la ciudad era también muy importante por
otras circunstancias. Efeso compartía con Antioquía de
Siria y Alejandría, en Egipto, el honor de ser una de
las ciudades más grandes e importantes del mundo
oriental en el Imperio Romano. Pero su mayor honor era
que tenía el Artemision, uno de los templos más grandes
y más famosos de la antigüedad, dedicado a la diosa
Artemisa, que los romanos llamaban Diana.
Efeso, a diferencia de otras ciudades famosas del Asia
occidental, se encuentra ahora en ruinas; su lugar está
abandonado. En su vecindad se halla el pueblo turco
antes llamado Aya Soluk, desbastación fonética de Hágios
Theólogos, "el santo teólogo", título que primero se le
dio a Juan y más tarde al pueblo. El nombre actual del
pueblo es Selyuk. Se encuentra a unos 75 km de lzmir, la
antigua Esmirna, y se puede llegar a él por carretera o
por ferrocarril.
En Selyuk se ven las ruinas de un viejo acueducto que
antiguamente proporcionaba agua a Efeso. Al oeste de la
aldea está el monte sagrado de Efeso, cuya cima ahora se
halla ocupada con las ruinas de la fortaleza de Aya
Soluk. Dentro de los muros de la fortaleza se encuentran
las ruinas de la basílica de San Juan el Teólogo.
Originalmente sólo había una capillita en ese sitio,
donde según la tradición fue sepultado Juan; pero el
emperador Justiniano (527-565 d. C.) construyó en su
lugar una magnífica basílica de unos 110 m de largo.
Esta iglesia era superada en belleza y dimensiones
únicamente por la de Santa Sofía, en Constantinopla.
Lamentablemente, como muchas otras del Asia Menor, ahora
se halla en ruinas, y de sus paredes y columnas de
mármol sólo quedan pedazos.
Al sudeste de la basílica de San Juan están las ruinas
de la monumental mezquita del sultán Isa I, edificio de
60 por 53 m, que fue construido en el siglo XIV. Cerca
de esta mezquita estaba el famoso Artemision, que ahora
es una profunda depresión que en ciertas épocas del año
está llena de agua. Si no fuera porque el Servicio de
Antigüedades ha colocado allí un cartel para hacerles
saber a los turistas que ése es el lugar donde estuvo el
gran templo de Diana, la mayoría de los visitantes
pasarían por allí sin reconocer el sitio donde una vez
estuvo uno de los edificios más importantes de la
antigüedad.
Este templo fue destruido en forma tan completa, que
hasta el lugar donde había estado cayó en el olvido. J.
T. Wood hizo excavaciones en Efeso por cuenta del Museo
Británico, de 1863 a 1874, en las que gastó unos 80.000
dólares. Su principal meta era encontrar el Artemision,
y lo logró después de varios años de búsqueda y de haber
removido unos 100.000 metros cúbicos de tierra; pero
sólo descubrió las piedras de los cimientos del gran
edificio, sepultadas bajo unos 7 m de escombros y
tierra. Wood también descubrió que el templo descansaba
sobre una plataforma, a la que se subía por una
escalinata circular de diez peldaños. El templo tenía
110m 94 de largo y 55 m de ancho, y cubría cuatro veces
la superficie del famoso Partenón de Atenas. Tenía 117
columnas (Plinio dice erróneamente 127) con una altura
de unos 20 m y unos 2,15 de diámetro cada una. En 36 de
ellas había esculturas de figuras humanas de tamaño
natural.
Por registros antiguos sabemos que el anterior templo de
Diana estuvo en construcción durante 120 años antes de
que fuera terminado entre 430 y 420 a. C. Se dice que
este edificio fue destruido en el año 356 a. C., la
noche en que nació Alejandro Magno, y luego fue
reedificado con mayor esplendor que antes. La famosa
estatua de Artemisa, diosa de la caza y de la
fertilidad, estaba en el santuario interior del templo.
Algunos antiguos escritores afirman que estaba hecha de
madera negra cubierta parcialmente de oro, pero dejando
al descubierto cabeza, brazos, manos y pies. Otros, como
el escribano de la ciudad de los días de Pablo (Hech.
19: 35), afirmaban que había descendido del cielo, por
lo que algunos eruditos deducen que fue construida con
la piedra negra de un aerolito. Cualquiera que haya sido
el material, la estatua era un símbolo de la fertilidad,
por cuya razón su cuerpo estaba cubierto con muchos
pechos.
La fama del Artemision se debió a muchos factores. Sus
dimensiones y la belleza de su arquitectura lo
convirtieron en uno de los más magníficos edificios de
la antigüedad. Los antiguos lo incluían entre las siete
maravillas del mundo. Además, numerosas estatuas y otras
obras de arte, fruto de los más famosos artistas del
mundo griego, estaban en el Artemision y aumentaron su
fama. Muchos reyes y personas ricas donaron obras de
arte para este templo como regalos consagrados a él. En
el predio del templo se celebraban numerosos festines
relacionados con el culto de Diana. Estas eran ocasiones
en las que se comía y bebía con desenfreno y se
practicaba la más crasa inmoralidad. La más espectacular
de esas festividades duraba varios días durante el mes
de artemisio (marzo-abril), que era dedicado a Artemisa.
Durante ese mes llegaban muchos visitantes a la ciudad,
y probablemente fue en esta ocasión cuando se produjo el
tumulto contra Pablo (ver Hech. 19). El templo también
era conocido como un lugar que concedía el derecho de
asilo a los fugitivos políticos, privilegio sumamente
estimado en la antigüedad. Además, uno de los bancos más
ricos y más hábilmente administrado de la época
pertenecía a los sacerdotes de este templo. El resultado
era que grandes sumas de dinero se depositaban en sus
bóvedas.
Por lo tanto, es fácil entender que cualquier esfuerzo
por socavar la autoridad y la fama de esta institución
encontraría una oposición muy decidida de los habitantes
de Efeso y de todos los interesados en perpetuar su
sistema. En antiguas inscripciones y también según las
palabras del "escribano" ("magistrado", BJ) de Efeso, la
ciudad era llamada neÇkóros "guardiana del templo"
(Hech. 19: 35) o "custodio" de la gran Artemisa, título
del cual los efesios estaban muy orgullosos. Por eso se
produjo un gran tumulto cuando debido a la predicación
de Pablo disminuyeron los ingresos de los que se ganaban
la vida haciendo templecillos y estatuillas de Artemisa
(Diana).
Aunque Pablo, que había pasado casi tres años trabajando
en Efeso, salió de allí poco después del tumulto, la
semilla que había sembrado produjo una abundante
cosecha, y dos siglos más tarde toda la zona había
recibido el cristianismo (ver mapa frente a p. 33); por
lo tanto, el templo de Diana perdió su significado, y
cuando fue incendiado por los godos en 262 d. C., se
había reducido tanto su influencia que no fue
reedificado. Sus columnas de mármol fueron derribadas y
se usaron en la edificación de iglesias cristianas,
algunas de ellas tan distantes como Constantinopla. Lo
que quedó de esa gran maravilla del mundo fue usado por
la población local como 95 material de construcción. Sus
grandes bloques de mármol fueron recortados y usados en
la construcción de casas, o quemados y convertidos en
cal. Finalmente todo el lugar quedó cubierto con
escombros, y se olvidó por completo su ubicación hasta
que Wood la volvió a descubrir en los tiempos modernos.
A corta distancia al sur del lugar del Artemision
comienza el lugar de las ruinas de la ciudad, la más
grande del Asia Menor en los días del apóstol Pablo.
Basándose en los datos disponibles se ha estimado que
Efeso tenía en el siglo II a. C. una población de
225.000 habitantes. La ciudad creció mucho durante el
período romano.
La antigua Efeso, situada en la margen izquierda del río
Caistro y en una pequeña bahía que formaba un puerto
natural, era un importante centro comercial. No debía su
importancia al Caistro, que no era el más largo ni el
más importante río del Asia Menor occidental, sino a su
ventajosa posición geográfica entre dos importantísimos
ríos que regaban una rica región agrícola: el Meandro al
sur y el Hermos al norte. Por eso muchas prósperas
empresas de negocios estaban radicadas en Efeso, y su
activa vida económica hacía de la ciudad una de las más
ricas de la antigüedad.
Partiendo del Artemision, los visitantes entraban
antiguamente en la ciudad por la puerta de Koresso, de
la que sólo quedan algunos restos. Cerca están las
ruinas del estadio y las del gimnasio de Vedio; en las
ciudades griegas grandes había varios gimnasios en donde
los jóvenes practicaban para los juegos atléticos.
Al continuar por el camino moderno que pasa por la
ciudad antigua, pronto se llega al gran teatro, muy bien
conservado, quizá el más grande del Asia Menor. Era un
edificio monumental cuyas 66 hileras de asientos estaban
construidas en la ladera occidental del monte Pion.
Tenía capacidad para 24.500 espectadores sentados. El
lugar de la orquesta tenía un diámetro de unos 35 m y el
semicírculo de las gradas cerca de 200 m de diámetro. El
escenario se ha derrumbado; pero las columnas que lo
sostenían todavía están en pie así como partes de su
tallada pared posterior, que en la antigüedad tenía tres
pisos de altura. Este gran anfiteatro, donde se
celebraban reuniones políticas, fue el escenario del
tumulto contra el apóstol Pablo, vívidamente descrito en
Hech. 19: 23-41. Cada vez que tenía que tomarse una
decisión importante, la gente iba al teatro para oír el
debate y dar a conocer sus pareceres ante las
autoridades.
La construcción de los asientos de un teatro en la
ladera de alguna colina o montaña, simplificaba la
construcción y también mejoraba muchísimo la acústica.
Desde la hilera más alta de los asientos del teatro se
tiene una excelente y rápida visión de las ruinas de la
ciudad antigua y sus alrededores. Al norte se halla el
curso sinuoso del río Caistro. Un poco más cerca,
parcialmente ocultas por árboles y arbustos, están las
macizas ruinas de la iglesia de Santa María, en la cual
se celebraron dos famosos concilios eclesiásticos: el
del año 431 d. C., que oficialmente declaró a María como
la madre de Dios, y el llamado "Latrocinio de Efeso" del
año 449 d. C.
Al pie del teatro comienza la Arcadiana, calle de 11 m
de ancho, la principal vía de unión entre el centro de
la ciudad y el antiguo puerto al oeste. Su blanco
pavimento de mármol brilla a la luz del sol. Una
inscripción indica que esta vía era iluminada de noche
con lámparas colgadas de sus columnas. Al final de la
Arcadiana, donde antiguamente estaba el puerto, hay
ahora campos verdes, más fértiles que cualesquiera otros
de las proximidades, pues están formados por tierra de
aluvión llevada por el Caistro. La actual costa del mar
Egeo queda a unos 5 km hacia el oeste. La obstrucción
del puerto con los sedimentos, que los antiguos no
pudieron evitar a pesar de sus diligentes esfuerzos, fue
una de las razones de la decadencia de Efeso como
importante ciudad mercantil y de su abandono final.
Hacia el oeste, detrás del antiguo puerto, se levanta la
colina de Astiages, en cuya 96 falda hay una estructura
que la tradición indica como la prisión de Pablo; sin
embargo, no hay pruebas suficientes para creer que el
apóstol estuvo alguna vez encarcelado en Efeso. Hacia el
sur está el monte Koressos, donde se hallan las ruinas
del muro helenístico, de unos 11 km de largo, que era el
límite sur de la ciudad.
En el valle entre el monte Koressos y el monte Pion
están las ruinas de los edificios públicos de la ciudad
antigua. Entre ellas están la gran ágora o "plaza del
mercado", el Serapeum (Serapeo), templo dedicado al dios
egipcio Serapis, la biblioteca de Celso, extensos baños
romanos, acueductos que traían agua a la ciudad desde
las montañas, el odeón, "un pequeño salón de conciertos"
y otras ruinas. La calle principal, llamada hoy Curetes,
iba desde el centro comercial al centro cívico. Sus
columnas y monumentos muestran claramente la cultura de
los tiempos de Juan.
El ágora o mercado era el centro de la vida social y
económica de toda la ciudad antigua, y las dimensiones
del ágora de Efeso, de la cual se han excavado sólo
partes, muestran cuán importante debe haber sido la
ciudad. Por todos lados estaba circuida por aceras con
columnas, detrás de las cuales estaban los negocios. Se
han excavado una cantidad de esas construcciones y
algunas hasta se han reconstruido, de modo que el
visitante moderno puede tener una idea de su aspecto
interior. ¡Pero qué contraste entre el pasado y el
presente! Ese lugar fue una vez el activo centro de una
populosa ciudad en la cual el visitante veía bellos
edificios y hermosas estatuas y también una vida
metropolitana activa. Ahora se ven columnas rotas,
trozos de paredes y montones de tierra y de escombros
que todavía no se han excavado. La vida activa y
bulliciosa que una vez llenó este centro de una de las
más grandes ciudades del Medio Oriente, ha desaparecido.
En el ágora se ha reconstruido un gran arco de piedra
erigido por dos libertos de Agripa en honor del
emperador Augusto. La inscripción o dedicación llama a
Augusto pontifex maximus, o sea sumo sacerdote del
imperio, título que más tarde se atribuyeron los obispos
de Roma.
Al sur del ágora están las ruinas de la famosa
biblioteca de Celso, que llegó a rivalizar en
importancia con la de Alejandría. Consistía en una sala
de conferencias y un cuarto de lectura rodeado por
pequeños recintos donde se guardaban los manuscritos
costosos. El visitante moderno se siente impresionado
por las ruinas de esta famosa biblioteca, fundada en el
tiempo del ministerio de Juan por uno de los más ricos
ciudadanos de Efeso. En Selyuk hay también un
interesante museo donde se pueden apreciar dos estatuas
de mármol de Diana, halladas en las excavaciones de la
antigua Efeso.
II. Esmirna.
Esmirna, que ahora se llama Izmir, es una de las más
bellas ciudades del Asia Menor. Está situada en el
extremo este de un golfo que penetra unos 50 km tierra
adentro, que forma un puerto bien protegido por las
montañas que lo rodean. El hecho de que sea una ciudad
portuaria a la cual tienen acceso naves de gran calado,
y que sin embargo está situada en el corazón de la
región, ha sido siempre una ventaja para Esmirna frente
a otras ciudades del Asia Menor occidental, y la ha
convertido en uno de los más importantes centros de
comercio de esa región. A esto puede añadirse el hecho
de que está situada en el fértil valle del río Meles y
que disfruta de fácil acceso al interior y a ciudades
importantes, como Pérgamo, Sardis y Efeso.
La colonia más antigua fue fundada al norte de la ciudad
moderna por pobladores procedentes de Anatolia, llamados
léleges. Desde aproximadamente el año 1100 a. C. esa
zona fue poblada por colonos griegos: primero eolios y
más tarde jonios. La 97 ciudad estuvo en manos de
poderes extranjeros como lidios, persas y turcos; pero
la mayoría de su población fue generalmente griega. La
posición geográfica actual de Esmirna fue escogida por
Lisímaco, uno de los generales y sucesores de Alejandro
Magno, en lo cual reveló buen gusto y aguda previsión.
Esmirna, construida en las estribaciones de las montañas
que rodean la parte oriental del golfo de lzmir, se ha
convertido en una de las más importantes y pintorescas
ciudades del Asia occidental.
Su clima es agradable y una densa vegetación añade su
encanto al paisaje. Hay olivos, cipreses, higueras,
granados y sicómoros y aun datileras. Los principales
productos de exportación son los famosos higos de
Esmirna, tabaco, seda y las bien conocidas alfombras de
Esmirna. Los minerales que se encuentran en las montañas
de la región desde tiempos antiguos, incluyen hierro,
manganeso, oro, plata, mercurio, plomo, cobre y
antimonio. En la región se extrae un poco de carbón
bituminoso. Otra atracción de Esmirna en la antigüedad
eran sus fuentes termales, frecuentadas por gente que
sufría de artritis. Se afirmaba que cuando se bebía esa
agua se aliviaban los malestares intestinales.
Había, pues, excelentes razones por las cuales Esmirna
se convirtió en una ciudad populosa y rica. A fines de
la Primera Guerra Mundial era, por su extensión, la
segunda ciudad del Asia Menor, con una población de unos
250.000 habitantes. La población de Esmirna disminuyó a
causa del gran incendio de 1922 que destruyó casi toda
la ciudad y mató a miles de sus habitantes, y por la
expulsión de decenas de miles de griegos en 1922 y 1923.
La población ha aumentado mucho en tiempos recientes,
alcanzando en 1980 a unos 650.000 habitantes. No se sabe
cuál era su población en la antigüedad.
Puesto que la ciudad moderna está construida sobre la
antigua Esmirna, ahora son visibles sólo unas pocas
ruinas. Restos de las antiguas murallas de la ciudad de
Lisímaco se pueden ver en unos pocos lugares en las
proximidades de la moderna Izmir, y también varios
acueductos pintorescos, aunque arruinados. Las ruinas de
la ciudadela, que domina el paisaje, son de origen
bizantino. Sólo sus partes inferiores se remontan a los
períodos romano y helenístico. En Esmirna, como en la
mayoría de las ciudades de la antigüedad, había una gran
cantidad de templos paganos; pero se han encontrado
pocos restos. Sin embargo, al excavar los fundamentos de
las casas nuevas, se encuentran estatuas que
anteriormente tuvieron que haber estado en esos templos.
Las ruinas más importantes de la ciudad antigua son las
que se encontraron cuando se hicieron excavaciones en el
ágora o lugar del mercado, en el centro de la moderna
lzmir. Durante mucho tiempo los arqueólogos
infructuosamente buscaron el ágora de Esmirna, que era
famosa en la antigüedad por ser la única construida con
tres pisos. El nivel inferior era subterráneo; el
segundo estaba al nivel de la calle, y por encima había
un tercer nivel sostenido por columnas que formaban
galerías al nivel de la calle. Desde su descubrimiento
se han hecho excavaciones algunas restauraciones que
permiten que el visitante moderno reciba una impresión
vívida de este mercado, el más famoso de la antigüedad.
Los salones subterráneo están bien conservados. Algunos
están en tan excelente estado de conservación que
podrían usarse tal como están. De las construcciones
antiguas al nivel de la calle ahora sólo quedan unas
pocas columnas, y hace mucho que desapareció todo rastro
del tercer nivel.
Los antiguos habitantes de Esmirna se sentían muy
orgullosos de su ciudad por ser la cuna de Homero, el
más famoso de todos los poetas griegos. Muchos turistas
de la antigüedad visitaban Esmirna para rendir homenaje
a la memoria de ese ilustre personaje, así como iban a
otras ciudades con el propósito de adorar a sus dioses
famosos.
La comunidad cristiana de Esmirna ha experimentado
numerosos y graves períodos de persecución. Es
interesante notar que desde tiempos antiguos se ha
interpretado que Esmirna significa "mirra", una amarga
aunque aromática gomorresina proveniente del Africa
oriental y de Arabia, que simbolizaba amargura y
sufrimiento. Los eruditos modernos no aceptan esta
interpretación tradicional, pues se inclinan a pensar
que deriva de Samorna, el nombre de una diosa de
Anatolia que era adorada en esa ciudad. Cualquiera que
sea la verdadera interpretación del nombre de la ciudad,
es un hecho histórico que los cristianos de Esmirna han
sufrido más que los de cualquiera de las otras ciudades
de la región.
Esmirna ha sido destruida con frecuencia, a veces por
terremotos y con más frecuencia por ejércitos
extranjeros. En la era cristiana ha sido conquistada y
saqueada por los godos bárbaros, los crueles mongoles,
los feroces selyúcidas, los fanáticos cruzados, y en
tiempos más modernos por los turcos de Kemal. Como un
ejemplo de los horrores que a veces han experimentado
los esmirnenses, puede mencionarse la matanza de casi
todos los habitantes de la ciudad hecha por Tamerlán, el
sanguinario conquistador mongol del siglo XIV, que
levantó una torre con las cabezas de los esmirnenses
capturados. Algunas atroces matanzas han sucedido en
este siglo en Esmirna, por ejemplo, en ocasión de las
luchas entre griegos y turcos después de la Primera
Guerra Mundial. La ciudad repetidas veces cambió de
manos, y se cometieron inenarrables atrocidades en las
que se afirma que perecieron decenas de miles.
Desde los días de Juan la comunidad cristiana de Esmirna
ha sufrido repetidas persecuciones, en las cuales
famosos mártires dieron su vida dentro de los muros de
la ciudad; el más ilustre de ellos fue, sin duda,
Policarpo, discípulo de Juan y más tarde obispo de
Esmirna. Fue quemado vivo (c. 155 d. C.) en el estadio o
en el gran teatro, pues ambos lugares se han indicado
como el sitio donde hizo frente a la muerte; sin
embargo, su muerte y la de otros valientes mártires
dieron mucho fruto durante las décadas y los siglos
siguientes. Esmirna llegó a ser uno de los centros más
fuertes del cristianismo en la parte oriental del
Imperio Romano, y fue también la última ciudad del Asia
Menor que se rindió ante los vencedores musulmanes.
Hasta la Primera Guerra Mundial cuatro de cada cinco
habitantes eran cristianos, lo que prueba cuán
tenazmente la población de Esmirna mantuvo su religión.
A pesar de todo finalmente compartió la suerte de todos
los otros centros cristianos del Asia Menor, y sucumbió
ante los musulmanes. La comunidad cristiana esmirnense
recibió su golpe de muerte cuando los griegos fueron
expulsados de Esmirna por los turcos en los días de
Kemal Bajá, en 1922.
III Pérgamo.
Pérgamo, situada en un amplio valle 5 km al norte del
río Caico y a unos 25 km del mar, era otra de las
famosas ciudades del Asia Menor. El palacio, los
templos, teatros, gimnasios y otros edificios públicos
de la antigua Pérgamo estaban construidos en la cima y
en las faldas de una elevada colina. La sección
residencial de la ciudad quedaba al pie de la colina, en
el mismo lugar de la llanura donde se encuentra la
moderna población de Bergama, de unos 35.000 habitantes
(1980).
La ciudad fue fundada por colonizadores griegos. Aunque
no se sabe mucho de su historia primitiva, parece que
era importante en el siglo V a. C., pues ya acuñaba sus
propias monedas en 420 a. C. De su historia se sabe más
a partir del siglo III 99 a. C. Lisímaco, uno de los
generales y sucesores de Alejandro, depositó en ese
tiempo el tesoro de su nación -9.000 talentos (el
talento pesaba unos 34 kg) de oro- en la sólida
fortaleza de la ciudad. Después de la muerte de Lisímaco
en 281 a. C., Filitaero, guardián de ese tesoro, se
apropió de él y se autonombró gobernante de Pérgamo
hasta su muerte en el año 263. Se convirtió en el
fundador de la rica dinastía de los Atálidos, que ocupó
el trono durante unos 150 años. Aunque la historia del
reino independiente de Pérgamo fue corta, dejó su huella
en el mundo antiguo, y la riqueza de sus reyes se hizo
proverbial, como había sucedido antes con Creso, rey de
Sardis.
El rey Atalo I (241-197 a. C.) fue el primer gran
gobernante del reino de Pérgamo. Tuvo que luchar contra
los galos, antepasados de los gálatas que aparecen en el
Nuevo Testamento. Los galos habían invadido el Asia
Menor desde el oeste y se habían establecido en el
centro de Anatolia (ver Nota Adicional de Hech. 16).
Cuando los galos fueron decisivamente derrotados en 240
a. C., Atalo pudo ensanchar mucho el territorio de su
reino. Cuando murió, Pérgamo dominaba en toda Misia,
Lidia, Caria, Panfilia y Frigia, territorio que abarca
casi la mitad del Asia Menor. La riqueza proveniente de
los tributos que afluían a Pérgamo desde esas regiones,
se usaba para embellecer la capital, hasta el punto de
que se convirtió en una de las más maravillosas ciudades
de su tiempo. Tenía tantos templos, teatros, gimnasios y
otros edificios públicos monumentales, que era aclamada
como la ciudad más rica del mundo.
Durante el período de Eumenes II (197-159 a. C.), que
fue el rey siguiente, se fundó una biblioteca que creció
hasta poseer una colección de 200.000 manuscritos. Esta
biblioteca despertó la envidia de Tolomeo V de Egipto
(203-181 a. C.). Temiendo que pronto sobrepujaría a la
biblioteca de Alejandría, prohibió la exportación de
papiro, el material de escritura más común de la
antigüedad. Como Egipto era el único país en que se
manufacturaban los rollos de papiro, de esa manera
esperaba reducir la producción de libros en otros
países. Esta emergencia se convirtió en una gran
ventaja, pues indujo a los que hacían libros en Pérgamo
a inventar el pergamino, el mejor material de escritura
que jamás se haya producido. El pergamino se prepara
refinando el cuero de animales tiernos como terneros,
ovejas o cabritos, mediante un proceso de curtiembre.
Tiene diversas ventajas sobre el cuero común, que
también usaban los antiguos como material de escritura.
Como este nuevo material fue inventado en Pérgamo,
recibió el nombre griego de pergam'nós, y pergamena en
latín, de donde deriva "pergamino".
La biblioteca de Eumenes más tarde fue retirada de
Pérgamo por Marco Antonio, quien se la regaló a
Cleopatra. Cuando los árabes conquistaron a Egipto fue
destruida junto con muchas otras colecciones de libros
antiguos.
Durante el tiempo de Eumenes II también se erigió el
gran altar de Zeus, la obra maestra de las famosas obras
de arte de Pérgamo. De ella ya nos volveremos a ocupar.
Una de las más formidables obras técnicas que datan de
su reinado fue un acueducto para llevar agua, mediante
presión, hasta la acrópolis de Pérgamo. El agua, que
provenía de vertientes montañosas de un nivel más alto
que la loma de la acrópolis de Pérgamo, corría por una
cañería de varios kilómetros de longitud que cruzaba la
planicie donde estaba situada la ciudad. En la
antigüedad nunca se había intentado hacer una obra de
tan vastos alcances, ni tampoco fue imitada durante
siglos. Aún se pueden ver las ruinas de este acueducto.
Eumenes II fue sucedido sólo por dos reyes más: Atalo II
(159-138 a. C.) y Atalo III (138-133 a. C.). Pérgamo
dejó de ser un reino independiente porque el último
monarca mencionado, un gran admirador de Roma, en su
testamento legó su reino 100 a los romanos. Roma se
posesionó de Pérgamo después de la muerte de Atalo III,
y se sabe que en el año 129 a. C. parte del reino había
sido organizado como la provincia de Asia, cuya capital
era Pérgamo. Aunque con el correr del tiempo Pérgamo
perdió algo de su fama ante Efeso y Esmirna, y
finalmente vio cómo Efeso se convertía en la capital de
la provincia, durante siglos permaneció como una de las
más ilustres y ricas ciudades del Asia Menor occidental.
Durante la edad apostólica se estableció en Pérgamo una
iglesia cristiana, como se puede ver en la tercera carta
del Apocalipsis (cap. 2: 12-17). Esta carta menciona las
buenas cualidades de la iglesia y el hecho de que
Antipas, un fiel mártir, había sido muerto en esa
ciudad; pero también reprocha duramente a los cristianos
de Pérgamo por tolerar la idolatría y la inmoralidad
dentro de la iglesia. La ciudad se convirtió en un
centro cristiano y se mantuvo así durante siglos. En el
año 1304 d. C. fue conquistada por los selyúcidas, y 32
años más tarde por Solimán. Desde entonces ha sido
turca, y su tamaño gradualmente ha disminuido hasta
llegar a ser el pueblo que es ahora.
El gobierno alemán ha patrocinado excavaciones en
Pérgamo desde 1878, las que intermitentemente se han
llevado a cabo en las ruinas, principalmente en la
acrópolis. Durante estos 100 años se ha desenterrado una
extensa zona, lo que da al visitante moderno un claro
concepto del trazado de la ciudad antigua. Sería
cansador dar descripciones de los diversos templos
dedicados a Zeus, Dionisio, Palas Atenea, Demetrio y
otros dioses, así como describir las ruinas del palacio
real, de los diversos teatros, gimnasios y otros
edificios públicos. Sólo se describirán brevemente dos
de las más famosas construcciones de Pérgamo, ambas
catalogadas por diferentes comentadores de la Biblia
como "el trono de Satanás" que Juan menciona en la carta
a Pérgamo (Apoc. 2: 13). Una de esas construcciones es
el altar de Zeus, ya mencionado, que fue construido por
Eumenes II en el siglo II a. C., y la otra es el
Asclepión, uno de los más famosos de todos los
hospitales de la antigüedad.
El altar de Zeus era una enorme construcción, de como 36
m de largo por 34 de ancho y 12 de alto, y además una
obra maestra de arte y arquitectura. Consistía en un
edificio de dos pisos construido en forma de herradura,
cuya parte inferior estaba cubierta con bellos relieves
tallados que conmemoraban la guerra entre Pérgamo y los
galos. Las partes superiores estaban formadas por
columnatas. Esta magnífica construcción naturalmente
constituía una gran atracción para la ciudad, y algunos
comentadores han pensado que era "el trono de Satanás"
al que se refiere Juan el revelador. K. Humann, el
primer excavador de Pérgamo, descubrió este altar y
extrajo algunas de sus lajas de piedra cincelada de los
muros de la ciudad, incorporados allí en la época
bizantina. Todo este material fue transportado a Berlín,
en donde el altar completo fue reconstruido en el "Museo
de Pérgamo", y afortunadamente escapó a la destrucción
provocada por los asolamientos de la Segunda Guerra
Mundial. Los rusos lo desmantelaron después de la guerra
y lo enviaron al este; pero más tarde lo devolvieron.
El otro sitio grande y famoso de Pérgamo, que algunos
comentadores pensaron que era "el trono de Satanás"
mencionado en el Apocalipsis, era el Asclepión, un
complejo edilicio dedicado a Asclepio, dios griego de la
medicina, el Esculapio de los romanos, uno de los cuatro
principales dioses de Pérgamo. Hasta este lugar viajaban
multitudes de enfermos desde grandes distancias en busca
de alivio para sus males; ha sido objeto de excavaciones
desde 1928. Allí se encontraron las ruinas de varias
construcciones, como salas en las cuales quedaban los
pacientes y recibían tratamientos con agua, un
anfiteatro donde eran entretenidos y habitaciones
subterráneas donde se los hacía dormir para que
recibieran en sus sueños mensajes divinos 101 en cuanto
a los tratamientos que debían recibir. Finalmente había
un templo circular en el cual los pacientes depositaban
sus ofrendas antes de marcharse, así como los pacientes
modernos pagan sus cuentas en la oficina de un sanatorio
antes de ser dados de alta. En el atrio del Asclepión
había un monumento con las dos serpientes de Esculapio
en relieve, el símbolo de la profesión médica, el cual
se usa todavía en nuestros días.
Galeno (c. 130-c. 200 d. C.), el más famoso
médico de la antigüedad, nació en Pérgamo y recibió su
instrucción médica en el Asclepión. Posteriormente
estudió en Esmirna, Corinto y Alejandría. Su influencia
en el ámbito de la ciencia médica fue muy grande durante
toda la Edad Media, y sus escritos muestran que los
médicos de sus días tenían algunos conocimientos
científicos en cuanto al funcionamiento del cuerpo
humano y al poder curativo de ciertas medicinas y
métodos terapéuticos de tratamiento.
IV Tiatira
Tiatira era una antigua ciudad lidia, sobre el río Lico,
tributario del Hermos, en la parte norte de Lidia; pero
tan cerca de Misia que aun los antiguos, por error, con
frecuencia se referían a ella como a una ciudad misia.
Su historia más antigua no es bien conocida, excepto que
era una ciudad santa del dios sol Tirimnos de los
lidios, generalmente representado como un dios jinete.
Alrededor del siglo III a. C. la ciudad evidentemente
había decaído, y fue fundada de nuevo por Seleuco
Nicátor (301-281 a. C.), quien la colonizó con griegos.
Desde entonces Tiatira continuó siendo una de las más
pequeñas ciudades helenísticas del Asia Menor
occidental. Aunque llegó a ser el centro comercial del
valle del Lico, nunca fue una metrópoli como Efeso,
Esmirna, o Pérgamo.
Puesto que la ciudad parece haber disfrutado de una vida
más bien tranquila y pacífica durante la mayor parte de
su existencia, su historia tiene poca importancia si se
la compara con la de Esmirna o Efeso. Cuando Tiatira
estuvo más expuesta a verse implicada en una guerra fue
en el año 190 a. C., cuando Antíoco el Grande ocupó la
ciudad con sus tropas en anticipación a la lucha con el
ejército romano. Sin embargo, la batalla que hubo entre
él y Escipión se peleó en Magnesia, unos 65 km al sur de
Tiatira, y la ciudad tuvo la suerte de no sufrir daños.
Tiatira quedó sepultada bajo Akhisar, ciudad de más de
60.000 habitantes, cuya principal industria es la
confección de alfombras. El nombre turco Akhisar
-"Castillo blanco"- se debe a las ruinas blancas de un
castillo medieval que están cerca de la población
moderna. En Akhisar nunca se han hecho excavaciones
sistemáticas; pero cuando los habitantes han cavado para
poner los cimientos de sus casas, con frecuencia han
encontrado artefactos antiguos. En esta forma se han
descubierto numerosas inscripciones que han ido a parar
a diversos museos.
La antigua Tiatira era una ciudad de gremios. En ninguna
otra ciudad del Asia occidental los diversos artesanos
estaban organizados en gremios bien disciplinados como
en esta ciudad. Entre ellos estaba el gremio de los
tintoreros, que era muy importante. Los tintoreros de
Tiatira habían aprendido a hacer tintura de púrpura con
raíz de rubia en vez de hacerla con crustáceos, como se
hacía en otros centros productores de púrpura del mundo
antiguo. Esta tintura de púrpura, ahora llamada "rojo de
Turquía", permitía a los tintoreros de Tiatira competir
con éxito con otros centros de preparación de tinturas.
Lidia, uno de los primeros conversos de Pablo en
Filipos, es llamada "vendedora de púrpura, de la ciudad
de Tiatira" (Hech. 16: 14). Es indudable que esta ciudad
de Anatolia tenía representantes comerciales 102 en
países extranjeros como Macedonia, donde estaba Filipos.
En la antigua Tiatira había un templo dedicado a una
deidad llamada Sambate, donde una profetisa daba sus
oráculos. Algunos comentadores de la Biblia han pensado
que las palabras de Juan, "toleras que esa mujer
Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis
siervos" (Apoc. 2: 20), se refieren a esa profetisa que
daba los oráculos en el templo de Sambate. Sin embargo,
es dudosa la exactitud de esta interpretación; tampoco
es seguro si W. M. Ramsay tiene razón cuando ve
referencias en esta cuarta carta del Apocalipsis (cap.
2: 18-29) a los claudicantes cristianos, miembros de
ciertos gremios. El piensa que muchos miembros de
iglesia vivían todavía bajo la disciplina de sus
respectivos gremios, a los que habían pertenecido antes
de hacerse cristianos, y que continuaban tomando parte
de algunas prácticas inmorales y dudosas durante las
festividades y en otras reuniones.
Que la iglesia de Tiatira perdió su pureza y experimentó
dificultades en los primeros siglos de la era cristiana,
parece evidente por una observación de Epifanio, padre
de la iglesia, quien afirma que a comienzos del siglo
III toda la ciudad y sus alrededores habían abrazado la
herejía montanista. Fuera de esto no es mucho lo que se
sabe de la historia de la iglesia cristiana de esta
ciudad, cuya condición espiritual se convirtió en un
símbolo de la iglesia apóstata de toda la Edad Media.
V
Sardis
Sardis, la capital del reino de Lidia, estaba a unos 80
km al noreste de Esmirna y a unos 5 km al sur del río
Hermos. Su acrópolis estaba construida sobre una
estribación de las laderas del norte del monte Tmolo, en
torno al cual el río Pactolo, tributario del Hermos,
formaba un foso natural en dos lados. La ciudad más
antigua había estado enteramente dentro de los fuertes
muros protectores de la acrópolis; pero más tarde se
extendió a la llanura que está al pie del cerro.
La ciudad aparece en la historia en el siglo VII como la
capital del reino de Lidia. Aquí y en ese tiempo se
inventaron las monedas y se usaron como dinero por
primera vez en la historia. Los antiguos lidios merecen,
pues, el honor de haber hecho un invento de importancia
mundial y duradera.
En cuanto a la historia del reino lidio y la forma como
Ciro el Grande conquistó a Sardis, ver t. III, pp.
52-56. Después de que Ciro conquistó a Sardis, la
orgullosa y rica capital de un reino se convirtió en la
sede de una satrapía, y en el palacio donde una vez
habían residido los reyes fabulosamente ricos de Lidia
se establecieron los sátrapas persas. Alrededor del año
500 a. C. Sardis sufrió su primera tragedia importante,
cuando los jonios se sublevaron contra el gobierno persa
y quemaron la ciudad baja. Darío el Grande se enfureció
y quiso vengar ese crimen. Ordenó a sus servidores que
cada mañana le recordaran el incendio de Sardis. Las
guerras persas contra Grecia fueron el resultado de la
ira de Darío, y Artafernes, hermano de Darío, partió de
Sardis en la primera campaña persa contra Grecia en 490
a. C. Sardis fue también la sede de Ciro el Joven, quien
como sátrapa libró la famosa batalla de Cunaxa en 401 a.
C. contra su hermano Artajerjes II, después de la cual
Jenofonte y sus 10.000 griegos ganaron fama inmortal.
La ciudad con frecuencia cambió de dueño después del
período persa. Alejandro Magno la tomó en 334 a. C., y
Antígono, uno de sus generales, la tomó otra vez 12 años
más tarde. A partir de 301 a. C. Sardis estuvo en manos
de los seléucidas durante un período de más de 100 años.
Durante este lapso fue tomada la acrópolis en la misma
forma como lo había sido en el tiempo del rey Ciro. En
el año 218 a. C., mientras la asediaba Antíoco el
Grande, un soldado cretense escaló el muro y abrió la
ciudad a las fuerzas sitiadoras.
En el año 190 a. C. la ciudad llegó a ser parte del
reino de Pérgamo. Cuando ese reino pasó a manos de los
romanos, Sardis compartió su suerte y perdió importancia
en comparación con ciudades como Efeso y Esmirna. En el
año 17 d. C. Sardis sufrió un fuerte terremoto. El
emperador Tiberio ayudó en su reconstrucción
exceptuándola de impuestos durante cinco años y
proporcionándole otras ayudas.
La Sardis del tiempo de Juan estaba en proceso de
reconstrucción. Su gloria parecía ya haberse esfumado
cuando Juan le recordó a la comunidad cristiana en ella
que la ciudad había tenido el nombre o la reputación de
que estaba viva, pero que en realidad estaba muerta
(Apoc. 3: 1). Sardis volvió a prosperar, llegando a la
cúspide de su crecimiento por el año 200 d. C. Se
calcula que por ese tiempo tenía más de 100.000
habitantes. Con el desmembramiento de la provincia
romana de Asia en el año 295 d. C., Sardis volvió a ser
capital de Lidia. A través de los siglos siguientes fue
dominada por bizantinos, árabes y turcos. En 1402,
Sardis fue destruida por Tamerlán, el feroz líder de los
mongoles. En 1595 sufrió un devastador terremoto. Desde
entonces la ciudad que una vez había sido una de las
grandes e imponentes metrópolis del mundo quedó reducida
a casi nada.
Quien visita hoy la antigua ciudad de Sardis encuentra
una pequeña población de agricultores y comerciantes,
llamada Sart, corrupción del antiguo nombre de Sardis.
En una estribación del monte Tmolo se ven los restos de
los muros de las fortificaciones de la antigua,
acrópolis, destrozados por efectos de guerras,
terremotos y el correr del tiempo. En la ladera del
monte y en la llanura se aprecian restos de diferentes
edificios, de los cuales tres son dignos de descripción:
El gran templo de Cibeles, la antigua diosa madre del
Asia Menor, a veces comparada con Artemisa o Diana, y
cuyo culto era similar al de Diana, constituye una ruina
monumental. Este templo estaba cubierto de escombros
cuando una expedición norteamericana de la Universidad
de Princeton, dirigida por H. C. Butler, comenzó sus
excavaciones (1910-1914, 1922). De las muchas columnas
del templo mencionado sólo sobresalían de la tierra los
capiteles de dos de ellas, lo cual señaló a los
exploradores el sitio del antiguo templo. Después de que
removieron una capa de tierra y escombros de unos 15 m
quedó al descubierto todo el templo, y se pudo ver que
las partes bajas de su construcción estaban bastante
bien conservadas, por lo que podemos tener una idea
exacta de la planta del edificio y de los detalles
arquitectónicos de este gran templo que medía unos 100 m
por 50 m. Las columnas eran más o menos del mismo tamaño
que las del Artemision de Efeso, y dos de ellas todavía
están en pie con sus capiteles, conservando su altura
original de algo más de 20 m. Muchas de las otras se
conservan hasta una altura de unos 10 m. Las columnas,
con un diámetro de cerca de 2 m, descansan sobre bases
en las que hay dibujos de hojas exquisitamente talladas,
cada una de las cuales es diferente a las otras.
A la sombra de este templo están las ruinas de una
pequeña iglesia de ladrillo del período después de
Constantino.
De 1958 a 1971 las universidades de Harvard y Cornell
excavaron en Sardis bajo la dirección de G. M. A.
Hanfmann. Se desenterraron muchos edificios, obras de
arte, artefactos e inscripciones que arrojan luz en
cuanto a la vida de la ciudad desde los tiempos
prelidios hasta los islámicos. Dos de estos edificios
interesan especialmente al estudioso de la Biblia.
El gimnasio es de un período posterior al del Nuevo
Testamento, pero revela con cuánta dedicación los
antiguos fomentaban los deportes y la cultura. La
fachada y algunos pabellones han sido reconstruidos.
Tienen unos 18 m de alto. Dentro del gimnasio se puede
ver claramente una pila para natación. El conjunto es
imponente.
Una enorme sinagoga, reconocida por los típicos símbolos
judíos y por más de 80 inscripciones en griego y en
hebreo, indica claramente la presencia de judíos en
Sardis en los primeros siglos de la era cristiana. El
pavimento de mosaicos y la elegante antesala hablan de
la prosperidad material de quienes se reunían allí. Ha
sido parcialmente restaurada.
VI
Filadelfia
Filadelfia estaba a orillas del río Cogamo, rama sur del
Hermos. Ciudad del interior de Anatolia, estaba a 120 km
al este de Esmirna. Fue construida a 198 m sobre el
nivel del mar en las estribaciones orientales del monte
Tmolo. Detrás de la ciudad hay farallones volcánicos que
se formaron en tiempos históricos, aunque no contamos
con ningún registro escrito de actividad volcánica. Como
en otras zonas volcánicas, el suelo alrededor de
Filadelfia es sumamente fértil, lo que hace que las
mejores viñas del Asia Menor se encuentren en sus
proximidades.
Filadelfia era la más joven de las siete ciudades a las
cuales fueron dirigidas las cartas del Apocalipsis. Fue
fundada por el año 150 a. C. durante el reinado del rey
Atalo II Filadelfo, de Pérgamo, y se le dio el nombre de
Filadelfia, "amor fraternal", en honor a la lealtad del
rey Atalo a su hermano mayor Eumenes II, que lo había
precedido en el trono de Pérgamo. Filadelfia recibió
varios nombres en diferentes períodos. A principios del
siglo I d. C. fue conocida durante un tiempo como
Decápolis, debido a que era una de las diez ciudades de
la llanura en que estaba situada. Un poco más tarde
aparece con el nombre de Neocesarea, en honor del
emperador Tiberio que ayudó a que la ciudad se
restableciera del destructor terremoto del 17 d. C. En
el tiempo de Vespasiano tuvo el nombre de Flavia,
conforme a la familia del emperador; pero posteriormente
volvió a ser llamada Filadelfia, y así era conocida
cuando Juan escribió la carta del Apocalipsis (cap. 3:
7-13) a la iglesia de esa ciudad. El nombre moderno de
la localidad que ha reemplazado a Filadelfia es
Alashehir. Este nombre ha sido explicado por algunos
visitantes, engañados por su insuficiente conocimiento
del turco, como la abreviatura de Allah-shehir, "la
ciudad de Dios". El nombre en realidad significa "la
ciudad rojiza", debido al color rojizo de la región
volcánica en que está construida la ciudad.
Como Filadelfia estaba en un camino principal entre la
alta Frigia y Esmirna, se convirtió en una importante
ciudad del interior y acumuló suficiente riqueza para
edificar suntuosos templos y otros magníficos edificios
públicos. Por esa razón, escritores antiguos se referían
a Filadelfia como a la Pequeña Atenas; sin embargo,
nunca alcanzó la importancia política, económica o
religiosa de algunas de las otras ciudades ya descritas.
El cristianismo parece haber llegado a Filadelfia en el
período apostólico, lo que se deduce del hecho de que el
Apocalipsis incluye una carta a la iglesia de esa
ciudad. Además, nada se sabe de la primitiva historia de
esa iglesia. En tiempos posteriores Filadelfia llegó a
ser sede de obispado, y en el siglo XIII fue el centro
cristiano de toda la región de Lidia, y la residencia de
un arzobispo. Durante los siglos siguientes aparece como
un baluarte del cristianismo con mucha fuerza moral para
resistir los asaltos de las naciones bárbaras que
repetidas veces asolaron el Asia Menor. Los ciudadanos
de Filadelfia tenían razón de estar orgullosos de su
historia en ese respecto. Resistieron con éxito un
asedio de los selyúcidas en 1306 d. C. y obligaron al
enemigo a retirarse. Nuevamente resultaron victoriosos
en 1324 d. C., cuando los selyúcidas hicieron una
segunda tentativa por tomar la ciudad. Ninguna otra
ciudad del Asia Menor podía jactarse de anales tan
llenos de heroísmo. Pero después 105 de una larga
resistencia la ciudad cayó ante los turcos en 1390 d.
C., y después fue conquistada por Tamerlán en 1402. Sus
habitantes no pudieron competir con las feroces hordas
mongólicas de Tamerlán, aunque opusieron una heroica
resistencia. La ciudad fue tomada por asalto, y Tamerlán
construyó un muro con los cadáveres de las valientes
víctimas de Filadelfia, como había levantado una torre
con los cráneos de los esmirnenses capturados durante el
asedio de su infortunada ciudad. El lugar donde tuvo
lugar este terrible suceso todavía es señalado por los
ciudadanos de Alashehir.
Esta catástrofe no destruyó la voluntad de sobrevivir de
los cristianos de Filadelfia ni apagó su determinación
de permanecer fieles a su religión. Parece que
recordaban la admonición de retener lo que tenían para
que nadie les quitara su corona (Apoc. 3: 11). Aunque
toda la región cayó finalmente en poder de los turcos y
el cristianismo en el Asia Menor murió lenta pero
seguramente. Filadelfia, como Esmirna, permaneció siendo
una ciudad cristiana. Es una notable coincidencia que
las dos ciudades -Esmirna y Filadelfia- que retuvieron
por más tiempo que cualquier otra ciudad del Asia Menor
su carácter cristiano y su población cristiana, son las
mismas ciudades cuyas iglesias eran tan puras e
intachables en los días de Juan, que merecieron que se
les hubiera escrito las únicas cartas que no tienen
palabras de reproche.
Al concluir la Primera Guerra Mundial todavía era
cristiana la mayoría de la población de Alashehir; sin
embargo, la ciudad compartió entonces la suerte de
Esmirna y vio a su población cristiana expulsada por los
turcos de Kemal en 1923. Por esta razón, en esta ciudad
sólo se encuentran ahora las ruinas de los contrafuertes
y muros de una gran catedral en el centro de la ciudad,
junto a una mezquita musulmana bien conservada; y en
lugar de las campanas de una iglesia cristiana se oye la
voz del almuédano que llama a la oración desde lo alto
de un alminar.
Una visita a la antigua Filadelfia no sólo produce
tristeza al cristiano, sino que también desanima al
arqueólogo que busca restos del glorioso pasado de la
ciudad. Encuentra los lastimosos restos del antiguo muro
de la ciudad convertidos en habitación de cigüeñas y
llenos de malezas y hierba. Quedan unas pocas ruinas que
no se pueden identificar; pero nada de los gloriosos
templos, los majestuosos gimnasios y los grandiosos
teatros de la antigüedad por los cuales una vez
Filadelfia se ganó el nombre de Pequeña Atenas. La obra
destructiva de los siglos ha sido tan completa que
apenas se pueden hallar vestigios de su grandeza
anterior.
VII
Laodicea
Laodicea, la última de las siete ciudades a cuyas
iglesias Juan dirigió las cartas del Apocalipsis, se
hallaba a unos 160 km al este de Efeso. Estaba en el
valle del río Lico, que corre entre montañas que se
elevan hasta 2.500 y 2.800 m. Este río Lico de Frigia,
tributario del río Meandro, no debe ser confundido con
el Lico a cuyas orillas estaba Tiatira, tributario del
Hermos. Laodicea estaba a algo más de 3 km. al sur del
Lico de Frigia, a una altura de unos 250 m sobre el
nivel del mar, en el camino principal de Efeso al
Eufrates. Probablemente fue fundada por Antíoco II
(261-246 a. C.), uno de los gobernantes seléucidas de la
era helenística, quien dio a la ciudad el nombre de
Laodicea en homenaje a su hermana y esposa, y la pobló
con sirios y judíos traídos desde Babilonia. Laodicea
fue una población insignificante durante el primer siglo
de su existencia; pero aumentó su importancia
rápidamente después de la formación de la provincia
romana de Asia en el siglo II a. C.
Laodicea estaba situada en una región donde hay grandes
rebaños de ovejas 106 negras, y por eso se convirtió en
el centro comercial de la lustrosa lana negra y de las
vestiduras negras confeccionadas en la ciudad. Ambos, la
lana y los vestidos, se exportaban a muchos países. La
ciudad también era renombrada como centro exportador del
famoso polvo frigio para los ojos, y como un firme
centro financiero con varias casas bancarias que atraían
mucha riqueza. También logró fama por estar cerca del
templo de Men Karou, donde funcionaba una bien conocida
escuela de medicina.
Por tales razones Laodicea fue conocida durante la era
romana como una de las ciudades más ricas del Cercano
Oriente. El emperador Nerón la llamó "una de las
ilustres ciudades del Asia" cuando ofreció a los
laodicenses ayuda financiera para la reconstrucción de
su ciudad después de que un gran terremoto la destruyó
en el año 60 d. C. Sin embargo, los orgullosos y ricos
ciudadanos de Laodicea no aceptaron esa ayuda, y
respondieron a quien deseaba beneficiarlos que tenían
suficientes recursos financieros para reedificar su
ciudad sin ayuda externa.
Conocer la historia de Laodicea, su riqueza y
principales productos, da más significado a ciertas
declaraciones de la carta de Juan dirigida a su
comunidad cristiana (Apoc. 3: 14-22). Sus miembros
creían que eran ricos, que se habían "enriquecido" y que
"de ninguna cosa" tenían "necesidad"; pero en realidad
espiritualmente eran desventurados, miserables y pobres
(vers. 17). Sin embargo el Señor les aconsejaba que no
confiaran en el oro de sus bancos, sino que compraran de
él "oro refinado en fuego" para que fueran ricos (vers.
18). También les aconsejaba que compraran de él
"vestiduras blancas" para vestirse a fin de que no se
descubriera la "vergüenza" de su "desnudez" (vers. 18).
Algunos comentadores ven en estas palabras una
referencia al hecho de que los laodicenses estaban
orgullosos de sus brillantes vestidos negros
confeccionados en su ciudad y exportados a muchos
países. ¿Por qué, pues, alguien podía decir que estaban
desnudos (vers. 17)? También creen los comentadores que
el orgullo de los laodicenses por su famoso polvo frigio
para los ojos fue el motivo del consejo de que compraran
de Cristo "colirio" para que vieran (vers. 18).
Que la iglesia cristiana de Laodicea fue fundada a
comienzos del período apostólico, está confirmado por el
apóstol Pablo, quien dirigió una carta a esa iglesia,
aunque la carta parece haberse perdido (ver com. Col. 4:
16). Al parecer la iglesia creció con rapidez, y
Laodicea llegó a ser sede de episcopado en el siglo II
d. C. Uno de sus obispos, Sagaris, murió allí mártir en
166 d. C. En varios registros se mencionan los nombres
de otros mártires cristianos de Laodicea, que ofrendaron
sus vidas durante las persecuciones de los primeros
siglos de la era cristiana. En el siglo IV la ciudad fue
la sede de un importante concilio eclesiástico.
En el siglo XI la ciudad fue conquistada por los
selyúcidas; pero los cruzados cristianos la recuperaron
en 1119 d. C. Sin embargo, dos siglos más tarde fue
destruida por los turcos y nunca ha sido reconstruida.
En su lugar fue fundada una nueva ciudad denominada
Denizli, cerca de un manantial en las proximidades de
Laodicea. De las ruinas de la antigua Laodicea, usadas
como cantera, se extrajo material para la edificación de
esta nueva ciudad. El nombre turco del sitio de las
ruinas es ahora Eski Hisar, que significa "Viejo
Castillo".
En este lugar nunca se han efectuado excavaciones
sistemáticas, aunque una gran zona cubierta de ruinas
promete ricas recompensas a cualquier expedición
arqueológica que use la pala en ella. Dos teatros
romanos se hallan en bastante buen estado, y además se
puede reconocer un gran estadio. También son visibles
columnatas, acueductos que llevaban agua a la ciudad y
las ruinas de antiguas iglesias, aunque la
identificación definida de las diversas ruinas sólo
podría hacerse después de las excavaciones.
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